jueves, 22 de enero de 2015

LA SANGRÍA POBLACIONAL EXTREMEÑA
Moisés Cayetano Rosado
En los años del “optimismo”, o sea, cuando comenzaba el siglo actual y la emigración desde Europa del Este, Latinoamérica y el Magreb cambiaba el signo siempre negativo de las migraciones españolas, parecía que entrábamos en un crecimiento poblacional rejuvenecedor sin vuelta atrás.
España recibió más de cinco millones de extranjeros que se asentaron en el país antes del golpe de la crisis de 2008, y Extremadura participó en la “novedad”, contabilizando a más de 50.000. No gran cosa, pero vistos nuestros precedentes de continua sangría desde mediados del siglo XIX hasta finales del XX, no estaba mal.
Sin embargo, aquello era una ilusión basada en la “cultura del ladrillo”, el espejismo inmobiliario, junto a la especulación del capital financiero, que nos iba a costar caro a todos los países y zonas del “arco occidental”, en cuanto se desinfló la burbuja.
Ahora, de nuevo volvemos a la sangría de la emigración, que solamente se contiene porque tampoco la oferta exterior está como para salir corriendo detrás de ella.
Extremadura inauguró el siglo con menos habitantes (1.058.000) que los que tenía en 1920 (1.064.000), en tanto España los duplicaba: pasó de 21.389.000 a 40.500.000. No habían servido las tímidas políticas regionales de favorecimiento del retorno, pues en esos años de autocomplacencia en que “¡por fin se está retornando!”, pasamos de 1.065.000 habitantes de 1981 a 7.000 menos en el cambio de siglo; España, en cambio, sí ganó tres millones de habitantes en esos años: su población estaba menos envejecida y por ello hubo más recambio y aumento generacional, aparte de que iban llegando los primeros inmigrantes.
¿Qué podemos esperar para el futuro, con una de las densidades poblacionales menores de Occidente y uno de los mayores índices de envejecimiento? La sangría poblacional extremeña del siglo XX, y especialmente de los años cincuenta y sesenta hipotecó a largo plazo nuestro futuro. Nos colocó a la cola del progreso que siempre es impulsado por el “capital humano” y en el olvido político, que ha ido dejándonos a la cola de las infraestructuras y los proyectos de modernización en todos los sectores, especialmente el industrial, las comunicaciones y los transportes.
Aquel pequeño respiro de la “burbuja de los sueños, los ladrillos y cantos de sirena de las inmobiliarias” se ha desvanecido y ya no habrá retorno. Hicimos unos planes urbanísticos que a veces llegaban a lo disparatado, recalificando suelo y programando barrios fantasmales, de los que Badajoz es un ejemplo para estudiar en las escuelas de geografía humana y de arquitectura. Y ahora los jóvenes vuelven “a la maleta”.

En tanto, los políticos asentados en el poder se vanaglorian de sus consecuciones. “Gobernar es poblar”, dijo Juan Bautista Alberdi refiriéndose a Argentina a mediados del siglo XIX. “Gobernar es poblar” ha de ser el empeño en Extremadura, que en los últimos 150 años (los que hace, más o menos del lema) ha ido siempre haciendo precisamente lo contrario: no llega ahora, a comienzos de 2015, a los 1.100.000 habitantes -55.000 menos que en 1930-, en tanto España en su conjunto pasó en ese período al doble de habitantes.

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