martes, 17 de octubre de 2017

GALÁN DE NOCHE EN EL RINCÓN DE LA VICTORIA  Y ESCAPADA A LOS ALREDEDORES
Moisés Cayetano Rosado

Cuando al dejar la autopista de Málaga a Almería bajamos del coche en el destacado “morro” que hay al sur de la Cueva del Tesoro, en Rincón de la Victoria, nos sorprende un intenso olor a galán de noche, la blanca y estilizada flor nocturna que ensancha los pulmones e invita a un paseo por los alrededores, siguiendo su rastro.
Acantilados del Rincón de la Victoria
Y esa prominencia calcárea, de empinadas vertientes que retienen el avance del mar, va coronada de un lado a otro por serpenteantes escaleras que suben y baja siguiendo el capricho de las rocas. Enfrente, el oleaje; detrás, las urbanizaciones, presididas por una airosa torre vigía musulmana; a un lado y otro la playa del Rincón y de la Cala del Moral. Todo ello invitando a recorrerse en un paseo, que podemos salvar en línea recta (en lugar de “trepando” por las escaleras rocosas) por una vía peatonal y ciclista excavada en la roca, con trechos al aire libre y otros por túneles, de monumental vistosidad.
Túnel del Rincón de la Victoria
El lugar es sereno, tranquilo, apacible, reparador. Puedes bajar a los chiringuitos de la playa del Rincón para saborear los espetos de sardina, asados sobre barcazas-barbacoas encima de la arena; probar comida de un puñado de nacionalidades y terminar con helados deliciosos, cuidándose del de chocolate negro, que es para paladares acostumbrados al 95% de cacao.
Cueva del Tesoro
La mañana hay que reservarla para subir, andando sin problemas, hasta la suave cima en que se encuentra la Cueva calcáreo-cuarcítica del Tesoro: todo un descubrimiento, pues se trata de la única en Europa (hay otras dos en el mundo) de origen marino que puede visitarse. Sus galerías submarinas, con columnas, gargantas, estalactitas y estalagmitas, de origen jurásico, han sido habitadas desde la más remota antigüedad, encontrándose útiles neolíticos, de época romana, musulmana…, enredados en la leyenda de un “tesoro musulmán/o romano” escondido, lo que llevó a los típicos buscadores de fortuna a dinamitar algunas partes de la misma.
Teatro romano y Alcazaba de Málaga
A 18 kilómetros, por la costa, podemos acercarnos a Málaga, que siempre es un recurso delicioso para el turismo cultural. No solo por su extraordinaria Alcazaba, militar y señorial, guerrera y palaciega, sino por su variada oferta que va desde el primoroso teatro romano a los pies de la anterior, a los inigualables museos (ruso, Pompidou, Picasso…), catedral… rincones de callejuelas, airosas avenidas… y tentadora gastronomía de sus interminables restaurantes siempre atestados de turistas.
Pero compensa volver al atardecer a las playas del Rincón y la Cala, porque el agua suave  se templa y, aunque hablamos en pleno otoño, algunos aún se atreven al baño, y todos al menos a meter los pies y pasear por las orillas.
Cuando el sol va poniéndose, se vuelve a levantar el olor de los galanes de la noche, y queda perfumado el promontorio entre las playas, que invitan al paseo de una a otra: ida por entre los túneles; vuelta, por las escaleras de los acantilados, por ejemplo, “haciendo estómago” para la cena de oferta variada.
Alcazaba y Peña de los Enamorados. Antequera.
Dejando la ciudad, sus galanes y cueva, pero sin perder de la mano el terreno rocoso de calizas sinuosa y cortes verticales, hemos de acercarnos, 69 kilómetros al noroeste, a Antequera. Población deliciosa como pocas: su plaza de toros con oferta de bares-restaurante en el anillo envolvente; su calle del Infante don Fernando llena de iglesias y palacios renacentistas y barrocos, hasta culminar en la Iglesia Colegial de San Sebastián y de ahí a la Alcazaba musulmana. Empinada como todas en un promontorio privilegiado, tiene como adosada la Real Colegiata de Santa María la Mayor, extraordinario monumento renacentista, y un poco más abajo los restos de unas amplias termas romanas, en uso desde los siglos I al VII de nuestra Era.
Tholos de El Romeral
Dolmen de la Menga
¿Cómo no tomar al mediodía una “Porra Antequerana” (especie de gazpacho molino, o salmorejo, con receta propia de la localidad? ¿Y cómo no visitar, claro está, los asombrosos dólmenes, con túmulos, de Viera y la Menga, gigantescas arquitecturas funerarias arquitrabadas, neolíticas, de hace unos 5.000/6.000 años, y el tholos de El Romeral, 1.000 años más “nuevo”, calcolítico, igualmente bajo túmulo, con corredor de acceso, pero esta vez no de megalitos en su estructura, sino de sillarejos y falsa cúpula por aproximación de hiladas: todos ellos con vistas a la emblemática “Peña de los Enamorados”, estructura caliza que asemeja el rostro de perfil de un humano, y que recibe su nombre de una leyenda tardomedieval, según la cual un cristiano y una princesa mora, huyendo de los soldados del padre de ella, fueron cercados allí y para evitar que los separasen subieron a lo más alto, arrojándose juntos al vacío, para unirse en la eternidad.
Torcal de Antequera
Este viaje, iniciado con el olor a galán de noche, lo terminamos en el Torcal de Antequera: un paraje natural de 1.171 hectáreas, jurásico como la Cueva del Tesoro, pero de formaciones pétreas al aire libre, erosionadas, modeladas por el viento y la lluvia -tras emerger del mar-, tras la orogenia alpina de la era terciaria, que originó las primeras gigantescas fracturas. Ellas siguen conformando un panorama de estratos calizos gigantescos, elevaciones extraordinarias y valles-gargantas, por donde discurre el agua que sigue diferenciando este paisaje de elevaciones y bajadas.

2 comentarios:

  1. Maravillosa historia y descripciones de los fantásticos lugares visitados.
    Se ve en todo el relato la destreza del gran historiador y comentarista.
    Felicidades Moisés

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    1. Muchas gracias, Araceli. Fue un gran viaje, con mis dos nietos mayores.

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