martes, 26 de noviembre de 2019


SÃO TOMÉ, COLOR, CALOR Y LUCHA POR LA VIDA
Moisés Cayetano Rosado
Tras atravesar -procediendo de Lisboa- los desiertos de Marruecos y Mauritania, después de una escala en Malí, llegamos a la Isla de São Tomé. Los tremendos terrenos resecos, erosionados como paisajes lunares o marcianos, dan paso al verdor de la costa guineana y a la explosión vegetal de la pequeña isla ocupada y poblada bajo dirección portuguesa a partir del siglo XVI, e independiente desde 1975.
El color de São Tomé es de un verde brillante que apabulla. Que te llena de luz esperanzada. Los palmerales, cocoteros, cafetales, bananeras, árboles-pan… junto a los gigantescos árboles madereros y el sotobosque gigantesco de plantas trepadoras, lo cubren todo, abriéndose entre ellos caminos transitados siempre por grupos de personas, o personas solitarias, que van y vienen. Los niños a la escuela, o de la escuela, haciendo diez, veinte kilómetros diarios de ida y vuelta desde sus “roças”, donde viven en humildes casas de madera y chapa, a veces sobre pilotes, para salvar los barrizales de las frecuentes lluvias; los mayores al trabajo o transportando humildes mercancías que venden en los pueblos o las ciudades-pueblos, que nunca llegan -ni la capital- a la categoría de ciudad.
Entre las multitudes de niños, de jóvenes, de esta población total de unos 200.000 habitantes para 1.000 kilómetros cuadrados, con una intensa explosión demográfica y escasez de ancianos, llama la atención su alegría de vivir, su explosión de calor, su coraje al enfrentarse con una vida dura, con recursos escasos, carestía en la cesta de la compra (que depende en gran parte de la importación), infraestructura vial, de colectores y recolectores deficientes, viviendas humildísimas, frágiles y vulnerables al calor, a la humedad, a la lluvia y los vientos…
La lucha por la vida es una constante en esta tierra de encantadoras playas, de paisajes de ensueño, de grandes recursos naturales en su suelo que precisan de un reparto equitativo, de abundante pesca que rebosa luego en los mercados bulliciosos abiertos desde que amanece (5’5 h. de la mañana) hasta bien entrada la noche (20’00 h.).
Y siempre, ese afán por cuidarse, por reafirmar su presencia que la naturaleza dotó de indudable belleza. Humildemente cultivada, pero llena de dignidad y de elegancia; parece un milagro que en medio de múltiples carencias levanten su figura como dioses dotados de la Gracia siempre con mayúsculas.
Apenas si hay monumentalidad arquitectónica en la Isla. Podríamos destacar el Forte abaluartado de S. Sebastião, levantado por los portugueses en 1575, y actualmente transformado en un discreto museo de la historia de São Tomé, con todas sus luchas, sufrimientos y atropellos cometidos en la explotación de los recursos económicos, así como un repaso enorgullecido a su independencia y construcción democrática de los últimos decenios.
Isla tranquila; personas amables, acogedoras; tiempo lento para pasar la vida y comprender con qué poco es suficiente para encarar el futuro con una luz constante de alegría, de esperanza y bondad.

martes, 5 de noviembre de 2019


SICILIA: LA PRESENCIA DEL ETNA Y EL REPASO A LA HISTORIA Y EL ARTE MEDITERRÁNEO
 
Moisés Cayetano Rosado

Vas a Sicilia y lo primero que se te hace presente, omnipresente, es el volcán Etna, que parece como si estuviese constantemente fumando una gran pipa inacabable.
Desde el avión crees que es una nube blanca que se alza al cielo, pero es el desahogo eterno del volcán, que a veces se enfurece y es un dragón de fuego.
Ya estamos en Catania, donde sorprende el barroquismo de su Catedral, de su Universidad, de sus grandes palacios, magníficos restos del anfiteatro romano… y el popular mercado en que las voces atronadoras de los pescaderos envuelven la belleza multicolor de peces y mariscos.
Solo los hombres venden; solo los hombres compran. Y es que dicen que “las mujeres se llevan lo superfluo” y “malgastan”. ¡Ese machismo mediterráneo del que aún se hace gala…!
Otro día, desde ese extremo centro oriental de la Isla, nos internamos hacia el noroeste hacia el Etna. Viaje por curvas y subida en autobús, al que reemplaza a continuación el teleférico y más arriba potentes vehículos 4x4, que desafían las pendientes y las curvas más curvadas que uno pueda coleccionar.
Y allí, el volcán, que son los volcanes, porque los cráteres del Etna son múltiples, y los picos y simas se suceden a un lado y otro de la elevación principal de 3.342 metros, entre la negrura de las leves piedras quemadas, muchas calientes y humeantes cuando abres un pequeño agujero en el suelo con las manos.
Bajando la falda del conjunto volcánico, nos acercamos hacia el este, un poco más al norte, a Taormina. Nueva belleza de paisaje hacia el interior y hacia el mar, que culmina con el portentoso teatro Greco-Romano de la población, desde cuyo graderío se nos ofrece la costa recortada, el mar inmenso, el verdor añorado más atrás en las quemadas tierras-piedras del Etna.
Así, desde las entrañas de la tierra hemos pasado a las entrañas de nuestra civilización mediterránea, en un día de contrastes y belleza, que habremos de completar con una buena “reposición” a base de pescados y mariscos de la zona, generosa en ellos.
Una asombrosa jornada nos esperará otro día, con la visita a la Villa Romana del Casale, ya casi al centro de la Isla. Los corrimientos de tierra preservaron del expolio y la ruina lo que es la más asombrosa colección de mosaicos romanos del mundo, donde la “mundanidad” representada en las escenas de la vida cotidiana se abrillanta con la habilidad artística de figuras, combinaciones de colores, movimiento y viveza que nos atestiguan el “buen vivir” de los poderosos… como siempre.
Merece subir al norte, una vez más a la costa, y visitar la deliciosa Cefalú, antigua plaza cartaginesa, de catedral normanda y mosaicos bizantinos, donde la figura de “Cristo Pantocrátor” (que se repetirá con igual mérito en otras iglesias y catedrales sicilianas) es una de las más impactantes que nos sea dado contemplar.
Y ya, a Palermo, la capital. ¡Qué decir de sus palacios (fuera de lo común el de los Normandos, con su Capilla Palatina, de gran derroche de mosaicos bizantinos. a cuya entrada se recuerda el destino de receptores de refugiados e inmigrantes, tan rechazados por las autoridades y apoyados tantas veces por una población que sabe bien de los sufrimientos de las partidas forzadas, porque la historia se las hizo vivir bastantes veces!
Resulta necesario acercarse a Monreale: ¡qué Pantocrátor, con sus dorados y azules increíbles!, en su Catedral árabe-normanda. Seguramente en mosaicos bizantinos no tenga rival.
Y de nuevo en Palermo, sus calles, sus palacios, sus iglesias, sus curiosos teatros de marionetas (Ópera dei Pupi), de extraordinario colorido, maestría en la ejecución de los movimientos hábilmente llevados entre bambalinas, historias de caballeros, damas y dragones, con sabor medieval, revivido en estos tiempos. A  pesar de nuestra “alta tecnología”, siguen subyugándonos con su ingenuidad y gracia.
De Palermo a Segesta, nos lleva el aliciente de contemplar su magnífico Templo Dórico, cuya singularidad lo hace más majestuoso. Enseguida en Érice y Trápani, ya en el extremo noroccidental de Sicilia, nos cautivará su caserío, su preservado urbanismo medieval, sus vistas al mar, su sosiego vital, que iremos contemplando en pueblos y pequeñas ciudades costeras y del interior.
Llegaremos, en el suroeste, a Agrigento, donde nos espera el admirable “Valle de los Templos”. Una especie de “torres vigías” rodeando a la populosa y desaparecida ciudad griega, de las que se preservan como una docena de restos significativos, entre los que destacan el Templo de Júpiter Olímpico y el Templo de la Concordia. ¡Cuesta un poco dejar atrás este conjunto armonioso de templos dóricos, uno de los cuales serviría a la UNESCO como símbolo de las ciudades, sitios y conjuntos declarados “Patrimonio de la Humanidad”!
Carretera adelante, un testimonio sobrecogedor de las miserias de las guerras: varios bunkers de la Segunda Guerra Mundial, testimoniando la desgracia de unos tiempos que esperemos no se vuelvan a repetir, siendo estas moles “aviso a navegantes”.
Continuamos nuestra visita “circular”, siguiendo al sureste, hacia Ragusa: ciudad barroca por excelencia, todo iglesias y palacios alternándose, como rivalizando en presencia y porte ostentoso, ornamental hasta la saciedad en fachadas, puertas, balconadas…
Un poco más adelante, la ciudad de Noto. Otra vez una catedral digna de admiración, donde encontramos testimonios desgarradores de lo que es la emigración a la desesperada en barcazas sin consistencia de miles de refugiados y emigrantes que huyen del horror, desde el norte de África. Aquí, con los maderos y otros restos de las embarcaciones, los artistas han levantado esculturas que sobrecogen, como una cruz formada por restos de uno de los múltiples naufragios.
Y finalmente, torciendo ligeramente al noreste, Siracusa, un mundo de sorpresas, tesoros y belleza. Su Catedral, en el barrio portuario de Ortigia, aprovecha en sus muros -empotradas- magníficas columnas de un anterior templo dórico (¡siempre el dórico en Sicilia!).
Su Museo Arqueológico es una tentación: se pasaría uno en él horas y horas, ante las espléndidas colecciones que comienzan con restos fósiles y estudios geomorfológicos, y va recorriendo la prehistoria, la historia antigua y medieval de la isla, clasificando los hallazgos por yacimientos, de cada uno de los cuales se nos muestra su estratigrafía civilizatoria de manera pormenorizada.
¿Para cuánto da Sicilia? ¿Una semana? ¿Dos? ¿Un mes? ¡Más siempre, porque su admirable legado físico, geológico, arqueológico, arquitectónico, urbano, artístico en general, gastronómico no tiene rival! ¡Y encima, la “guinda” incomparable del volcán!