lunes, 24 de noviembre de 2014

EL CASTILLO DE MONTJUIC EN BARCELONA: LUGAR DEFENSIVO, OFENSIVO, DE REPRESIÓN, DE OCIO Y DE CULTURA
Moisés Cayetano Rosado
Con el inicio de la Revuelta de los Segadores (1640) comienza a construirse el Castillo de Montjuic, en torno a la torre atalaya existente en lo alto de la montaña. Construcción defensiva que no impidió su toma por los ejércitos de Felipe IV en 1652.
Una refortificación del mismo va a tener lugar a finales del siglo XVII, a causa de los asedios marítimos de esas fechas, construyéndose una ciudadela, tres baluartes y una línea de redientes orientada hacia el mar.
Con la Guerra de Sucesión a la Corona española iniciada en 1701, volverá a tener nuevo protagonismo, al inclinarse Cataluña a favor del archiduque Carlos de Austria, en contra de Felipe V de Borbón. Las hostilidades se manifestarán en el año 1705, prolongándose hasta el final de la guerra, en 1714. El Castillo será un bastión de la defensa borbónica, en cuyo poder estaba, aunque muy brevemente, pues fue conquistado en octubre de 1705. A ello seguirá nueva ocupación borbónica en la primavera de 1706, otra retirada inmediata y una nueva ocupación -ya definitiva- por las tropas de Felipe V en septiembre de 1714.
Todas estas acciones de defensa y ataque -primero de la corona española de los Austrias (mediados s. XVII) y luego de los Borbones (principios s. XVIII), frente a independentistas o contrarios a la nueva dinastía de origen francés-, llevarán a una consideración del castillo de Montjuic de Barcelona como un elemento defensivo de primer orden, acordándose su remodelación y reforzamiento, que dotaría a partir de 1751 al castillo de una extraordinaria fortificación abaluartada. Prácticamente es la que nos ha llegado hasta nuestros tiempos.

El proyecto es del ingeniero militar Juan Martín Cermeño, y está constituido por un trapezoide adoptado a las curvas de nivel de la montaña. Tiene dos baluartes flanqueando la cortina de la puerta de entrada (de puente levadizo sobre el foso perimetral), dos largas cortinas laterales con profundo terraplén formando abruptos glacis, y hornabeque con revellín al medio en el extremo opuesto (zona suroeste) a la puerta de entrada. En 1799 se culminarían las obras, pero sus soberbias defensas no fueron obstáculo suficiente como para que durante la Invasión Napoleónica fuera tomado (sin resistencia), en 1808.
Esta “maquinaria de guerra”, con su “juego defensivo-ofensivo”, va a tener a partir de 1842 un nuevo y triste papel: el represivo. En ese año y el siguiente, el gobierno del general Espartero reaccionará por la revuelta barcelonesa de protesta contra su política autoritaria bombardeando sistemáticamente desde el castillo a la ciudad. Ocasionará cientos de muertos y de heridos, tremendos daños materiales y la huída de decenas de miles de habitantes.
Este papel coercitivo del castillo abaluartado contra su propia ciudad se volverá a repetir en 1856, con otro balance de cientos de muertos, ocupación militar de la ciudad por el gobierno conservador y represión extrema.
Todo el siglo XIX estará marcado precisamente por esta función controladora, represiva  de la ciudad desde el castillo. Y a partir de 1893 unirá nuevo uso directo de sus instalaciones militares: centro de detención y tortura para centenares, miles de opositores, especialmente anarquistas, sindicalistas en general y obreros participantes en huelgas y conflictos. A este respecto, destacan las detenciones y fusilamientos en sus fosos de la Semana Trágica de 1909 (el pedagogo libertario Francesc Ferrer i Guàrdia será una de las víctimas más famosas) y de la huelga de La Canadiense y conflictos consecuentes, entre 1919 y 1922.
Durante la II República española y la Guerra Civil volverá a tener nuevo protagonismo como prisión y ejecuciones políticas, primero dirigidas por organizaciones antifascistas y después por los militares franquistas, que lo ocuparon a partir de enero de 1939. Desde entonces, la concentración de miles de prisioneros y las ejecuciones sumarias no cesarán, siendo el caso más destacado el del presidente de la Generalitat, Lluís Companys, fusilado el 15 de octubre de 1940 en el foso de Santa Eulàlia, de la cortina sur de la fortificación.
El castillo sería prisión militar hasta el año 1960, en que fue cedido a la ciudad parcialmente, con encargo de construir en él un Museo Militar (exaltador de “las glorias castrenses patrias”, estando en funcionamiento desde 1963 hasta 2009).
En la actualidad, tras obtener la ciudad la cesión total y definitiva en 2007, acoge en sus fosos actividades deportivas variadas y en el interior exposiciones artístico-culturales temporales en sus galerías perimetrales, así como actividades lúdicas en su patio central. Las terrazas son miradores privilegiados hacia la ciudad y el mar.

Un objetivo de futuro es convertir este espacio (primero defensivo-ofensivo militar, luego de represión ciudadano-político-sindical contra la propia ciudad y sus habitantes, y ahora lúdico-deportivo-artístico-cultural) en un lugar para la Memoria, la enseñanza histórica y la reivindicación de la libertad y los derechos individuales y colectivos. Así lo señala el folleto que facilitan con la entrada al monumento, editado por el Ayuntamiento de Barcelona (“Castillo de Montjuic, Barcelona”, Ajuntament de Barcelona, 24 pgs.), con textos de Manuel Risques e Itineraplus, de donde he tomado fundamentalmente las ideas que expongo en estas líneas.

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