REGULACIÓN DE TRABAJADORES EXTRANJEROS EN ESPAÑA
MOISÉS CAYETANO
ROSADO
Desde el ámbito empresarial se viene
advirtiendo de las dificultades que tienen para encontrar trabajadores con que
mantener la producción y los servicios.
Especialmente ocurre en la hostelería, la restauración, la construcción civil y
el sector agrícola. Y abogan por que se facilite la contratación de
trabajadores extranjeros, tanto agilizando la legalización de los que residen
irregularmente en el país, como facilitando la contratación en origen de los
que, desde fuera, demandan empleo.
Un fuerte escollo está en que en las oficinas
del servicio público de empleo estatal (SEPE) hay registrados a finales de 2024
más de 2.500.000 parados, lo que supone, al menos a primera vista, una
contradicción. Ocurre, claro, que la afluencia de mano de obra foránea siempre
ha sido, en todas partes, una fuente de conflictos, pues generalmente sus
exigencias laborales, económicas y sociales rebajan las reivindicaciones que
los trabajadores autóctonos presentan, resistiéndose a trabajos mal
remunerados.
Ésta fue una de las dificultades que en la
convivencia nativos-inmigrantes tuvimos en los años sesenta y setenta del siglo
pasado en Centroeuropa, y más atrás se vivió en la raya luso-española, con
portugueses que en periodos de siembra, siega, recolección, venían a los campos
castellanos y extremeños. Hasta dentro de nuestras poblaciones existió ese problema:
por ello en la II República española se promulgó el Decreto de Términos
Municipales de 20 de abril de 1931, obligando a emplear preferentemente a
jornaleros del municipio donde se realizaran las tareas agrícolas.
Una “fuerza laboral externa” siempre es una
“tentación” para los empresarios a la hora de fijar salarios, horarios y
dedicación. Y una ausencia de la misma, una “herramienta” en manos de los
trabajadores para conseguir mejoras. Los primeros se quejan de la imposibilidad
de atender exigencias desmedidas, y los segundos de la insaciable voracidad de
los que poseen los medios de producción.
Pero lo cierto es que la presencia de
inmigrantes en nuestro territorio es imparable. E incluso inigualable en el
contexto occidental, pues nos colocamos estadísticamente en la cabecera de la
recepción de inmigrantes en lo que va de siglo, algo inédito en nuestro “país
de emigrantes” de toda nuestra historia contemporánea.
Si al comenzar este siglo no llegaban a un
millón los extranjeros censados en España, antes de la crisis mundial de 2008
eran ya más de cinco millones, pasando del 2’3% al 11’4% de la población total.
La crisis ralentizó el flujo de llegadas, incluso se produjo un lento
retroceso, por retorno de algunos inmigrantes, bajando en 2017 a cuatro
millones seiscientos mil (9’8% de la población); pero, superado lo peor de esa
etapa, de nuevo se han reactivado las entradas, con lo que en la actualidad hay
censados más de cinco millones y medio
de extranjeros, el 11’7% de nuestra población, todo ello según datos oficiales
del INE. Si a esto unimos los que residen de una manera irregular, las
estimaciones del propio INE sitúan en cerca de nueve millones, el 18’31% del
total, los nacidos en el extranjero residentes en España.
De estas personas venidas de fuera, 2.876.972
están afiliados a la Seguridad Social, experimentando un ritmo de crecimiento
en la última década que triplica la media nacional. Un número indeterminado,
superior al millón, también trabajan de manera irregular, muchas veces
sometidos a explotación laboral.
En este sentido va el Real Decreto 1155/2024,
de 19 de noviembre, que
pretende facilitar la integración de personas migrantes a través de la inclusión,
formación y empleo, así como el fortalecimiento del vínculo familiar. O
sea, impulsar la regulación de la inmigración irregular, reconociendo la
situación laboral y residencial de
hecho. La presencia de inmigrantes, la necesidad de los mismos en el mercado laboral, su contribución al
sostenimiento e incluso crecimiento de la población (cuando el índice de
natalidad española es extraordinariamente regresivo) y el sistema de Seguridad
Social, lo hace necesario. Como necesario es, claro, que esta decisión oficial
no vaya acompañada, como tantas veces en la historia, de una estrategia
involutiva en los derechos sociales y laborales logrados por los trabajadores
en largos años de lucha sindical.
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