GALÁN
DE NOCHE EN EL RINCÓN DE LA VICTORIA Y
ESCAPADA A LOS ALREDEDORES
Moisés Cayetano Rosado
Cuando al dejar la autopista de Málaga a
Almería bajamos del coche en el
destacado “morro” que hay al sur de la Cueva del Tesoro, en Rincón de la
Victoria, nos sorprende un intenso olor a galán de noche, la blanca y
estilizada flor nocturna que ensancha los pulmones e invita a un paseo por
los alrededores, siguiendo su rastro.
Acantilados del Rincón de la Victoria |
Y esa
prominencia calcárea, de empinadas vertientes que retienen el avance del
mar, va coronada de un lado a otro por
serpenteantes escaleras que suben y baja siguiendo el capricho de las rocas.
Enfrente, el oleaje; detrás, las
urbanizaciones, presididas por una airosa torre
vigía musulmana; a un lado y otro la
playa del Rincón y de la Cala del Moral. Todo ello invitando a recorrerse
en un paseo, que podemos salvar en línea recta (en lugar de “trepando” por las escaleras rocosas) por una vía peatonal y ciclista excavada en la roca,
con trechos al aire libre y otros por
túneles, de monumental vistosidad.
Túnel del Rincón de la Victoria |
El lugar es sereno, tranquilo, apacible,
reparador. Puedes bajar a los
chiringuitos de la playa del Rincón para saborear los espetos de sardina,
asados sobre barcazas-barbacoas encima de la arena; probar comida de un puñado
de nacionalidades y terminar con helados deliciosos, cuidándose del de chocolate
negro, que es para paladares acostumbrados al 95% de cacao.
Cueva del Tesoro |
La mañana hay que reservarla para subir,
andando sin problemas, hasta la suave cima en que se encuentra la Cueva calcáreo-cuarcítica del Tesoro:
todo un descubrimiento, pues se trata de la única en Europa (hay otras dos en el mundo) de origen marino que
puede visitarse. Sus galerías submarinas, con columnas, gargantas, estalactitas
y estalagmitas, de origen jurásico, han sido habitadas desde la más remota
antigüedad, encontrándose útiles neolíticos, de época romana, musulmana…,
enredados en la leyenda de un “tesoro
musulmán/o romano” escondido, lo que llevó a los típicos buscadores de
fortuna a dinamitar algunas partes de la misma.
Teatro romano y Alcazaba de Málaga |
A
18 kilómetros, por la costa, podemos acercarnos a Málaga,
que siempre es un recurso delicioso para el turismo cultural. No solo por su
extraordinaria Alcazaba, militar y
señorial, guerrera y palaciega, sino por su variada oferta que va desde el
primoroso teatro romano a los pies
de la anterior, a los inigualables museos
(ruso, Pompidou, Picasso…), catedral…
rincones de callejuelas, airosas avenidas… y tentadora gastronomía de sus interminables
restaurantes siempre atestados de turistas.
Pero compensa volver al atardecer a las playas del Rincón y la Cala, porque el agua suave se templa y, aunque hablamos en pleno
otoño, algunos aún se atreven al baño, y todos al menos a meter los pies y
pasear por las orillas.
Cuando
el sol va poniéndose, se vuelve a levantar el olor de los galanes de la noche,
y queda perfumado el promontorio entre las playas, que
invitan al paseo de una a otra: ida por entre los túneles; vuelta, por las
escaleras de los acantilados, por ejemplo, “haciendo estómago” para la cena de
oferta variada.
Alcazaba y Peña de los Enamorados. Antequera. |
Dejando la ciudad, sus galanes y cueva, pero
sin perder de la mano el terreno rocoso de calizas sinuosa y cortes verticales,
hemos de acercarnos, 69 kilómetros al
noroeste, a Antequera. Población deliciosa como pocas: su plaza de toros con oferta de
bares-restaurante en el anillo envolvente; su calle del Infante don Fernando llena de iglesias y palacios renacentistas
y barrocos, hasta culminar en la Iglesia Colegial de San Sebastián y de ahí a
la Alcazaba musulmana. Empinada como
todas en un promontorio privilegiado, tiene como adosada la Real Colegiata de Santa María la Mayor,
extraordinario monumento renacentista, y un poco más abajo los restos de unas amplias termas romanas,
en uso desde los siglos I al VII de nuestra Era.
Tholos de El Romeral |
Dolmen de la Menga |
Torcal de Antequera |
Este viaje, iniciado con el olor a galán de noche, lo
terminamos en el Torcal de Antequera:
un paraje natural de 1.171 hectáreas, jurásico como la Cueva del Tesoro, pero
de formaciones pétreas al aire libre, erosionadas, modeladas por el viento y la
lluvia -tras emerger del mar-, tras la orogenia alpina de la era terciaria, que
originó las primeras gigantescas fracturas. Ellas siguen conformando un
panorama de estratos calizos
gigantescos, elevaciones extraordinarias y valles-gargantas, por donde
discurre el agua que sigue diferenciando este paisaje de elevaciones y bajadas.
Maravillosa historia y descripciones de los fantásticos lugares visitados.
ResponderEliminarSe ve en todo el relato la destreza del gran historiador y comentarista.
Felicidades Moisés
Muchas gracias, Araceli. Fue un gran viaje, con mis dos nietos mayores.
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