EL MIEDO A
“PODEMOS”
Moisés
Cayetano Rosado
Empezaba la democracia en España a finales de
los años ochenta y yo tenía dos niños pequeños que llevaba al pediatra. Buen
hombre que siempre recetaba “clamoxil mucolítico” antes de dar los “buenos
días”, y que estaba dubitativo entre comprarse una casa de campo o dejarlo para
mejor ocasión.
- ¿Y por qué?, le pregunté.
- Porque como ganen las elecciones los
socialistas me la expropiarían, para dársela a otro que no tuviera ninguna, contestó
completamente convencido.
También otro conocido -corresponsal de
periódico en su pueblo- mostró su sorpresa al verme pasear con mi mujer y mis
hijos.
- ¡Pero si los socialistas no creéis en la
familia!, me espetó.
Sí, por aquellos años, el Partido Socialista y
todo lo que se le asimilara (¡no digamos los comunistas!), podían fácilmente
comerse a los niños crudos, perseguir curas para quemarles las sotanas y
asaltar segundas viviendas para desvalijarlas, llevándose incluso ventanas y
ladrillos.
Y Felipe González bramaba contra el imperialismo, contra la OTAN
(luego, “de entrada NO” y después “pues va a ser que SÍ), prometiendo la gloria
de la reforma agraria e incluso llevar al cielo laico a todos los parias de la
tierra.
Ocurrió que ni expropiaron segundas viviendas
en sus largos mandatos, ni destruyeron por la fuerza a las familias, ni
repartieron tierras o dieron de mamporrazos a los curas, sino que promovieron el
“capitalismo ordenado” y subvencionaron a la Iglesia católica y sus escuelas
como fieles devotos, al tiempo que desfilaban con los soldados teledirigidos
por los gringos. Si acaso, lo del cielo laico… para algunos, como el propio
Felipe, que anda entre Consejos de multinacionales, puros y masajes en yates, y
fincas rústicas y urbanas registradas a su nombre.
Ahora, en estos tiempos posmodernos, le toca el
turno a otros nuevos jóvenes, igualmente montaraces, utópicos, ilusionados,
soñadores. Son los de “Podemos”, que al parecer también vienen a comerse crudos
a los niños de derechas, a quitarles los collares a las marquesas y a
comprarles camisas de Benetton a los descamisados.
Si viviera mi pediatra y mi conocido corresponsal
de periódico, ya estarían metidos debajo de la mesa, contando sus caudales para
ponerlos a recaudo seguro. Cualquier excusa es buena para el que quiera salir
por la tangente.
¿Vendrá de verdad esta vez el lobo para
tragarse a la abuelita y esperar con artimaña a la tierna inocente que engañó
en el camino? No olvidéis el final del cuento: siempre están los buenos
cazadores dispuestos a poner orden en medio de la locura y los desvíos. De eso
sabemos mucho, porque mucho hemos visto a lo largo de la historia.
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