PORTUGAL ARDE
Al norte del Tajo, yendo de Portalegre a
Coimbra, me encuentro con una situación terrible: desde Gavião ya se ve el efecto
devastador de los incendios.
Llegando a São Pedro do Esteval se hace la
inmensa nube blanca -que se alza desde el suelo- más trágica. En Proença-a-Nova
se ve el fuego, las cenizas humeantes, el discurrir de camiones de bomberos,
avionetas, retenes en las carreteras; el susto en la gente de las aldeas que
son desalojadas.
Más y más terreno calcinado acercándonos a
Pedrogão Grande (donde hace tan poco ocurrió la tragedia con tantas víctimas
mortales, que aún se cuentan). Y allí, entre lo quemado de hace unas semanas,
la vida vegetal renace: helechos y eucaliptos devuelven la vida que los
hombres, seguramente con intención espuria, quitan sin templar y sin
remordimientos.
Portugal arde intencionadamente y sus bomberos
voluntarios, su gente, se juegan la vida, que unos malvados no tiemblan en
quitarles, y otros innombrables no son capaces o no quieren atajar la
situación.
En tanto, enormes camiones se llevan la madera
de inmensos árboles que ardieron, y en algunos lugares vemos de nuevo
replantaciones de eucaliptos que un día más adelante seguramente volverán a
incendiarse.
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