CERVANTES,
RESENDE, CAMÕES Y EL USO DE LA ARTILLERÍA
Moisés Cayetano Rosado
El 23 de
abril, Día Internacional del Libro, conmemorábamos el fallecimiento (más
exactamente enterramiento) de Miguel de Cervantes, con lo que en distintos
ámbitos hemos dado un repaso a su “Don Quijote de la Mancha”. Y como, por otra
parte, estamos con el ajetreo de la organización de las “VI Jornadas de
Valorización de las Fortificaciones Abaluartadas de la Raia/Raya luso-española”
-a celebrar en Almeida los días 29 y 30 de este mismo mes-, me he detenido en
su Capítulo XXXVIII de la Primera parte: “Que trata del curioso discurso que
hizo don Quijote de las armas y de las letras”.
Allí podemos
leer un párrafo curioso: Bien
hayan aquellos benditos siglos que carecieron de la espantable furia de
aquestos endemoniados instrumentos de la artillería, a cuyo inventor tengo para
mí que en el infierno se le está dando el premio de su diabólica invención, con
la cual dio causa que un infame y cobarde brazo quite la vida a un valeroso
caballero, y que, sin saber cómo o por dónde, en la mitad del coraje y brío que
enciende y anima a los valientes pechos, llega una desmandada bala, disparada
de quien quizá huyó y se espantó del resplandor que hizo el fuego al disparar
de la maldita máquina, y corta y acaba en un instante los pensamientos y vida
de quien la merecía gozar luengos siglos. Y así, considerando esto, estoy por
decir que en el alma me pesa de haber tomado este ejercicio de caballero
andante en edad tan detestable como es esta en que ahora vivimos; porque,
aunque a mí ningún peligro me pone miedo, todavía me pone recelo pensar si la
pólvora y el estaño me han de quitar la ocasión de hacerme famoso y conocido
por el valor de mi brazo y filos de mi espada, por todo lo descubierto de la
tierra.
En tan
larga reflexión podemos ver el ideal del caballero medieval, apegado al
enfrentamiento “cuerpo a cuerpo”, confiando en la fuerza de su brazo y su
pericia, y contrapuesto al uso de la pirobalística (armas de fuego), en
frenético desarrollo, que dará origen al levantamiento de fortificaciones
artilleras y abaluartadas, pegadas al terreno como caparazón de crustáceo,
dejando atrás el modelo de castillo altivo, soberbio en su altanera esbeltez,
pero vulnerable a los tiros de cañón.
Esta primera parte de El Quijote sería
publicada en 1605, cuando ya la artillería en auge suplantaba en el
enfrentamiento bélico a la caballería, con lo que el valeroso y ensoñador “Caballero
de La Triste Figura” aparece como un romántico “desfacedor de entuertos” que
induce a la chacota por parte de los que lo contemplan. Los tiempos estaban
cambiando, pese al ideal heroico de la caballería andante, que había perdido su
lugar, cediendo el paso a la artillería, tanto ofensiva como defensiva, de gran
aparataje en maquinaria y personal a su servicio.
Pero incluso 90 años antes encontramos un
lamento muy similar en el gran poeta de Évora García de Resende, que en su
“Cancioneiro Geral” escribe:
Não deixa de aver agora
tais homes como passados
mas se são avantajados
são mortos em uma hora
antes de ser afamados:
que a muita artilharia
destroy a cavalaria,
e depois que se usou,
nos homes se não falou
como dantes se fazia
¡Parece
que Cervantes conociese la obra de Resende, porque la idea es la misma, con el
mérito para el poeta portugués de que la escribió en los comienzos de la
generalización de las armas de fuego, de comienzos del siglo XVI!
Entre
la sin par novela y el extraordinario cancionero, se nos ofrece otra obra
inmortal donde la transición de la neurobalística (maquinarias de guerra por
tensión de cuerdas) a la pirobalística (armas de fuego, como quedó dicho) está
presente en multitud de sus magníficos versos. Me refiero a “Os Lusíadas”
(1572) de Luis de Camões. Nótese la fuerza de la artillería descrita brevemente
en estos versos de su de su “Canto Primero, estrofa 68”:
As bombas vêm de fogo, e
juntamente
as panelas sulfúreas
tão danosas;
porém aos de Vulcano não
consente
que dêem foog às
bombardas temerosas
O del último, “Canto Décimo, estrofa 36”:
Raios de fogo irão
representando,
no cego ardor, os bravos
domadores
quanto ali sentirão
olhos e ouvidos
é fumo, ferro, flamas e
alaridos
Son
tiempos de cambio. Y de resistencia al cambio, de nostalgia por la “valerosidad
caballeresca” diluida en el fragor artillero, De admiración ante los “rayos de
fuego” que sustituyen al agudo entrechocar de las espadas y el lanzamiento de saetas
o pedruscos desde la tensión de las catapultas, que van quedando atrás como los
castillos verticales -obstaculizadores del asalto-, sustituidos por las
fortalezas agazapadas en el terreno, a salvo del fuego enemigo, y dotadas de
profundas aberturas para cañones cada vez más potentes.
Volvamos
hoy, tras el “fragor” del Día del Libro, en el reposo y tras el impulso de las
efemérides, a nuestros grandes clásicos de la transición en el arte de las
armas, que tanto inspiraron sus obras monumentales, hasta hacer parte
consustancial de las mismas. Nosotros trataremos de desentrañar, entre otras
muchas cosas, en esas Jornadas que se nos avecinan, sus consecuencias y el
legado que suponen para la Historia y el Arte de nuestros rayanos territorios.
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