QUE NO SEA DEMASIADO TARDE
(con un
“desliz” al relacionar a Felipe V de España en la relación de reyes
portugueses)
Moisés Cayetano
Rosado
Doctor
en Geografía e Historia
El Duque de Alba,
Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, que fue nombrado Capitán General para la conquista de Portugal por Felipe II
-aspirante al vacante trono luso-, reunió sus ejércitos en Badajoz, dirigiéndose a Lisboa en junio de 1580. El 25 de agosto de 1580 venció a las fuerzas portuguesas
en la batalla de Alcántara,
frente a Lisboa, entrando triunfante en la capital del reino.
No estaban sus oponentes suficientemente preparados y
pertrechados, unidos y prevenidos, por lo que el avance por la línea de
penetración Madrid-Lisboa fue un “paseo
triunfal” que colocó en el trono portugués a los Austrias españoles,
reinando Felipe II de España (nieto por vía materna de don Manuel I de
Portugal) como Felipe I, al que seguirían sus descendientes Felipe III (II de
Portugal) y Felipe IV (III de Portugal).
Juan José de Austria (hijo
bastardo de Felipe IV), Capitán General del Ejército de Portugal, trató de
hacer algo similar en 1663, durante la Guerra de Restauração (1640-1668), en
que los portugueses se levantaron contra la monarquía, imponiendo la propia, en
la figura de don João IV, de la Casa de Bragança.
Pero el tiempo había pasado. Desde 1640 se había fortificado
“a la moderna” gran parte de esa Línea Madrid-Lisboa en la frontera lusa,
presentando una extraordinaria barrera. Ante la imposibilidad de tomar Elvas y Estremoz, avanzó hasta Évora -menos fortificada y pertrechada-,
que se rindió sin lucha. Animado por el éxito de la “correría”, volvió hacia
Estremoz para tomarla, pero ahora estaba cogido entre dos fuegos: el que le
venía de auxilio desde Lisboa y el de los ejércitos que había dejado atrás,
concentrados en el Cuartel General de Estremoz. En la “Batalla de Ameixal”, cerca de esta última población, el 8 de
junio de 1663, sería radicalmente derrotado, iniciándose el principio del
fin de la Unión Ibérica.
¿Qué enseñanza podemos extraer de estos dos tiempos
históricos sucesivos? Pues que no hay
una regla única en la estrategia militar, ¡ni en la vida social! Que lo que
vale para un momento: la sorpresa, la fuerza impositiva… no es útil para otro,
porque “enfrente” ya se les coge prevenidos y fortalecidos. Y que lo que se
ocupa, arrasa por violencia se nos puede volver contra nosotros sin remedio.
Por cierto, que algo a tener en cuenta por lo que hace a la
aplicación de “remedios” nos ocurrió en el caso de la pérdida de Cuba. A finales de 1897, el presidente del Gobierno
español, Práxedes Mateo Sagasta, a la vista de la masiva rebelión en la Isla,
que avanzaba arrolladoramente, decidió destituir al Gobernador de Cuba, capitán
general Valeriano Weyler, odiado por los nativos dado sus métodos represivos
inflexibles: creía que aún se estaba a tiempo de remediar una situación de
dilatados desencuentros, en que la apelación al diálogo fue desestimado como
una debilidad, incompatible con nuestro convencimiento de legalidad.
Con el general Ramón Blanco, su sustituto, se intentó una amplia autonomía y un
armisticio. Pero era tarde demás para un arreglo pacífico, por lo que la
lucha por la independencia continuó… aprovechándose los Estados Unidos de que
“la fruta estaba madura” para hincar el diente y entrar a recoger el botín de
una independencia “figurada”, que regentó hasta la revolución encabezada por
Fidel Castro casi sesenta años después.
¿Sirve para algo la historia? ¿Podemos extrapolar algunas
enseñanzas a estos momentos convulsos de nuestro tiempo presente?
¿Se puede actuar de manera
inflexible en un territorio para impedir una votación de cientos de miles de
personas, con unos pocos miles de fuerzas del orden, por mucho que se tenga la
orden judicial de impedirlo, sabiendo que se enfrentarán a una “muralla humana”
sólida y decidida, que se ha ido concienciando, preparando durante tanto
tiempo? ¿Se puede “imitar” al Duque de
Alba de 1580 con la estrategia de don Juan José de Austria de 1663?
¿No se impone una
reconsideración en que un gobierno autonómico reconozca su “huida hacia
adelante”,
“echando por delante” a una población polarizada hasta el extremo de la ruptura
social, la convivencia? ¿No debería convocar elecciones donde se exprese la
ciudadanía y ponga a cada uno en su lugar, dándoles la representación real que
en este momento crucial tienen?
¿Y no ha de ser lo mismo en
cuanto al gobierno de España, tras tanta cerrazón, falta de tacto, comprensión
de los momentos y de los escenarios? ¡Que los ciudadanos les demos, tras tantos “platos
rotos”, una nueva vajilla con que servir la mesa del futuro!
Sería terrible que con esa
torpeza,
esa falta de sabiduría política, de capacidad para la negociación y valentía
-¿por qué no se actuó antes y directamente contra los responsables políticos
gubernamentales autonómicos, y sí luego con la inmensa masa del pueblo?-, se vieran en la tesitura de Sagasta en 1897
(hace ahora precisamente 120 años). Podría ser demasiado tarde, y todos lo
sentiríamos sobremanera.
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