CORRALES DE
COMEDIA
MOISÉS
CAYETANO ROSADO
Los corrales
de comedia fueron un modelo de recintos para la representación teatral que
surgen en el siglo XVI, se desarrollan principalmente en el siglo XVII,
perviviendo en el XVIII (y residualmente dos siglos más).
Venían a ser grandes patios interiores de
edificios vecinales, posadas y mesones propios de las grandes ciudades
españolas, y en las zonas rurales corralones de casas de labriegos. Allí se
ponía en escena la dramaturgia del Siglo de Oro español, siendo los autores más
representados Lope de Vega, Calderón de la Barca y Tirso de Molina, pasándose
de la tragedia al drama, a la comedia, y de la representación religiosa a las
obras profanas, ganando variedad, desenfado y adeptos la representación
pública.
En cierto modo, cumplían una función de
socialización, de encuentro vecinal, llegando incluso a ser una especie de
“foro de opinión”, fundiendo lo que se representaba con lo que se vivía, algo
no podía ser del agrado de las autoridades, aunque Felipe III y Felipe IV los
apoyaron decididamente.
Oficialmente se decreta el cierre de estos
corrales de comedia en el siglo XVIII, dando paso a los edificios específicos
de representación, a la manera italiana, primero de tipología renacentista y
luego barroca y rococó, algunos de gran vistosidad y lujosa monumentalidad.
Famosos fueron en la Edad Moderna los corrales de Valladolid, Valencia, Toledo,
Granada…, si bien destacaban los de Madrid,
y dentro de la capital el popular Corral de la Pacheca, administrado
por la Cofradía de la Pasión, institución de beneficencia pública, que obtenía
importantes recursos de las representaciones teatrales. A él sucedió en
importancia el Corral del Príncipe, cercano al anterior, que pasa a
remodelarse en 1745, llamándose Teatro del Príncipe; en 1802 -tras incendiarse-
se convierte en el Teatro Español, entrando en funcionamiento en 1849, y
manteniéndose con remodelaciones hasta la actualidad.
Plaza emblemática de Almagro. Ciudad que conserva en activo su Corral de Comedias. |
La frescura, espontaneidad, mezcla de grupos
sociales que se daban en los corrales de comedias, se perdieron en los teatros
aparatosos de los siglos XIX y XX. Pero en los pueblos, nuestros pueblos
pequeños y olvidados, se conservaron con su frescura y espontaneidad, incluso
en los años oscuros del franquismo.
Llevábamos nuestras sillas de casa, y
llenábamos de algarabía los corrales de piedra y tierra de la vecindad, disfrutando
con el voluntarioso hacer de unas compañías nómadas que improvisaban
actuaciones, con base a unos libretos que heredaron de nuestra época brillante,
la del Siglo de Oro y de la Ilustración.
La modernidad del “desarrollismo” fue haciendo
que esta afición comunitaria se reemplazara por otras diversiones. El cine y la
televisión ocuparon el hueco de aquellos corralones y su bullicio comunitario,
popular. Hoy en día, con los ordenadores, los superteléfonos/supertodos, etc.,
las nuevas generaciones ni podrán imaginarse lo que supusieron esos recintos
tan humildes y aquellas comedias que encendían nuestras vidas.
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