domingo, 6 de enero de 2019


DE TOLEDO A CUENCA, CON DESPEDIDA EN UCLÉS
Catedral de Toledo. Campanario Iglesia S. Pedro de Cuenca.
Medallón artesonado Monasterio de Uclés.
Moisés Cayetano Rosado

Termino un año de múltiples viajes con una provechosa visita a la Sierra de Cazorla, todo verdor, agua, cascadas, pueblos encantadores y castillos, entre los que me deja sin palabras ese “nido de águilas” que es el templario, con raíces musulmanas, de Iruela: pocas visitas para las muchas que merece, aunque -egoístamente- mejor es así: sobrecogedor en su grandeza silenciosa.
Y pasamos después a Porto, donde su Casco Antiguo -Patrimonio de la Humanidad- tiene desde el río una espléndida vista que es difícil olvidar; aquí sí, demasiados visitantes. Entre uno y otro, y antes y después, ese rosario de pueblos como parados en el tiempo que siembran el Alentejo, por otra parte cada vez más alarmantemente despoblado.
Pero ahora toca, inaugurado el año, un viaje relámpago que nos lleva a pasar el día en Toledo, para recalar con algo más de calma en Cuenca y su Serranía, con una vuelta admirativa al monasterio de Uclés.
Toledo -ciudad Patrimonio de la Humanidad- es cada vez más una ciudad de visita complicada. El turismo lo acapara, abarrota todo, y pienso que en la calle es difícil encontrar algún nativo; desde luego, hay menos que visitantes orientales, que en grandes grupos invaden iglesias, museos, comercios y el Alcázar, tan difícil, imposible, contemplar desde dentro de la ciudad, dados los abusivos anexos que se le han adosado para instalar el Museo Militar que, junto a la Biblioteca Pública, lo ocupa por completo.
El Alcázar ya “no es lo que era”. Aquella exhibición de heroísmo y orgullo nacionalista, enfrentado a las hordas rojas asediadoras y crueles, con un valor que nos mostraban en ruinas el asedio, la desgarradora conversación del coronel Moscardó con su hijo apresado y sacrificado por el honor patrio… Ahora, mucho armamento, trajes militares, medallas, escuderías, etc. bien seriados y explicados, pero cuidando la “corrección política”, tras tantos años de ardor guerrero en el bastión que no se rindió a la barbarie y esas cosas que tanto se exhibían con todo lujo de detalles.
Me gusta la estación de ferrocarril de Toledo. Al ir hacia Cuenca es la última vista que nos ofrece la ciudad. De un neomudéjar hecho a conciencia, con fachada llena de arcos y ventanas polilobulados; mucho adorno geométrico y ladrillo de buen porte. Además, de eficaces líneas de enlace, que para el que procede de una tierra maltratada de trenes del siglo XIX (Extremadura), constituyen un tesoro lejos de nuestro alcance.
Y cuando llegas a Cuenca y asciendes serpenteando monte arriba hasta el Casco Antiguo, ¿qué es lo que sorprenden en especial? Las hoces de sus dos ríos, el Huécar y el Júcar -del que el primero es afluente-, que lo abrazan, lo levantan increíblemente a considerable altura, casi en el vacío, formando sendos cañones de más de cien metros de profundidad.
Pasear en la noche, por las callejuelas que dan a ambas gargantas, asomarse al precipicio por el cercado que en algunos lugares casi cuelga en el vacío, resulta sobrecogedor. Pero en la mañana del invierno, con heladas nocturnas de -6º, nos ofrece una visión casi irreal. ¡No en vano también esta ciudad es Patrimonio de la Humanidad! A esta belleza natural, que el agua ha excavado en la piedra calcárea y en los bancales arcillosos, se une la armonía de sus palacios, palacetes, caserones, iglesias, conventos, plazoletas, y esa hermosa catedral donde el gótico anglo y franconormando adquiere una belleza que en su doble girola se hace sublime.
Hacer senderismo por el borde limitador del Casco Antiguo, bajar la pendiente hasta los ríos, contemplar el paisaje urbano interior, de sabor medieval, y el paisaje exterior, de fuerte componente kárstico, modelado, torneado, estratificado a lo largo de casi un centenar de millones de años, es una experiencia altamente recomendable.
Y a continuación, lo es la visita a la “inevitable” y cercana Ciudad Encantada, iniciando por el sur la Serranía de Cuenca, donde nos esperan gratas sorpresas, como es esa propia Ciudad al sur y el nacimiento del río Cuervo al norte.
La Ciudad Encantada, fondo del mar de Thetis hace 90 millones de años, acumuló a lo largo de más de 50 millones de años los depósitos de esqueletos de corales, algas, crustáceos y mariscos, así como sales marinas carbonatadas, que con la orogenia alpina ascendieron y se elevador hasta más de 1.000 metros sobre el nivel del mar, plegándose los estratos, que luego serían erosionados por los agentes atmosféricos: agua de lluvia, hielo, viento, corrientes fluviales, acción invasora de la vegetación rastrera y arbórea (en especial pinos), así como la propia actuación de la fauna que lo habitaba, de la que quedan jabalíes y ciervos por la Serranía.
Muchas películas de aventuras se han filmado en este espacio encantado, sobresaliendo la de “Conan el Bárbaro”, con la imponente interpretación de Arnold Schwarzenegguer deambulando por las caprichosas formaciones rocosas.
Toda la Serranía, Parque Natural, es un espacio de verdor, de pinos de gran porte, de pueblecitos disimulados en los valles, de riachuelos con aguas heladas en este mes de enero, llegando a la culminación de la explosión de vida vegetal y saltos acuáticos en el nacimiento del río Júcar y, sobre todo, del río Cuervo, que alcanza una soberbia belleza, precipitándose los chorros semihelados monte abajo en diversas cascadas que han merecido la declaración de Monumento Nacional en 1999. La abundancia de carbonato cálcico disuelto hace que se superpongan estalactitas y estalagmitas en las múltiples cavidades del corte de montaña, recubiertas de musgo y, ahora, de hielo, como cristales transparentes.
Bien merece tanta belleza acompañarla con un receso para tomar un ajo arriero (patatas, huevo, ajo y aceite, en frío), seguido de morteruelo (carne e hígado de cerdo, pollo, conejo, volatería y otra carne de caza, desmenuzadas y fritas) y zarajos (intestinos de cordero lechal enrollados en sarmientos, asados al horno), para terminar con un poco de alajú (almendra y miel). Y si hace falta, para reforzar, un asado completo de churrasco, embutidos y panceta
Volvemos a nuestra tierra pasando por Uclés, cuyo monasterio sería casa matriz de la Orden de Santiago, bajo cesión del rey Alfonso VIII, quedando solamente de la primera época tres torres y restos de muralla. En la actualidad, nos ofrece un extraordinario repaso a la historia del arte fundamentalmente plateresco, herreriano, barroco y churrigueresco (en su sorprendente fachada principal), yendo sus sucesivas aportaciones desde el reinado de Carlos I (1529) hasta el de Felipe V (1735). Entre 1939 y 1943 fue prisión política, pasando en 1949 a seminario menor.
Escapada ésta, primera del año, que ha de ser seguida por otras más cortas y más lejanas, dentro y fuera de nuestros límites, y espero que al alcance de nuestras limitaciones.

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