De Las Batuecas y la Peña de Francia a
la Sierra de Gata pasando por Coria, Ciudad Rodrigo y Almeida (IV)
OBJETIVO ALMEIDA CON PARADA EN SIEGA
VERDE Y FUERTE DE LA CONCEPCIÓN
Dejando
el paisaje de sierras, subimos por el noroeste hasta Ciudad Rodrigo,
donde merece pernoctar al menos una noche, haciendo de la ciudad “cuartel
general de sus alrededores”, como lo hicimos de La Alberca al venir desde Coria
y desenvolvernos por los pueblos de la repoblación borgoñona. Dos noches en
casa rural en este último caso; una noche en hotelito al lado de una de sus
puertas fortificadas ahora.
Pero de mañana dejamos atrás la ciudad para
seguir un poco más arriba hasta Siega
Verde, zona arqueológica Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde el
2010, como extensión de su vecina del Valle del Côa, con quien comparte el
testimonio rupestre de grabados del Paleolítico Superior.
En su centro
de interpretación -al pie mismo de la carretera que lleva desde Ciudad
Rodrigo a Almeida, a mitad de camino- se pueden ver paneles informativos y un vídeo introductorio que son la antesala
de una visita provechosa al otro lado de esa misma carretera, en las orillas
del río Águeda.
Un
guía bien informado, arqueólogo de larga experiencia, nos va ilustrando sobre
las rocas grabadas, algunas verdaderamente fascinantes.
Extraordinariamente bien preservadas. Realizadas con técnicas de grabado inciso y de piqueteado, vamos viendo
representaciones de équidos, bóvidos, cápridos y cérvidos, además de signos
abstractos, algunos superpuestos con una especie de “horror vacui” que
presagia un barroco obsesivo. El realismo de las representaciones es fantástico,
de un detallismo minucioso, con lo que hasta los no iniciados podrían
distinguir si la silueta grabada es de una cebra o un caballo, un uro o un
bisonte, que anduvieron por la zona hace entre 20.000 y 10.000 años.
De allí nos acercamos a la fortificación portuguesa
de Almeida, no sin antes detenernos en
el Fuerte de la Concepción, al lado de la población española de Aldea del
Obispo, casi a un “tiro de piedra”.
El Fuerte de la Concepción tiene una grandeza
increíble. Reconstruido entre 1730 y
1735 sobre otro anterior de 1663 (demolido un año después, tras la Batalla
de Castelo Rodrigo), ahora acoge en su
cuerpo principal, estrellado con cuatro grandiosas puntas abaluartadas, un hotel con encanto, que distribuye
sus habitaciones, estancias comunes y comedor en casernas alrededor de un patio
central, en tanto la recepción se encuentra en el revellín de acceso a la
puerta principal.
Por
camino cubierto, el Fuerte comunica con unas Caballerizas curvadas, de
dos pisos (inferior para los animales y superior para tropa), con troneras en
la terraza. El camino prosigue hasta un
Reducto o fortín sobre padrastro con forma casi de hornabeque. Todo ello sufriría graves voladuras intencionadas
(como la vez anterior), por orden del general inglés Robert Crawford -que lo
había tomado- a mediados de 1810,
para que no pudieran utilizarlo los franco-españoles. La restauración ha respetado el estado en que quedó el monumento,
en un acertado trabajo que debe tomarse como ejemplo de actuación sobre el
patrimonio histórico-monumental.
Y bien, de allí, ir hasta Almedia vuelve a ser un “paseo”. Paseo
más que gratificante ante la monumentalidad
admirable, de un tratamiento restaurador ejemplarizante. Esa fantástica “estrella
irregular de seis puntas”, con otros tantos baluartes y revellines, y dos puertas
de entrada (de Santo Antonio y San Francisco), es uno de los monumentos
fortificados mejor conservados y tratados de la Península, y uno de los mejores
ejemplares de fortificación estrellada del mundo.
Iniciada
su construcción en 1641, recibirá sucesivos aportes en ese
siglo y el siguiente, hasta convertir la fortaleza en una plaza inexpugnable,
enriquecida en su interior por magníficas instalaciones militares, entre las
que destaca su Quartel das Esquadras
(de 1736-1750), el Corpo da Guarda
Principal (1790; actual Câmara Municipal), la Casa dos Governadores (finales siglo XVII; actual Palacio de
Justicia), las Casamatas o Quartéis
Velhos (actual Museo Militar); Casas
da Guarda dos revelines das portas de entrada (aprovechados como Puesto de
Turismo el de S. Francisco y Centro de Estudios de Arquitectura Militar el de
S. Antonio), y el Trem da Artilharía
(del siglo XVII, y actual Picadero).
Son
de admirar también los restos de su Castelo (de los siglos XIII-XIV/XVI), arruinado a causa de una tremenda
explosión del polvorín instalado allí el 26 de agosto de 1810. No obstante, es
admirable su planta cuadrangular irregular, el profundo foso, con escarpa y
contraescarpa de cantería, y cuatro torres artilleras en los ángulos de planta
circular.
Antes de volver sobre nuestros pasos para pernoctar
en Ciudad Rodrigo (e incluso antes de hacer la visita por Almeida, porque hay
que reponer fuerzas), tenemos una tentadora
oferta culinaria en los restaurantes de sus glacis, previos a la Puerta de
S. Francisco. Estupendo su cabrito o
su cordero na brasa, pero la carta
es generosa y podemos pasar a extraordinarios bacalaos, tanto asado como “dorado”, pulpo no forno, arroz de marisco, cozido à portuguesa…
El vino tinto, siempre deseable, como sus postres caseros de galletas, bizcocho…
chocolate, nata y hojaldre, para chuparse los dedos.
Otra “tentadora oferta”, cuando retornamos,
es hacerlo por Vilar Formoso, que en su estación de ferrocarril tiene uno de
los conjuntos de paneles de azulejos del siglo XX más extraordinarios de
Portugal, representando significativos monumentos, paisajes y escenas
costumbristas.
Moisés Cayetano Rosado
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