De Las Batuecas y la Peña de Francia a
la Sierra de Gata pasando por Coria, Ciudad Rodrigo y Almeida (II)
DE LA ALBERCA A LA PEÑA DE FRANCIA
Llegas
a La Alberca y es como si se hubiese parado el mundo en un candor primero, en
un instante puro. Huele a jamón curado y suena cuando va a
entrar la noche la esquila de la “moza de las ánimas”, que en cada cruce de
calle o rinconada recita su plegaria: Fieles
cristianos, acordémonos de las almas benditas del Purgatorio, con un
Padrenuestro y un Avemaría por el amor de Dios. Otro Padrenuestro y otro
Avemaría por los que están en pecado mortal, para que su divina Majestad los
saque de tan miserable estado.
En
los poyetes de las puertas y chaflanes de calles, todo en granito y balconadas
de madera, sostienen sin prisas el discurrir del tiempo grupos de ancianos que
no se cansan nunca de esperar “porque prisa no hay”. Y,
afortunadamente, “hambre tampoco hay”, como decía una vieja con el caer de la
tarde, frente a uno de sus vistosos restaurantes, de jamón, carnes a la brasa y
bacalao preparado de creativas maneras.
El
suelo también conserva el gusto de la piedra, y a este cruzar de
granito y troncos de pino y roble con que elevan sus casas se une el punto
luminoso de las flores que cuelgan de
balcones sobresaliendo a dos alturas.
Nos acercamos a su Iglesia parroquial, del siglo XVIII, con magnífico púlpito
policromado y buenas tallas, y oímos la salmodia del rosario, que recita una anciana sentada al medio de los
bancos de la nave principal y a la que “contesta” un grupo de mujeres de
parecida edad. Reza la letanía y suena a
tiempo congelado: “Madre purísima/ Madre castísima/ Madre siempre virgen/
Madre inmaculada”. ¡Dan ganas de arrodillarse entre los recuerdos de niñez,
tardes de jueves en la escuela, maestro que ese día no pregunta la lección ni
saca la palmeta y dirige los rezos condescendiente con nuestra salvaje
indiferencia.
La
Alberca… ¡es tan antigua como el mundo!, pero su repoblación se debe a Raimundo
de Borgoña, que en el siglo XI ayuda a Alfonso VI de León en sus
luchas contra los musulmanes y se casa con su hija, doña Urraca, repoblando con
sus huestes la Sierra que pasará a llamarse “de Francia”.
Crucial
sería que en la Peña de la Sierra de Francia, cercana a La Alberca, el francés
Simon Roland encontrara una imagen románica de la Virgen en 1434. Hecho
anunciado diez años antes por la “moza santa de Sequeros” (pueblo de las cercanías),
pasando posteriormente por diversas vicisitudes milagreras, con lo que el
Santuario de Nuestra Señora de la Peña, regido por los padres dominicos, es
lugar de masiva concurrencia de peregrinos y turistas. Autobuses, coches,
motos, bicicletas, ocupan las explanadas de la cúspide, a la que también llegan
esforzados senderistas.
El
paisaje desde lo alto es de una belleza indescriptible. Y
desde los riscos de los cercanos alrededores van asomando cornamentas poderosas
de las cabras montesas. Buscan lentamente acomodo a la sombra de las
dependencias monacales, formando increíbles y pacíficas manadas, dejando
pacientemente que los turistas, peregrinos y viajeros las fotografiemos
embobados con tan curiosa y confiada compañía.
Pero, ¿cómo
se pueden concentrar tantos mosquitos diminutos y estáticos en la caverna
de la Virgen, en el claustro del Santuario, en su Iglesia, que se eleva como un
barco de piedra de granito a 1727 metros sobre el nivel del mar? Renacimiento, barroco y neoclasicismo
derrochan su técnica y su arte por las dependencias monacales, comenzadas
en 1445, destacando la sacristía del siglo XVI, la portada y escalinata del
siglo XVII y la torre del XVIII. Todo ello, desde los insectos al arte de la
piedra, constituyen junto al paisaje
inmenso de valles y montañas por donde pacen las cabras de majestuosa
cornamenta, un atractivo irresistible que… aún parece no haber descubierto
los turistas orientales. Cuando lo hagan, no habrá quien quepa en sus extensas
explanadas.
Moisés Cayetano Rosado
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