Moisés
Cayetano Rosado
Acabo de regresar de Cataluña. Allí me he
entrevistado con antiguos compañeros, alumnos de hace decenas de años,
dirigentes de asociaciones de emigrantes, amigos, conocidos, gentes de la
calle… “Catalanistas” convencidos y “españolistas” que lo tienen absolutamente
claro; pero también personas indecisas, expectantes ante el aluvión de
argumentos y consignas.
He recorrido las cuatro provincias. Pueblos y
ciudades. Sitios bulliciosos y recónditos. Todos magníficos lugares. Y
extraordinaria gente, como me ha ocurrido en tantas ocasiones que allí he
vuelto, tras haber vivido mi primera experiencia laboral hace ya varias
décadas.
Cada uno un mundo, un argumento, una razón
expresada con convencimiento, aunque también en muchos con cierto grado de
inconsistencia, o de duda. Pero no he visto, en forma alguna, tensión, malos
modos, incomodidad. Me recuerdan los versos de María Elvira Lacaci, de su poema
“La Puerta del Sol”, a la que tantas veces he hecho referencia, cuando se
preguntaba “¿Quiénes eran España?”: “Cada cual/ un amor, una lágrima,/ un
rencor que no cesa./ Una perenne lucha. En su existencia”.
Porque he visto la preocupación cotidiana por
la vida, el ansia de vivir, el temor, la alegría, el fatigar diario, la
renovada ilusión, las recaídas y el nuevo levantarse en las múltiples facetas
de la vida.
He visto, también, el deseo de expresarse. De
la forma que cada cual entiende. Afirmando o negando. Reafirmándose en
convicciones que no se pueden taponar, como no se pueden poner puertas al
campo.
Y en ningún momento una Cataluña de buenos y de
malos. De saqueadores y de saqueados.
¿No fue aquello de “Habla pueblo, habla”, lema
de la Transición que tanto alabamos? Hablar es necesario, porque como decía el
poeta extremeño Manuel Pacheco, “en boquita cerrada no entran moscas/ pero
tampoco salen las palabras”, y es necesario que salgan las palabras para que no
nos asfixien, agolpadas en nuestra garganta. Impedir ahora la consulta es
mantener la incógnita de qué quiere mayoritariamente el pueblo que vive en
Cataluña, y seguir dilatando el cacareo de políticos que en gran medida cuidan
de su “huerto” con la excusa de mantener una u otra postura que a la postre es
la razón de su estar en candelero.
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