EL ANUNCIO
EMOCIONAL DE LA LOTERÍA DE NAVIDAD
Moisés Cayetano
Rosado
El spot publicitario que actualmente se emite
sobre la lotería de Navidad es una auténtica obra maestra. Una obra maestra de
la publicidad, que es a lo que aspira cualquier publicista y cualquier pagador
de publicista, porque el anunciante lo que busca, claro, es la eficacia, la
venta de su producto de forma contundente, masiva, provechosa.
El casi indigente que no ha podido comprar un
décimo de lotería en el bar, vuelve a él derrotado en medio del jolgorio de los
parroquianos, que han sido agraciados con el premio gordo. Le atiende el mismo
que le ofreció la suerte rechazada y al preguntarle que cuánto le debe por el
café recibe como respuesta que 21 euros. Ante su sorpresa, le aclara: 1 euro
por el café y 20 por esto (se refiere al décimo premiado, que le ha guardado
desde que se lo ofreció en un sobre a su nombre). Llantina, emoción,
solidaridad, compañerismo, alegría compartida.
La pieza cinematográfica es magnífica. Los
escenarios (la casa desolada de este pobre de pedir, por lo que hace a su
aspecto. El bar rebosante de alegría y cava). Los planos generales de la
celebración suertuda; planos medios del indigente y su mujer, o del indigente parroquiano
con el dueño del bar; primeros planos del protagonista; primerísimos planos de
sus ojos llorosos… Los colores oscuros de la contrariedad primera; los claros,
brillantes de la “gracia” sobrevenida. El maquillaje, la vestimenta… El
brevísimo guión de palabras medidas, mínimas, sostén de las escenas, que lo
dicen todo por sí solo…
Hay que darles un diez a los creadores. Máxima
nota, como a los publicistas de la ONCE. ¿Se han dado cuenta de que los
hacedores de anuncios relacionados con la suerte, el azar, son los mejores? Van
a la inteligencia emocional, al sentimiento profundo de compasión y de
solidaridad, que late en nuestro interior, por mucho que la vida y su dureza
nos lo haga ocultar en la lucha cotidiana. Al deseo de cambio para bien en
medio de la mediocridad y las dificultades del día a día.
Todo muy bien, muy noble y loable. Pero no hay
que olvidar el mensaje subliminar que subyace debajo del spot: compre, compre,
compre. No deje pasar la suerte, que se puede quedar viéndola en las manos de
los demás, mientras a usted se le ha escapado, por su falta de fe, su falta de
esperanza… en este caso compensada con la caridad, que no siempre estará tan
cristianamente ahí.
Con la crisis, ese grupo importante,
mayoritario, de consumidores de juegos de azar, de cupones, loterías,
primitivas, etc. que está constituido por los que rozan las necesidades
primarias y se las ven y desean para llegar a fin de mes, ha ido restringiendo
el gasto en estos menesteres. Es una clientela necesaria que “peligrosamente”
recorta su aportación. Y, claro, hay que atraerla, ganársela, mandarles el
recado de que ésta es su oportunidad para salir de los apuros, de las
dificultades, e incluso de la miseria. Aunque sea apretándose también por esto
el cinturón, arañando a sus recursos menguadísimos la aportación para soñar,
para mantener por unos días, unas horas, la ilusión.
La publicidad es eso: emotividad, impulsos,
sueños, toques malabarista para estar más guapos, atractivos, seductores…, para
lograr fajos de euros a cambio de un billete “que a cualquiera le sobra”. Para
engrasar el motor de la sociedad de consumo que se autoabastece por su misma
generación de necesidad de consumo. Y por la suerte remota que, seguro, esta
vez sí llama a nuestra puerta. ¡Ale!, a comprar la lotería, que ya estamos
todos con la botella de cava o de champán duchándonos en la mañana fría del 22
de diciembre.
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