viernes, 13 de septiembre de 2013

SOMBRAS CAMINANDO POR EVORAMONTE
 Moisés Cayetano Rosado
En la carretera que nos lleva desde Estremoz a Évora, a 14 kms. de la primera, se encuentra Evoramonte. Población que no llega a 2.000 habitantes, la mayoría asentada a los pies mismos de la carretera, y unos pocos -ancianos en su mayor parte- residiendo en lo alto de este cerro occidental de la Serra de Ossa, de 474 metros de altura.
Desde abajo, conforme vamos hacia Évora, vemos una muralla en lo alto que nos invita a subir: es de una fortificación perfecta, triangular, mandada construir por el rey D. Dinis, después de que Geraldo Sempavor (especie de Cid Campeador del primer rey de Portugal, Afonso Henriques) conquistara la villa a los moros.
Tiene un par de hermosas puertas de entrada -defendidas por dos enormes torreones cilíndricos cada una, accediéndose a la de más abajo a pie y a la superior también en coche-, aparte de otros dos portalones. Adentrarnos allí es como retroceder en la historia 700 años, no sólo por su amurallamiento sino por el ambiente interior.
Fundamentalmente, dispone de una calle -la rua Direita: nombre que se le da a las que van “derechas al castillo”- y sendos callejones laterales que dan al campo interior del recinto, donde hay a un lado olivos y pastos, y al otro pequeñas huertas familiares. Comprendemos que, en caso de asedio, con las ovejas que allí pueden recogerse, con los frutos hortícolas y de la siembra, sus amplios aljibes y la seguridad del enorme castillo que se alza al medio, puede aguantarse una prolongada temporada, incluso vivir autosuficientemente a saber por cuánto tiempo.
El recinto conserva en su interior dos iglesias (da Misericordia, anexa a un Hogar de Ancianos, y de Santa María, con valioso portal gótico, retablo barroco-salomónico, dibujos en el crucero y azulejos, ambas reconstruidas en el siglo XVI). Deliciosas casas blancas de un solo piso, con portales graníticos de arco ojival y enormes chimeneas cuyo tiro es de mayor altura que las fachadas. Y el castillo, vasto cuadrilátero con cuatro torreones cilíndricos en los ángulos, rodeado por dos vistosos cordones manuelinos.
El interior de éste es visitable; consta de tres pisos de salas abovedadas, polinervadas, de pilares poligonales y capiteles manuelinos de granito.
Las vistas al territorio adehesado de los alrededores son excepcionales desde el amurallamiento, que puede recorrerse totalmente a pie. Los días de niebla parece que estamos alzados en una plataforma pétrea, inmemorial, sobre el cielo; por las tardes, las puestas de sol envuelven en rojizos, azules y malvas el denso encinar de donde nos llega el balido de los múltiples rebaños de ovejas de la zona.
En la rua Direita, hay un restaurante muy bien disimulado entre las casas rústicas que siempre ha tenido extraordinaria cocina: A Convenção, llamado así porque en una casa cercana se firmó el importante tratado que en 1834 puso fin a las guerras civiles entre liberales y absolutistas, con triunfo de los primeros. La tradición señala que las negociaciones se prolongaron mucho quedándoles sólo pan duro para comer, y que eso dio origen a la famosa açorda alentejana, compuesta de pan, agua, sal, poleo, diente de ajo y aceite. Pídase en el restaurante, porque es una delicia; junto a un borrego asado ão forno, de los que pastan por la zona. Las múltiples hierbas aromáticas que podemos coger por allí mismo, son utilizadas sabiamente en sus comidas.

Última recomendación: visítese en solitario o grupos reducidos; con el bullicio, se rompe el encanto de esta villa donde apenas se ven sombras que caminan.

4 comentarios:

  1. Es un placer poder compartir estas vivencias contigo. Gracias
    Lorenzo

    ResponderEliminar
  2. A ti, Lorenzo. Atento, culto y participativo viajero.
    Moisés

    ResponderEliminar
  3. Gracias Moisés por la recomendación histórica y culinaria.Cómo en otras ocasiones, seguiré tus consejos para la visita. Antolín Barrero.

    ResponderEliminar