De Las Batuecas y la Peña de Francia a la
Sierra de Gata pasando por Coria, Ciudad Rodrigo y Almeida (I)
DE CORIA A LAS MESTAS
Subir por Coria para vivir el mundo
mágico de Las Batuecas y la Peña de Francia, con escapada a Ciudad Rodrigo,
cruzando la Raia/Raya para admirar Almeida, regresando después por la Sierra de
Gata, es una
invitación a la comunión con la naturaleza, el patrimonio urbanístico rural aún
preservado, la admirable monumentalidad, la historia y la prehistoria, los
sabores y olores tentadores.
Coria conserva la emotiva grandeza de
sus murallas romanas,
con añadidos árabes y medievales, más indiscretas ventanas modernas, que
aprovechan los paños defensivos para asomarse al caserío. Su vistosa, elevada y meritoria catedral,
gótica de transición, con magníficos añadidos platerescos, debe estar asustada
por los “arreglos” que se le están haciendo en el atrio, con esos granitos
pulidos, para sentarse y pisar en sus alrededores, que siguen la norma
imperante de reinventar la restauración a base de actuaciones desafortunadas.
Pero los palacios, palacetes, caserones
en calles y callejas laberínticas, su magnífico castillo tardomedieval, te
reconcilian con la ciudad que en cada mes de junio levanta barreras,
empalizadas, enrejados, para celebrar las carreras
callejeras de toros, que pueden tener su origen prehistórico en los vetones
y son la pasión y orgullo de sus habitantes.
Llama
la atención en la inmensa vega, a los pies de la ciudad, el puente renacentista de cinco arcos de medio
punto que cruzaba el antiguo cauce del
río Alagón. Se desvió el curso fluvial, según unas fuentes, a causa del
terremoto de Lisboa de 1755, que causó diversos estragos en la ciudad,
resquebrajando muros, hundiendo el techo de la catedral y ocasionando numerosas
víctimas; para el profesor Antonio Navareño Mateos, el desvío es de un siglo
anterior, por causas no suficientemente acreditadas documentalmente, aunque las
periódicas riadas, arrastres de materiales pétreos, diversos ramales en
meandros de la zona periurbana, pudieron ser decisivos.
No nos
detenemos más porque hemos de subir hacia el norte, atravesar Las Hurdes, que en sus
míticos pueblos de Pinofranqueado, Caminomorisco, Cambroncino o Las Mestas
ya no son ni por asomo aquellos lugares de miseria de hace menos de un siglo,
sino sitios acogedores, bien
comunicados, de discreto urbanismo y tentadoras ofertas culinarias: en Las
Mestas comemos en la Casa Cirilo
(que vende una miel extraordinaria, y cuyo padre, “el Tío Picho”, inventó el
“Ciripolen”, bebida afrodisíaca que dio la vuelta al mundo en los años noventa
del pasado siglo). ¡Estupendos gazpacho
y estofado de cordero, cabrito o cochinillo!
Ya
estamos en el límite de la provincia de Cáceres con la de Salamanca, y el río Batuecas nos ofrece una corriente
clara y fresca para meter los pies, tumbado entre las rocas graníticas de sus
orillas, así como senderos bien
tratados, con profusa información geomorfológica, botánica, zoológica, de
la zona -Parque Natural de las Batuecas-, que cuenta con un monasterio de clausura de monjes ermitaños Carmelitas
Descalzos, fundado en 1597. La zona merecería una estancia reposada;
haber recorrido algo de Las Hurdes y este Parque, pernoctando en la confluencia
de las dos provincias. Disfrutar del caserío; los robledales, castaños, encinares; el sobrevuelo de las águilas y buitres; la fugaz presencia
de corzos, ciervos, jabalíes, cabras
montesas; el agua clara que no para de correr, el verde intenso, las
bruscas curvas del paisaje, alternando los montes y los valles…
Pero donde vamos también disfrutaremos
de estos dones, porque tenemos reservada casa rural en La Alberca, ligeramente
por encima y a los pies de la Peña de Francia, aún dentro del mismo Parque Natural en el que hemos entrado por
Las Mestas.
Moisés Cayetano Rosado
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