LA IRRECUPERABLE POBLACIÓN DE
EXTREMADURA
Moisés Cayetano Rosado
Doctor en
Geografía e Historia
Cuando
hacía mis investigaciones de tesina de licenciatura y tesis doctoral sobre los
movimientos migratorios extremeños en el desarrollismo español (1961-1975),
analicé la evolución de la población extremeña a lo largo del siglo XX y ya
entonces veíamos claro que el declive demográfico extremeño iba para largo.
Desde
1900 hasta 1960, el crecimiento poblacional había sido siempre ascendente:
comenzamos el siglo con 882.410 habitantes y llegamos a ese “arranque” del proceso
migratorio masivo con 1.406.329 residentes en la región. Pero a partir de ahí
comenzó el declive. En los quince años de la “riada migratoria” perdimos casi
la mitad de nuestra población, con lo que a pesar del crecimiento vegetativo de
esos años del “boom de nacimientos” y moderadas bajas por defunción, en 1975 no
subíamos de 1.100.000 censados en Extremadura.
Iniciamos
la década de los años sesenta con un crecimiento vegetativo superior a la media
nacional: 13’36 por mil, frente al 12’7 estatal, pues éramos aún la población
con más índice de juventud de España. Sin embargo, al cesar la sangría
migratoria por la crisis mundial de 1973, ya se había invertido la tendencia:
España mostraba un crecimiento vegetativo de 10’4 por mil y Extremadura de
5’35. Se nos habían marchado los más jóvenes, en edad de generar reemplazo
poblacional, quedando en nuestro suelo la población más envejecida del país.
La
esperanza estaba en el retorno. Un utópico retorno de emigrantes y sus hijos a
una tierra que, aunque tímidamente, legisló algunas disposiciones para
facilitarlo (incentivos de auto-creación de empleo, acceso a reserva de
viviendas protegidas…). Pero era claramente insuficiente, pues faltaba lo
esencial: puestos de trabajo, oportunidades reales de desenvolvimiento.
Ni
siquiera el hecho de la jubilación de aquellos emigrantes ha supuesto con los
años un retorno masivo a los lugares de origen, a no ser por temporadas, con
regreso a los lugares de adopción: allá quedaron “anclados” sus hijos y demás
descendientes, que es donde han desarrollado su vida laboral y familiar, y
donde las siguientes generaciones se sienten identificadas, viendo a esta
primitiva tierra de sus ancestros como un lugar a lo más vacacional, cada vez
más distanciado.
De
esta forma, al finalizar 2016, la población extremeña no es más que de
1.077.715 habitantes, muy parecida a la que teníamos en 1920, a pesar de que
España pasó en esos años de 21.388.551 a 46.468.102 habitantes, o sea más que a
duplicarse. Con el agravante de que nuestro crecimiento vegetativo en 2016 es
ya alarmantemente negativo: -2’24 por mil (el de España casi permanece plano:
-0’005).
Aún así, hay otro elemento que obra en contra de la
estabilidad poblacional: antes de la crisis de 2008 teníamos en nuestra región
más de 50.000 inmigrantes extranjeros, que ahora, a finales de 2016, han
descendido a 34.000, siguiendo la misma dinámica que el resto del país, donde
llegó a haber 5.747.734 residentes en 2010, siendo en la actualidad 4.418.898.
Con todo, España tiene una densidad poblacional de 92’14
habitantes por kilómetros cuadrado, en tanto Extremadura solo alcanza 25’92,
poco más de una cuarta parte porcentual, cuando antes de aquella sangría de los
años sesenta -donde está el origen de nuestro “viaje sin retorno a la
desertificación poblacional”- España apenas subía de los 60 habitantes por
kilómetro cuadrado y Extremadura tenía 33’15: más de la mitad porcentual.
¡Siempre hemos un territorio significativamente despoblado, pero no en estas
proporciones!
¿Y cuáles son las perspectivas para los próximos años? La
población depende esencialmente (salvo catástrofes y guerras) de los siguientes
factores: índice de natalidad, índice de mortalidad (que dan entre ambos el
crecimiento vegetativo); emigración hacia el exterior e inmigración desde fuera
(cuya diferencia es el saldo migratorio). Los primeros, factores naturales, y
los segundos esencialmente laborales.
La natalidad en Extremadura apenas supera los 8’1 nacidos por
mil habitantes; la mortalidad sube del 10’5 fallecidos por mil. O sea, un
crecimiento vegetativo negativo de 2’4.
La emigración de nuestros jóvenes en busca de un trabajo
fuera de nuestras fronteras también está creciendo, así como el retorno de
inmigrantes, siendo entre ambos la cifra mayor que la de inmigrantes: el saldo
migratorio negativo de los últimos años viene siendo entre 2.000 y 3.000
personas anuales.
Ante ello, las perspectivas en los próximos 10-15 años serán
de una pérdida de entre 30.000 y 50.000 habitantes, lo que nos llevaría a muy
poco más del millón de residentes… y aún más envejecidos. Destino que
compartimos con las regiones menos desarrolladas de Europa, de esta Europa
mediterránea que perdió su “capital humano” en la aventura migratoria, pero que
no supo, no pudo o no le dejaron compensar este revés poblacional, que
enriqueció con “savia nueva” a otras regiones y a la Europa Occidental.
La recuperación
poblacional, el desarrollo tecnológico y productivo, de los transportes y las
comunicaciones, son los retos del futuro. Urge una política de reequilibrios
regionales y justa compensación a la deuda adquirida con las tierras
descapitalizadas en lo material y en lo humano, para dejar de ser proveedores
de mano de obra barata y solar de una “tercera edad” cada vez más representada
en las estadísticas.
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