lunes, 25 de junio de 2018


DE TOMELLOSO A ALBACETE, ALREDEDORES DEL RÍO MUNDO Y LAS LAGUNAS DE RUIDERA (I)
Moisés Cayetano Rosado
Paradas en Tomelloso y Albacete
Con la urgencia de unos apuntes que inviten a la visita, quiero hacer un repaso a lo que resulta un viaje sencillo y a la vez sensacional. Esa Mancha de Don Quijote, de peñas y de llanos, del vino y del agua, de las navajas y del modernismo.
Cuando desde el oeste en que lindan Alentejo y Extremadura partimos hacia el este donde surge el Guadiana que nos cruza y acompaña en la frontera, es recomendable parar en Tomelloso, la ciudad donde persisten más de 2.000 cuevas-bodegas, horadadas en la roca caliza para el almacenamiento del vino, y se levantan varias decenas de altísimas chimeneas que se utilizaron para la destilación de alcoholes.
Visitar una de esas cuevas, con salida exterior mediante rejillas de ventilación -en las aceras de las calles-, es una experiencia apasionante. De dos pisos, los tinajones de barro ocupan ambas alturas, recorriéndose la superior (donde están las bocas de esas tinajas) mediante pasadizos con balaustradas, y teniendo la inferior superficie aplanada en el suelo arcilloso, en que reposan estas vasijas gigantescas. Hoy ya, objetos de museo, pues el vino se elabora en modernas bodegas exteriores.
Después, es menester llegarse al Museo del Carro, que recuerda un poco al Museo Etnográfico de Olivenza, por sus tesoros etnográficos, centrados fundamentalmente en aperos y maquinarias relacionados con los trabajos en el campo. En su patio, hemos de admirar  una recreación de los llamados “bombos”, que aún se conservan por los campos manchegos. Se asemejan a los talayots de las Baleares o al tholos de El Romeral de Antequera, aunque del siglo XIX y no de varios milenios como los anteriores: forma más o menos oblonga, de muros gruesos levantados con toscos sillares calizos y mampostería, sin argamasa, con puerta de entrada adintelada o arco de medio punto, cerramiento en falsa bóveda -admirablemente rematada- y airosa chimenea lateral. En estos “bombos” se alojaban los animales de labor y las familias, así como los aperos de labranza.
De allí nos llegamos hasta Albacete, ciudad de la “cuchullería” por excelencia. Toda llena de oferta variada en navajas, cuchillos, espadas, tijeras y otros objetos cortantes, que en los escaparates de las numerosas tiendas de la ciudad se nos ofrecen como auténticas museos al paseante.
Museos, por cierto, no faltan en la ciudad, sobresaliendo el “Museo de la Cuchillería”, en magnífico edificio modernista, con amplias y valiosas colecciones, así como bien elaborados vídeos didácticos del proceso de confección de estos elementos de corte doméstico.
Sorprende, sí, esta urbe, tan limpia, cuidada, llena de edificios de noble porte, especie en sí de museo de construcciones modernistas, coloridas; bien ajardinada, de mercado municipal donde se alternan las pequeñas tiendas con oferta variada de restaurantes de bebida y tapas; con un curioso Pasaje comercial (de Lodares, como una mini-Galería de Víctor Manuel II de Milán), de principios de siglo XX, y calles centrales llenas de vida y edificaciones singulares donde se muestra el alto poder adquisitivo de los residentes del centro (centro “vivo”, a diferencia de lo que está pasando en otras ciudades).
La neomudéjar Plaza de Toros es otra joya de la población, que se rebaja en humildad en su Catedral, neorrománica y neogótica en su exterior, aunque monumental en su interior de tres altas naves y tres tramos separados por cuatro elegantes columnas jónicas renacentistas y ricas decoraciones pictóricas y escultóricas.
Ciudades las dos para el paseo tranquilo, para el reposo y la relajación, pórticos de parajes naturales de resaltado encanto, como son las Lagunas de Ruidera y el nacimiento del río Mundo, respectivamente, objetos de deseo para el naturalista, el caminante y los ecologistas.

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