lunes, 13 de febrero de 2023

 UNA RIADA DE LIBROS


MOISÉS CAYETANO ROSADO

Cuando una riada imprevisible se lleva por delante las propiedades, los enseres de un numeroso grupo de familias, la solidaridad ciudadana y la acción institucional son el consuelo y en buena parte el remedio para la desgracia. Solo la muerte de los seres humanos, como ocurrió en Badajoz hace veinticinco años, resulta irreparable y trágico en extremo; afortunadamente no éste el caso ocurrido el trece de diciembre en La Roca de la Sierra, un pueblo que ya conoció otras inundaciones por el desbordamiento de su rivera de Troya, pero que esta vez fue castigado en lo material como nunca lo había sido antes.

Entre las pérdidas sustanciales, su Biblioteca Municipal se quedó sin sus fondos bibliográficos, sufriendo bastantes daños sus instalaciones. Poco a poco, esta parte material va quedando de nuevo en uso, pero los libros desaparecieron por completo, destruidos por el agua torrencial.

Y lo que fue desolación, tristeza, por la pérdida de un patrimonio construido poco a poco, con amor a la cultura, quedó como una herida desgarradora, como siempre ocurre cuando se pierde el tesoro inmortal que encierran los libros, en toda la gama del saber, de la creación y la evasión.

Sin embargo, la lección que entre todos nos estamos dando en Extremadura y más allá de nuestros límites territoriales es que los libros constituyen un legado compartible que ninguna riada puede destruir, porque siempre se puede reponer. Y, efectivamente, a la riada desoladora del agua impulsiva, incontrolada, le ha seguido la riada consciente, controlada, reflexiva y enriquecedora de miles de libros que vienen de múltiples lugares a ocupar el espacio vaciado.

Particulares, instituciones, librerías, otras bibliotecas… han acudido a la llamada que entre todos nos hemos ido haciendo espontáneamente: ni un pueblo sin libros, ni una biblioteca pública sin dotación por mucho que la fuerza de la naturaleza -y también la falta de previsión en la gestión de la misma, de los cauces de arroyos y ríos, y del trazado de aliviaderos, puentes, etc.- nos jueguen una terrible pesadilla.

Hoy en día, cuando parece que perdemos el acercamiento a la letra impresa, a los libros editados, conseguir que en tiempo record se reconforme una biblioteca es una lección para todos, porque nos habla de nuestro íntimo amor por la lectura, de la necesidad colectiva por tener este patrimonio escrito a nuestro alcance. Del templo cultural que significa y dignifica.

Espero que la “reinauguración” de esta Biblioteca Municipal, cuando se dote suficientemente de fondos -para lo que falta bien poco y en lo que se trabaja allí con ejemplar tesón-, constituya una noticia de primera plana, como lo fue la desgracia del diciembre pasado. Y que sea un símbolo del despertar del libro impreso, pues parece que con “las nuevas tecnologías” se nos había ido arrinconando en el olvido. La “magia” del ruido de las hojas que se pasan al leer, el olor a tinta o la solera del papel envejecido, la mirada que busca en los lomos de las encuadernaciones el título llamativo o el autor  deseado, son un elevado y recurrente placer.

En el fondo pasa como ocurriera con la radio al irrumpir la televisión: muchos pronosticaron que desaparecería; ¡ya vemos, en cambio, como gana oyentes! O con la prensa escrita con respecto a la presencia digital: algunos auguran su muerte, que es seguro no se producirá, porque el registro escrito, impreso, es fuente de consulta y de placer que, pudiendo -eso sí- complementarse, nunca podrá ser reemplazado.

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