YO HABLÉ
CON LOS REYES MAGOS
Retrato de por aquellas fechas |
Sigo llamándola Mariquita, como ella a
mí me llama Moiselito todavía, cincuenta, sesenta, más años después.
Mariquita tenía en la entrada de su casa
todo un mundo de ensueño y fantasía, desde donde un día yo pude hablar con los
Reyes Magos una tarde de frío y de ilusión.
Ella le dijo a mi madre: “Trae al niño,
que los Reyes lo están esperando”. Yo estaba allí, en mi casa, en la casa de al
lado de la Centralita de teléfonos, y di un salto hacia la pequeña cabina donde
agarré con las dos manos el auricular, enorme y negro, pesado como el mundo.
Al oído me llegaba la voz serena y pura
de uno de los tres Reyes, que me interrogaba con dulzura: “¿Has sido bueno?”.
¡Claro que había sido bueno!, y se lo dije todo temeroso de que no me creyera.
“¿Obedeces siempre a tu madre y a tu
padre?”. “¡Siempre!”, le respondí, todo encogido.
“¿Y a tu tía?”. ¡Por supuesto que
también a mi tía!
“¿Y en la escuela? ¿Eres obediente y aplicado?”.
Lo primero era muy fácil de contestar con toda la seguridad del universo:
¡cualquiera se resbalaba ante la vara del maestro! Lo segundo había que
asumirlo, para que los señores Magos no se contuvieran en su largueza.
Salí de allí maravillado de la voz tan
parecida a la de Mariquita de los Reyes de Oriente, pero todo convencido de que
iban a ser generosos a la hora de pasar por mi ventana.
¡Y tanto que lo fueron! Allí, al lado de
mi cama, estaban las tiendas de los indios, su amenazante presencia de
plumajes, arcos, flechas y machetes; allá también los pistoleros de caballos al
galope, con rifles y sombreros, pistolas al cinto y arrogancia.
¡Qué fácil pasar los días, las tardes de
tedio y de radionovelas, montando fabulosas batallas decisivas, en tanto los
mayores lacrimeaban con los seriales radiofónicos y las fotonovelas que traían
Leandra y su hija Laudina.
¡Ay, aquellos irrompibles muñecos de
fabuloso plástico verdoso! Con ese magnífico tesoro pasé muchos días de confinamiento
infantil en mi pueblo. Un pueblo que empezaba a despoblarse de vecinos, camino
de otras tierras como unos nuevos reyes: en vacaciones venían con regalos ya
más sofisticados, pero nunca tan mágicos como los que espléndidamente me
llevaron los Reyes telefónicos invocados por mi vecina Mariquita.
Moisés Cayetano Rosado
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