DE
ARROYOMOLINOS A MONTÁNCHEZ, EL ASCENSO A LAS FUENTES DEL AGUA
Moisés Cayetano Rosado
Del mismo modo que un paseo por la Serra d’Ossa,
en el centro de Alentejo, nos llevaba a un tesoro de la naturaleza que, aun no
siendo totalmente rayano, es frecuentado por los que viven en la Raia/Raya, deambular por la Sierra de Montánchez es
como completar la “otra cara del espejo”, igualmente envidiable.
Y entre las muchas rutas que podemos hacer en
busca de esos tesoros que una malentendida “desruralización” no ha conseguido
eliminar -¡pese a su empeño!-, está una atractiva
caminada entre Arroyomolinos y Montánchez, siguiendo precisamente la Garganta de los Molinos, que tras
siete kilómetros ascendentes nos deja de la primera en la segunda localidad.
Inmediatamente que salimos por el noroeste de
la primera, se nos presenta la imagen sucesiva de los molinos que nos sirven de guía en la ascensión durante más de tres
kilómetros. Serán una treintena de construcciones, presentando una misma
estructura, aunque varios han perdido algunos componentes, especialmente la
casa de molienda, y otros han sido reconstruidos, pero dejados ya en lamentable
abandono.
De
origen romano en buena parte, ha ido completándose el conjunto hasta el siglo
XIX, manteniéndose en uso hasta los años sesenta del
pasado siglo. Su tipología viene dada por la pronunciada pendiente del valle,
que facilita la caída del agua desde una charca de embalsamiento en cada uno, a
la que sigue un recio canal que acaba en un brocal de pozo con profundidad de
unos 4 metros hasta la piedra de moler, en el cuarto o casa de molienda.
El
agua que sale de cada uno es aprovechada por el siguiente, en esa sucesión como
de cuentas de un rosario, de la que vamos disfrutando
siguiendo una empinada vereda sinuosa, a cuyos lados se aprieta el matorral de
jaras y retamas, escobas blancas y amarillas, tomillo, esparragueras. Las conducciones están labradas en piedra
de granito y el terminal circular parece suspendido en el aire, abierto
siempre al valle como una garita descubierta de fortificación.
Cuando hemos ascendido a los últimos molinos,
la visión hacia el sur nos descubre un impresionante
paisaje de valle fluvial en “V” abierta -excavada por riachuelos, torrenteras-,
de donde afloran bolos de granito a veces gigantescos. Y al fondo la explanada
de Cornalvo, la espléndida dehesa de encinas y alcornoques que nos lleva hasta
Mérida.
Más arriba de esta Gargantea de los Molinos, conforme ascendemos, se nos presenta
otra obra humana levantada con el esfuerzo y el tesón increíble del que sabe
sacar el mínimo producto a la tierra: bancales
graníticos que más parecen amurallamientos sucesivos, apretados. Así crean rellanos
que posibilitan la presencia de olivos muy cuidados, donde la naturaleza de por
sí no lo permitirían, o al menos no iba a facilitar su explotación.
Aquí las
veredas se han convertido ya en caminos empedrados, que facilitan el acceso
motorizado y la explotación de huertos, regados por abundantes torrentes,
manantiales y fuentes que brotan de continuo.
Subiendo
un poco más, pasamos a un terreno remansado, prácticamente
llano, amparado el camino por altos muros de piedra que delimitan pequeñas
propiedades, en cuyo acceso encontramos
portales monumentales, estructuras adinteladas techadas con lajas de granito y
vigas de castaño, que albergan olivos, vides y plantaciones hortícolas en
su interior.
Ya
cerca de Montánchez, un bosque de castaños, apretados como si fuera una
alameda, nos acompaña casi hasta la visión del castillo
portentoso de la ciudad. El camino, umbrío, tiene en sus muros de granito
pegados musgos, líquenes, ombligos de Venus… que le dan un aire irreal, como si
fuera un paisaje elaborado por nuestra fantasía.
Y al
final, coronando un picacho elevado a más de 700 metros sobre el nivel del mar,
el castillo medieval, abrazado por el caserío encalado y de techumbres
rojas, precedidos de más bancales que resguardan higueras, vides y olivos.
Arriba planean las águilas. Abajo vuelan
oropéndolas, currucas, ruiseñores, picapinos. Deambulan deprisa por el
sotobosque los mirlos y también alguna culebrilla. Montánchez nos aguarda con sus tentadores anuncios de jamones y
chacinas envidiables, curados por el aire puro de la sierra.
Hay que lamentar, eso sí, que no esté bien
cuidada la señalización de la ruta y que estén sometidos a sistemático abandono
esos tesoros patrimoniales que constituyen los molinos en cascada, maltratados
por el hombre y el tiempo.
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