VIVIR EN LA
RAYA
La Raya desde la Sierra de Alor (Olivenza) |
Moisés
Cayetano Rosado
Vivir en la Raya es como hacerlo en una especie
de mundo mágico, de país de las mil y una maravillas. En breve tiempo, pasamos
de un acompañamiento ambiental de voces
en castellano a otro en portugués, como si todo se hubiera trastocado. De
tomarnos nuestro café con leche a
ponernos delante de uma bica, pequeñísimo café tan
concentrado como solo nuestros vecinos consiguen hacer. Del pan de nuestro lado
español, esponjoso y blando, al portugués, más compacto, abultado y oscuro. De
nuestras sopas caldosas a sus
espesas açordas. De nuestros fritos
a sus asados. De nuestras calderetas de cordero a sus ensopados de borrego; de la candelilla bañada en miel a la baba de camelo…
Pasamos sobre la línea del tiempo viendo cómo
nos dejó marcados: aquellas luchas persistentes nos legan este patrimonio que
se “encara” en un lado y otro de la Raya, preventivamente, preparado para
cualquier ataque repentino en nuestras portentosas
fortificaciones.
Y dejamos atrás nuestro flamenco y pasodobles, nuestras alegres jotas rayanas, para ir introduciéndonos en su sentido fado, en los profundos coros de cante alentejano.
En cuestión de un momento, nos situamos al otro
lado del espejo. En la otra cara de la misma moneda, que a veces se
entremezclan y crean un producto renovado, llevándonos a nueva dimensión. Así
es el caso de Olivenza, donde se
encuentran “las hijas de España y nietas de Portugal” (según una de las jotas
más conocidas del folklore extremeño), con sabores ambientales de las dos
culturas, superpuestas.
Tuy desde Valença do Minho |
Sanlúcar de Guadiana desde Alcoutim |
Pero que también se va dando en poblaciones de
ambos lados, tan cercanas que se dan la
mano, mojada la separación apenas por un río, como Tuy y Valença do Minho al norte fronterizo (Galicia y Minho), o Alcoutim y Sanlúcar de Guadiana en el
sur (Algarve y Andalucía); otras veces, con una explanada que se acorta a base de
construcciones acercándose, como ocurre con Badajoz y Elvas.
El sol cayendo en Elvas, visto desde Badajoz. |
Nada más curioso que pasear al borde mismo de
la Raya, a través de los campos, e ir saludando a caminantes de uno y otro
lado, alternando los idiomas hermanados. Y comprobar que sucesivamente
cambiamos de hora, como si pudiéramos hacer un viaje en el tiempo, retrocediendo y avanzando según nuestro gusto.
Vivir en la Raya es casi vivir en la fantasía e
incluso en el capricho de desdoblarnos en mundos diferentes, que en su variedad
se complementan y enriquecen. ¿Nos damos cuenta de la suerte que se tiene al
ser “rayanos”?
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