BELLAGARDE Y
SANT FERRAN, MAGNÍFICA INGENIERÍA MILITAR DE LOS SIGLOS XVII Y XVIII EN EL
PIRINEO ORIENTAL
Moisés
Cayetano Rosado
La
frontera pirenaica y zonas de influencia al norte (Francia) y al sur (España)
están “cosidas” de fortificaciones -como ocurre
con la luso-española-, siendo muchas veces una necesaria réplica “guerrera” unas
de otras.
Ese es el caso, al Este, del importante paso de
El Perthus/La Junquera, donde el antiguo
castillo medieval de los condes del Rosellón se convertiría en extraordinaria
fortificación abaluartada, al pasar la frontera española casi 100
kilómetros hacia el sur, por el Tratado de los Pirineos de 1659.
Casi un siglo tardaría en levantarse una formidable “contrapartida”, que se hará
a partir de 1753, con la construcción de Sant Ferran -en Figueres-, la
mayor fortaleza abaluartada de Europa.
FORTALEZA DE BELLAGARDE.
En la segunda mitad de la década de 1670 se
aborda el proyecto de construcción de la fortificación de Bellagarde, en el
paso de Le Perthus, bajo un proyecto fundamentalmente del Marqués de Vauban.
El
cuerpo principal se levanta con cinco baluartes, tres revellines (dos delante
de sus puertas -de Francia y de España-, y otro en medio, al suroeste).
Se dota de una segunda muralla interior con otros cinco pequeños baluartes,
dependencias para los 500-600 militares en tiempos de paz (duplicados en los de
guerra), cinco cisternas y un pozo de 63 metros de profundidad por 5 de anchura
excavado en la roca viva.
En
1674 fue tomada por los españoles, que
emplazaron su artillería en una prolongación del macizo granítico en que se
emplaza, al sur, por lo que al recuperarla al año siguiente se levantó allí un
fortín, en forma de hornabeque cerrado, que comunica con el cuerpo principal
mediante un camino cubierto.
Para vigilar y proteger montes cercanos se levantaron también tres reductos
exentos, artillados: del Precipicio (1668), de Panissars (1678) y de
Perthus (1693).
Un
siglo después, en 1793, volverá a ser tomado el conjunto al asedio por el
general español Ricardos, pero fue recuperado al año siguiente.
Más adelante, entre 1808 y 1813, albergará a las tropas napoleónicas,
manteniéndose posteriormente un regimiento hasta la I Guerra Mundial.
De
1936 a 1939 acogió fondos del Museo del Prado, a causa de la Guerra Civil española,
y en ese último año servirá como hospital para refugiados republicanos
españoles camino del exilio. También
sería utilizado por las tropas alemanas en la II Guerra Mundial, de 1943 a 1945.
En
la actualidad depende del municipio de Le Perthus, que lo
mantiene abierto al público entre mayo y septiembre. En el resto del año, hemos
de contentarnos con recorrerlo exteriormente, deambular por su fortín y alrededor
del reducto de Panissars, así como acercarnos al Cementerio Militar del S.
XVII, en medio de este conjunto, desde el que las vistas al abrupto relieve
pirenaico son espectaculares.
CASTILLO DE
SANT FERRAN.
El 4 de septiembre de 1753 se inician las obras
de la fortaleza de Figueres, bajo proyecto del ingeniero y general Juan Martín
Zermeño.
Cuatro
mil obreros trabajaron durante trece años para levantar esta formidable
maquinaria defensiva de Sant Ferran (nombre
dado en honor al reinante Fernando VI). Las complejas obras del interior se prolongaron
hasta finales de siglo, y aún así no fueron culminadas.
El
conjunto tiene al exterior tres hornabeques, dos contraguardias, siete
revellines y cinco galerías de contraminas. Rematan las cortinas seis baluartes
y tiene en su interior noventa y tres casamatas para alojamiento y servicios de
la tropa, nueve grandes edificios -extraordinariamente
confortables- para mandos y oficiales, inmensa nave de doble crujía para 450
caballos (impresionante instalación; una obra incluso superior a la del Fuerte
de la Concepción, de Aldea del Obispo en Salamanca, tanto desde su sólida y
bella construcción hasta todos los detalles de instalación y atención higiénica
a las caballerías) y ocho inmensas cisternas.
Para mantener operativo semejante recinto
hacían falta cuatro mil soldados. Solo cañones, eran 230 los que se disponían
en sus troneras.
No obstante, en 1794 capituló ante los franceses, y en 1809 fue ocupado por las
tropas napoleónicas, lo que le ha valido epítetos poco honorables como
“belle inutile”, que le dio el ejército francés.
En
1937, por la Guerra Civil española, acogió parte de la pinacoteca del Museo del
Prado y el 1 de febrero de 1939 sus caballerizas fueron lugar de reunión de las
últimas Cortes de la República, dando allí su último
discurso el Presidente D. Juan Negrín.
Posteriormente, como tantas fortalezas, sería
gran acuartelamiento y prisión militar. Ahora, desde 1997, está abierta al público, pudiéndose recorrer sus
instalaciones y museo con audioguía, y también guía personal e incluso recorrer
en 4x4 los fosos y en barca sus cisternas, cuando se forma grupo.
En su interesante
Museo se conservan diversas maquetas de fortalezas catalanas, armamento de
la Edad Moderna, así como más de 11.000 miniaturas militares. Y desde allí, las
vistas hacia todos los alrededores, nos hacen ver la importancia de la plaza no
solo como lugar defensivo y de concentración de efectivos sino de guarda y
llave del territorio catalán.
Espero que un día, semejantes obras
inigualables de precisión matemática, ingeniería militar y mérito artístico,
tengan tantos visitantes como nuestras más celebradas catedrales. Bien que se
lo merecen, por su grandeza, ingenio y belleza.
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