LA MADRE DEL EMIGRANTE
En
el año 1975, en un viaje juvenil a Gijón, a donde fueron tantos emigrantes del
sur español por los años de bonanza que ahora se apagaban, vi una escultura
gigantesca en bronce que me impactó: “La madre del emigrante”, enclavada en el
Paseo Marítimo, al extremo del mismo
llamado “El Rinconín”.
Allá,
donde por entonces llevaba cinco años “ondeando” al viento la figura escuálida,
toda de luto, estilizada en su dolor, perfilada en sus huesos de vida
trabajada, llamaban a esta sufrida víctima de la emigración “La Lloca del
Rinconín”. Algunos se avergonzaban con su presencia de toque impresionista en
cuanto a la técnica del acabado lleno de sugerencias, sin remates clasicistas
en el conjunto, pero con un hondo sentido expresionista en el mensaje
transmitido: todo dolor, todo desolación, todo esperanza ya perdida.
Más
tarde leería un cuento memorable del portugués Trindade Coelho, “Última Dádiva”
(incluido en el libro “Os meus amores”), y allí estaba de nuevo esta madre,
padre en la ocasión del relato, que ve marchar a su hijo para Brasil,
despidiéndolo al borde del mar, con el presentimiento de que nunca más lo
volverá a ver: “o pobre abandonou o areal e se foi, sempre a chorar, tiritando
ao frio da sua desgraça, como a um vento agudíssimo do pólo, na direcção do
horto silencioso…”.
O
aquel otro, con la madre también protagonizando la tragedia, “O filho”,
incluido por su autor -Fialho de Almeida- en su colección de narraciones “O
País das Uvas”: el hijo muere por accidente durante su viaje de vuelta del Brasil, donde no consiguió hacer fortuna, lo que lleva a la anciana (“baixa a cabeça
trémula e gelada, e pequenhina, acocorando-se mais por entre o tumulto daquela
gente alegre, ei-la caminha a cambalear como uma bêbada”) a la desesperación
absoluta y también a una muerte brutal.
Hay
mucha literatura portuguesa (como de tantas partes, incluyendo España: Rosalía
de Castro, Felipe Trigo, Rodrigo Rubio…) de la temática, que tan magistralmente
plasmaron estos dos autores de finales del siglo XIX. Yo destacaría -finalmente,
por no plagar de citas este comentario- la novela “Emigrantes”, del gran
narrador de primera mitad del siglo XX Ferreira de Castro, donde el “sueño de
las Américas”, el abandono de la familia para buscar un futuro lejos de la
miseria, no trae más que nueva y más alta miseria todavía, separación, desgarro,
retorno fracasado, mayúscula amargura. Deja patente, como todos ellos -y esta
vez de manera expresa- la denuncia: “De altivo, berrante, orgulhoso, só o
palacete do Nunes, que enriquecerá sem ir a nenhum dos países da América, que
enriquecerá com os que tinham ido e por lá ficaram, entregues aos acasos da
sorte, ou haviam regressado pobres, desiludidos e gastos como Manuel da Bouça”.
Volviendo
al monumento del escultor Ramón Muriedas: ¡Jamás unos ojos tan profundos, una
mano en doliente soledad, un cuerpo plantado firme en tierra mientras sus
andrajosos ropajes se mueven como banderas derrotadas por el viento!
Gijón,
Asturias, como toda la Cornisa Cantábrica, sabe muchos de aquellas migraciones
ultramarianas que eran “a vida o muerte”. Y algunos encontraron la fortuna,
pero la mayoría quedó enterrada en la frustración y la derrota, en la
separación de las familias para siempre, o en el retorno fracasado, de mortales
heridas incurables.
¡Cómo
lo ha expresado esto el político, escritor, dibujante Castelao, con esas
viñetas que son todo un tratado de lo que significó la emigración! En sus
denuncias dibujadas, de frases lapidarias al borde de las mismas, también la
madre, sufriente, resignada, silenciosa, vuelve a significar el sacrificio, el
protagonismo pasivo de una historia que llena nuestras páginas. Que las llenó
durante siglos, incluidas las de las conquistas de la Edad Moderna; las de las
sueños americanos tras las independencias nacionales, necesitadas de pobladores
europeos; las de los años del desarrollismo del siglo XX, que fueron de enorme
desbandada; los actuales, en que nosotros también hemos recibido tantos sueños
venidos de las tierras más remotas: tiempos en los que se inaugura otra nueva
salida de los nuestros, esperanzada también, mejor comunicada virtual y mecánicamente,
pero siempre espinosa si es forzada.
Queda
otra vez el símbolo de la “Lloca del Rinconín” en nuevas madres, nuevas
familias separadas. A ver si las lecciones del pasado nos enseñan a darle a
esos adioses desgarrados un adiós de proyectos en los que el ser humano no sea
una mera mercancía.
Buenos días,estimado amigo y paisano Moisés; como he visto por Facebook que tratas el tema de "la madre del emigrante", que ambientas con esa bella, gigantesca y expresiva estatua de una madre que despide dolorosamente a sus hijos que emigran y se separa de ellos "como uña de carne" (según el "Mío Cid"), y que ya conocía porque tengo en Gijón unos paisanos que la enviaron hace tiempo, quiero introducirte en tu blog un poema ya antiguo que compuse a una vecina viuda y con cinco hijos eigrantes, se quedó solita y yo fui su "secretario" para escribirle las cartas a sus hijos. Cuando murió, le compuse este soneto en homenaje, Un abrazo extremeñamente fraterno de tu amigo
ResponderEliminarWenceslao Mohedas Ramos
Jaraicejo (Cáceres) / Barcelona
A LA MADRE DE UNOS EMIGRANTES
EXTREMEÑOS
Como una triste sombra dolorida,
sentada en un rincón la pobre anciana,
por cada pena, le salió una cana
y por cada hijo que emigró, una herida.
En un trozo de noche convertida,
envuelta en un mantón de negra lana,
va gastando sus años con desgana,
¡ ya no siente el latido de la vida !
Es ya sólo recuerdo sin consuelo,
arrugada materia atormentada,
nubecilla de tela sobre el suelo.
Ya espera solitaria y resignada
- más lejos de la tierra que del cielo -
su retorno a la sombra y a la nada...
Wenceslao Mohedas Ramos
Wenceslao, ya conocía este magnífico poema tuyo, que lo tengo guardado en mi carpeta de "pendientes" para comentar pronto. Te agradezco mucho que lo hayas puesto ahora en el blog, porque enriquece el trabajo que presento.
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