CASTILLO
DE LA YEDRA, CAZORLA: PARA TOMAR EJEMPLO
Moisés Cayetano Rosado
Subimos al castillo
de la Yedra, en Cazorla, dejando atrás una población triangular de
restallante blancor que se va cuajando de luces conforme se adentra la noche.
Además de la Torre del Homenaje, cuadrada y esbelta -tan destacada en el
paisaje-, existen otras dependencias
anexas, cercadas por la muralla almenada y parte de la barbacoa, todo ello
subido al monte que domina la ciudad.
Entramos a una visita guiada, que primero nos lleva
a unas dependencias de antiguo uso
residencial, donde se encuentra actualmente un museo etnográfico, de Artes y
Costumbres -con tres salas- tan bien dotado como pulcramente expuesto:
parece que fuésemos a faenar en la cocina, amparados por una gigantesca
chimenea, que al medio está dispuesta para el fuego. Utensilios de faenas
agrícolas y maquetas de molinos, así como una extensa colección de cerámica
completan el legado.
La
Torre del Homenaje también tiene tres estancias -una sobre la otra-, que componen
la Sección de Historia.
En
la primera está la capilla, presidida por un Cristo de
factura románica, de gran tamaño, rodeado de su apostolado: 12 óleos sobre
lienzo de estilo barroco, más una escultura de San Ambrosio, de este mismo
estilo.
En
la segunda estancia tenemos la Sala de Armas:
magnífica, portentosa en su disposición: recio mobiliario de madera (mesas,
sillas, sillones, arcones…) de los siglos XVI y XVII, rodeado de escudos con
armamento medieval (espadas, ballestas, hachas, alfanjes), armaduras completas
y -colgadas- cornamentas de cérvidos.
Ya en la
tercera nos encontramos con el Salón Noble, culminada por bóveda de
crucería gótica y ventanales de arcos apuntados, dotado también de mobiliario
renacentista y barroco.
Pero destaca en especial, en esta última
estancia, la rica colección de tapices
flamencos, de los siglos XVI y XVII (dos de ellos firmados por Ian Raes),
así como cuatro bargueños barrocos y un magnífico óleo de la Anunciación, así
como pinturas sobre tabla en puerta expuesta en uno de sus rincones.
Todo
ello dispuesto y distribuido con un gusto estupendo,
sin recargamientos, pero también sin que falte lo necesario para hacernos una
idea de la vida cotidiana de un castillo, desde sus elementos más humildes a
los más esplendorosos. Y presentados a “pase de revista”, con limpieza y
accesibilidad para el “curioso” visitante.
Viendo
este acertado tratamiento del espacio interior del castillo
-restaurado y ampliado en la época del Arzobispo D. Pedro Tenorio, a finales
del siglo XVI, para reforzar la frontera en la época de Muhammad V-, no puede uno sino sentir “envidia sana”,
recordando las posibilidades que tienen otros monumentos de similar porte, como
pueda ser el Castillo de Luna, de Alburquerque (http://moisescayetanorosado.blogspot.com/2014/05/la-magia-de-alburquerque-moises.html,
http://moisescayetanorosado.blogspot.com/2014/12/nueva-visita-al-castillo-dealburquerque.html),
cuyo ornato y presentación interior deja bastante que desear, restándole
prestancia.
Sería conveniente que los responsables de su
cuidado y valorización se dieran una vuelta por Cazorla, y ver algo que les
puede servir para tomar ejemplo.
Nosotros, caída
la noche, regresamos a la población, admirando finalmente este “triángulo” del
caserío, ahora silueteado por las luces de sus calles y casas, destacando
en su base las ruinas de la Iglesia renacentista de Santa María, edificada
sobre el río Cerezuelo, canalizado bajo una gran bóveda que la atraviesa por
completo (y que una tormenta en 1694 la colapsó, arruinando gran parte del
templo: ¡ese “ignorar” el discurrir de la naturaleza!).
Sí, de todo hay que tomar ejemplo para obrar
con sentido, gusto y precaución. Esa es otra lección que tomamos de la historia
y presente de Cazorla.
Muchas gracias, Moisés, por compartir con nosotros estos lugares tan interesantes
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