SOMBRAS CAMINANDO POR EVORAMONTE
Moisés Cayetano Rosado
En la carretera
que nos lleva desde Estremoz a Évora, a 14 kms. de la primera, se encuentra
Evoramonte. Población que no llega a 2.000 habitantes, la mayoría asentada
a los pies mismos de la carretera, y unos pocos -ancianos en su mayor parte-
residiendo en lo alto de este cerro occidental de la Serra de Ossa, de
474 metros de altura.
Desde abajo, conforme vamos hacia Évora, vemos una muralla en lo alto que nos invita
a subir: es de una fortificación perfecta, triangular, mandada construir
por el rey D. Dinis, después de que Geraldo Sempavor (especie de Cid Campeador
del primer rey de Portugal, Afonso Henriques) conquistara la villa a los moros.
Tiene un par de
hermosas puertas de entrada -defendidas por dos enormes torreones cilíndricos
cada una, accediéndose a la de más abajo a pie y a la superior también en
coche-, aparte de otros dos portalones. Adentrarnos allí es como retroceder en
la historia 700 años, no sólo por su amurallamiento sino por el ambiente
interior.
Fundamentalmente, dispone
de una calle -la rua Direita:
nombre que se le da a las que van “derechas al castillo”- y sendos
callejones laterales que dan al campo interior del recinto, donde hay a un
lado olivos y pastos, y al otro pequeñas huertas familiares. Comprendemos que,
en caso de asedio, con las ovejas que allí pueden recogerse, con los frutos
hortícolas y de la siembra, sus amplios aljibes y la seguridad del enorme
castillo que se alza al medio, puede aguantarse una prolongada temporada,
incluso vivir autosuficientemente a saber por cuánto tiempo.
El recinto
conserva en su interior dos iglesias (da Misericordia, anexa a un
Hogar de Ancianos, y de Santa María, con valioso portal gótico, retablo
barroco-salomónico, dibujos en el crucero y azulejos, ambas reconstruidas en el
siglo XVI). Deliciosas casas blancas de un solo piso, con portales graníticos
de arco ojival y enormes chimeneas cuyo tiro es de mayor altura que las
fachadas. Y el castillo, vasto
cuadrilátero con cuatro torreones cilíndricos en los ángulos, rodeado por
dos vistosos cordones manuelinos.
El interior de éste es visitable; consta de tres pisos
de salas abovedadas, polinervadas, de pilares poligonales y capiteles
manuelinos de granito.
Las vistas al
territorio adehesado de los alrededores son excepcionales desde el
amurallamiento, que puede recorrerse totalmente a pie. Los días de niebla
parece que estamos alzados en una plataforma pétrea, inmemorial, sobre el
cielo; por las tardes, las puestas de sol envuelven en rojizos, azules y malvas
el denso encinar de donde nos llega el balido de los múltiples rebaños de
ovejas de la zona.
En la rua Direita, hay un restaurante muy bien
disimulado entre las casas rústicas que siempre ha tenido extraordinaria
cocina: A Convenção, llamado así porque en una casa cercana se firmó el
importante tratado que en 1834 puso fin a las guerras civiles entre liberales y
absolutistas, con triunfo de los primeros. La tradición señala que las
negociaciones se prolongaron mucho quedándoles sólo pan duro para comer, y que
eso dio origen a la famosa açorda
alentejana, compuesta de pan, agua, sal, poleo, diente de ajo y aceite.
Pídase en el restaurante, porque es una delicia; junto a un borrego asado ão forno, de los que pastan por la
zona. Las múltiples hierbas aromáticas que podemos coger por allí mismo, son
utilizadas sabiamente en sus comidas.
Última recomendación: visítese en solitario o grupos reducidos;
con el bullicio, se rompe el encanto de esta villa donde apenas se ven sombras
que caminan.
Es un placer poder compartir estas vivencias contigo. Gracias
ResponderEliminarLorenzo
A ti, Lorenzo. Atento, culto y participativo viajero.
ResponderEliminarMoisés
Gracias Moisés por la recomendación histórica y culinaria.Cómo en otras ocasiones, seguiré tus consejos para la visita. Antolín Barrero.
ResponderEliminarMe alegro de que te sea útil.
EliminarUn cordial saludo.