NUESTRA
IDENTIDAD O “HECHO DIFERENCIAL”
Moisés
Cayetano Rosado
Doctor
en Geografía e Historia
Hace unos días, asistí como ponente a una
Jornada sobre “Regionalização e Desenvolvimento” en Évora, dentro de la campaña
que en Alentejo se está llevando a cabo para dar cumplimiento a la implantación
de las “Regiones Administrativas”, reconocidas en la Constitución portuguesa de
1976 y diversas leyes de desarrollo de la misma, que no han conducido a su
aplicación todavía.
El obstáculo parece ser siempre el mismo: ¿hay
una identidad regional que lo justifique?, ¿un hecho diferencial? Porque en
esto parece que chocamos con el mayor impedimento. Incluso en España, después
del acuerdo en que se formalizaron las Comunidades Autónomas, a poco de
aprobarse la Constitución de 1978, se debatía sobre esta cuestión, que parece
no acabarse de resolver. No son pocas las voces que se alzan en contra de lo
que se dio en llamar “café para todos”, basándose en que “identidades
diferenciales” apenas si estaban y están en Cataluña, el País Vasco… y por
extensión aquellas comunidades que tienen idioma propio.
Esta visión del idioma como “hecho diferencial”
esencial, aparejando a ello cultura diferente, idiosincrasia especial, y por
tanto “comunidades nacionales o nacionalistas” de primera, frente a regiones de
segunda, es al menos simplista.
Si nos circunscribimos al idioma, el castellano
abarca Centroamérica y gran parte de Suramérica, que en forma alguna se sienten
-ni nadie reivindica que lo hagan- integrantes de una hipotética “nación
castellana”.
Y si nos fijamos en la historia, el legado
artístico-patrimonial, la cultura, el desarrollo socio-económico, las
condiciones geomorfológicas…, o sea, aquello que conforman nuestro ser y estar,
nuestro desenvolvimiento cotidiano, ¿cómo no darnos cuenta de lo mucho que sí
nos define e identifica?
Es un claro hecho diferencial de -por ejemplo-
Alentejo y Extremadura con respecto a sus respectivos estados el recorrido
histórico que nos ha ido conformando: las luchas lusitanas en tiempos de las
invasiones romanas; el cruce de vías de comunicación oeste-este y norte-sur
durante la romanización, con una capital floreciente -Mérida- al ser zona
central de ambos caminos peninsulares; la fijación de una frontera estable
cristiano-musulmana, con presencia decisoria de Órdenes Militares y formación
de un reino taifa en Badajoz, cuya influencia llegaba hasta Lisboa; el foco de
guerras luso-española que tuvo en nuestro suelo incidencia especial en los
siglos XVII, XVIII y XIX; nuestro destino de pueblo emigrante, que nos llevó en
la Edad Moderna y siglo XIX a Iberoamérica y en el XX a Centroeuropa (aparte de
a las zonas industriales de nuestros respectivos países), despoblándonos
traumáticamente.
Fruto de lo anterior es nuestro “diferencial”
patrimonio artístico monumental, tanto religioso, como civil y militar, que
tiene sus hitos en los puentes y calzadas romanos, en los palacios y castillos
señoriales medievales, en las fortificaciones abaluartadas de la Edad Moderna;
en los monasterios y conventos que marcaron delimitaciones territoriales, como las
mismas fortificaciones.
Y como la cultura que enriquece a los pueblos
participa de sus acontecimientos históricos y del destino de sus hombres, la
nuestra es una cultura artística y literaria muy influenciada por los
sobresaltos de las inestabilidades y por el amor a una tierra sometida a
vaivenes que tantas veces nos vinieron dados por decisiones impuestas.
Simbolismo y realismo dándose la mano en la plástica, en la literatura, en el
cante, en el folklore…
Estos pueblos de inmensos latifundios, conformados
en el sistema de repoblación medieval, desarrollaron especialmente una
ganadería extensiva donde el cerdo en los encinares y alcornocales, y la oveja
en los pastizales fueron la punta de lanza de una producción y economía
señorial. Ello se vio refrendado por las desamortizaciones del siglo XIX, donde
una nobleza y una ascendente burguesía absentistas sostuvieron un modelo de
desarrollo “insostenible”… ante el crecimiento demográfico especialmente de los
dos últimos siglos. Por esto, llegaríamos a migraciones laborales masivas, que
terminaron por distanciarnos significativamente de nuestros respectivos
estados. Regiones, la de Alentejo y Extremadura, abocadas a ser desiertos
poblacionales, si no se implantan medidas de desarrollo dinámico en todos los sectores
productivos.
Pueblos, los nuestros, con una extraordinaria
“señal de identidad” geomorfológica en la mayor parte de su territorio:
penillanuras rodeadas de barreras montañosas, con predominio de materiales
primarios (granito y pizarra) y formación geológica paleozoica que confieren a
nuestras dehesas y campiñas una morfología de grandes panorámicas, de amplios
espacios que se han mantenido ecológicamente preservados. Auténtica reserva de
la biosfera que ha de conjugarse con la productividad necesaria para “fijar”
población, que es uno de nuestros mayores retos de futuro, junto a la creación
de infraestucturas productivas en todos los sectores y en las vías de
comunicación.
¡Claro que somos un “hecho diferencial”! Con un
pasado de luchas y pesares, y un legado altamente valioso y peculiar. Con un
presente dificultoso y como de “reloj parado”, que ha de ponerse a funcionar.
Con un futuro que hay que diseñar conociendo y viviendo muy bien y muy de cerca
la realidad. Por eso, un eficaz autogobierno con competencias de legislación y
ejecución nos son tan necesarias como a aquellos que reivindican un mayor
alcance de las mismas por sus “hechos diferenciales”, que no son más (ni menos)
importantes que los que conforman nuestra identidad.
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