De Madrid a Collioure, con parada y fonda en
Barcelona (III)
DEL PARQUE GÜELL AL CAMP NOU DE BARCELONA
Cuando paramos
de mañana en la Estación de metro de Lesseps, camino del Parque Güell, al norte
de Barcelona, mi nieto Marco tiene suerte: encontramos un bar donde sirven
churros con chocolate (que después veremos, y comeremos, en diversos lugares de
la ciudad); mi otro nieto, Moi, prefiere la butifarra catalana y el café con
leche, que tampoco están mal. Y ya, ¡quedamos bien dispuestos para un día de
mucho caminar!
Las aglomeraciones en el Parque Güell están
aseguradas todo el año, como cualquier cosa que “suene” a Gaudí. Pero el
espacio general es suficientemente amplio como para albergar a miles de
turistas que deambulamos de un lado para otro. Las 18 hectáreas de este Patrimonio de la Humanidad (como lo es
también la Sagrada Familia, que habíamos visto, y las Casas Milà y Batlló, del
Paseo de Gracia, que veremos después), propiedad del rico empresario Eusebi
Güell, fueron acondicionadas por el
artista entre 1900 y 1914, y en ellas derrochó su gran imaginación hasta
extremos delirantes, constituyendo la “balconada”, el mirador escalonado (con desnivel de 60 metros) hacia la urbe
barcelonesa más cautivador que podamos contemplar.
La
rejería de la entrada baja -inspirada en las deshilachadas hojas
de palmito- da acceso a una azulejería
multicolor, con fuentes escultóricas, que
desembocan en gigantesca galería con 86 columnas en estilo dórico, arriba
de la cual tenemos el primer gran mirador: plaza de 2.694 m2, polivalente como
zona de celebraciones.
Subiendo
por las escaleras laterales, vamos ganando terrazas,
salvando diversos viaductos de ladrillos, revestidos de piedra rústica, de
columnas inclinadas, irregulares, y bóvedas de cañón igualmente deformadas,
evocando los estilos románico, gótico y barroco, tan del gusto de Gaudí. Pabellones, palacetes, casas de diversas
facturas, completan un conjunto sobresaliente.
Así, con esta lección de estilo artístico
peculiar, es fácil encontrar en esa columna vertebral que constituye el Paseo
de Gracia los dos grandes edificios emblemáticos del singular arquitecto. Y no
solo por las colas de turistas que aguardan para entrar y los que los
fotografían sin descanso, sino por la singularidad de sus fachadas: la Casa Milà, a la izquierda según bajamos
a la Plaza de Cataluña, popularmente conocida como “la Pedrera”, de 1906-1912,
haciendo chaflán con la calle Provenza, grandiosa, curvilínea, profusamente
abalconada, de grandes chimeneas sinuosas, en color blanco como todo el
conjunto; un poco más abajo, a la derecha, la
Casa Batlló, de 1904-1906, con fachada floreada, multicolor, igualmente de
curvilíneas balconadas adelantadas, que cuando la vimos por la noche parecía
que estuviéramos ante una casita encantada de cuentos infantiles.
Bajando a la elegante Plaza de Cataluña, claro, hay que hacer un alto en el Corte Inglés:
ya sabemos… ¡las zapatillas de moda! Pero la multitienda que las atesora está
un poco más abajo, en la Puerta del
Ángel. No obstante, las zapatillas que buscábamos no íbamos a verlas allí
sino en una de las tiendas del antiguo coso taurino de la Plaza de España,
lugar que hace las delicias de los “consumidores”.
Estando ya en el meollo del Casco Antiguo de
Barcelona, es preciso recorrer con calma
el Barrio Gótico, volver a la Catedral, a la Plaza de Sant Jaume, a las Ramblas
para disfrutar -siendo la hora de la comida- de la oferta variada del Mercado
de la Boquería, tan repleto de bares-restaurantes (¡y abarrotados de clientes!),
con puestos de toda clase de zumos refrescantes a un euro o euro y medio el
vaso largo con pajita.
Luego es cuestión de bajar aún más, cerca de
la Vía Layetana, hacia lo que para mí es
uno de los templos más fascinantes que conozco: la Basílica de Santa María del
Mar, magnífico ejemplo del gótico catalán, del siglo XIV: imponente en su
reciedumbre, en su extraordinaria altura que alcanza los 33 metros en la nave
central (lo mismo que su anchura, teniendo a lo largo 80 metros); edificio de
tres naves, sin crucero, con amplio deambulatorio, todo cubierto con bóveda de
crucería sostenida por dieciséis columnas octogonales de 1’6 metros de grosor.
Muy cerca, hacia el noreste nos topamos con el antiguo Mercado del Born y a
continuación el Parque de la Ciudadela. El Mercado del Born fue construido a partir de 1871, en estructura
metálica, con la finalidad de albergar los puestos que desde la Edad Media
habían estado presentes en la zona y fueron arrasados para construir la gran
Ciudadela que ideó Felipe V en 1715 para dominar la ciudad que se había opuesto
a su proclamación.
El
mercado estuvo activo hasta 1971, acometiéndose su rehabilitación en 2013,
siendo en la actualidad un centro de exposiciones
permanentes y temporales, una memoria de lo que fueron y significaron los
mercados históricos de la ciudad, al tiempo que -en su zona central- un espacio arqueológico donde contemplar los
restos de viviendas y mercado arrasados al levantar la Ciudadela.
Ahora paseamos por lo que fue esa fortaleza abaluartada de cinco puntas con
cinco revellines (inmenso pentágono de 28’6 hectáreas), levantada entre 1715 y
1751, y derribada durante la Revolución de 1868. Parece que estuviéramos en
el Retiro madrileño: todo verdor, arboledas, palacetes y también una laguna
donde podemos remar a placer con barquitas similares. Cientos de personas,
incluso en bañador y bikini, toman el sol, ajenos a tiempos duros de represión
y miedo.
En fin, un día ajetreado que terminamos cerca de nuestro lugar de
alojamiento: en el Camp Nou, Estadio del
Fútbol Club de Barcelona -al oeste de la población-, que es un complejo
futbolístico y de tiendas donde venden todo tipo de “aparejos” deportivos, con
unos precios que se suben por las nubes. ¡No en vano mandan allí los de Qatar!
Moisés
Cayetano Rosado
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