martes, 5 de mayo de 2015

DOS DÍAS, UNA NOCHE Y LA LUCHA POR LA VIDA
Moisés Cayetano Rosado
Veo una película estremecedora, sensible, aleccionadora; ejemplar como cine y como mensaje para todos: Dos días, una noche, de Jean-Pierre Dardenne y Luc Dardenne. Coproducción belga-franco-italiana, de 2014, que ha cosechado numerosos premios, especialmente para su actriz principal, Marion Cotillard, interpretando un papel inolvidable, por sus serenidad dramática, su tensión interior y la capacidad para remontar con temple las situaciones dificultosas con que ha de enfrentarse a contrarreloj.
Actualísima y “veraz como la vida misma”, nos presenta a una trabajadora que va a ser despedida porque la empresa ha sometido a votación su continuidad ante el resto de sus compañeros, que deben optar por prescindir de una prima económica o el mantenimiento del empleo de la afectada. Prima que para muchos resulta imprescindible, dado lo exiguo de sus salarios; votación en que se ponen todos en evidencia ante la empresa, que desea prescindir de la trabajadora.
En los dos días y una noche que la víctima tiene para convencer a sus compañeros ante una nueva -y secreta- votación que solicita y le ha sido permitida, vamos a ir viendo las miserias sociales y personales, como también las inquietudes, los miedos, e incluso también la “cara humana” de los empleados que han de decidir. La soledad y también la solidaridad. Las dificultades de la lucha por la vida en un medio social que representa a la inmensa mayoría, donde las luces y las sombras se suceden, con el resultado de un auténtico reportaje del tiempo que -en un “mundo occidental avanzado”- nos ha tocado vivir.
Pocas veces podremos ver una interpretación tan magistral: la contención del personaje, su equilibrado proceder en las visitas que va realizando casa a casa de los distintos compañeros; sus caídas de ánimo en la intimidad, que a veces le lleva a la irritación consigo mismo y con los suyos; la atención que logra del espectador ante lo que podía resultar tedioso por repetitivo: pedir una y otra vez lo mismo en escenarios mínimos, generalmente la entrada de las casas de los otros.
Huyendo del maniqueísmo, nos muestra la película el mundo real, el mundo de ahora mismo, con esa lucha eterna por la sobrevivencia de una clase media diluida y a veces engullida por las dificultades.
Se producirá la votación y habrá un empate, el empate de la vida en que nos lo estamos jugando todo a cara o cruz. Y habrá una decisión que engrandece al personaje que nos ha estado “enganchando” en toda la película, cuando se le propone la readmisión en cuanto a uno de los compañeros eventuales le cumpla el contrato: readmisión a cambio de no renovación a una “nueva víctima”. Algo que no acepta, decidiendo luchar de otra manera, volviendo a la carga de una nueva búsqueda, como tantos millones de trabajadores despedidos lo estarán igualmente intentando: ha quedado salvaguardada su dignidad y se ha fortalecido para continuar la batalla cotidiana.

Y ahí termina el film, porque esa nueva búsqueda es otra historia, que también reconocemos. Ahí termina una película que se ve con gusto, pese a su amargura, y con esperanza, pese a las miserias cotidianas que refleja. Que se ve con el placer de una obra bien hecha; obra de arte con calidad y calidez humana, claroscuro de la sociedad en que vivimos.

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