domingo, 9 de junio de 2013

DE FUNNY GAMES A AMOUR: CINE MAYOR
MOISÉS CAYETANO ROSADO
Toda la filmografía del alemán Michael Haneke es -aparte de obras maestras indiscutibles- un ejercicio de tensión emocional que a veces resulta difícil de afrontar, a pesar de la impecable y rotunda “obra maestra” que resulta cada una.
Aunque quizás la última (Amour, 2012) rompe un poco la tendencia de violencia extrema en que se sitúan otros de sus títulos (especialmente uno de sus primeros, Funny Games, 1997), para inundar las pantallas de dulzura, dentro de la tristeza del drama, más bien tragedia, que viven sus protagonistas.
Funny Games (http://www.youtube.com/watch?v=9fxjbaOFSrk) ponía a prueba nuestra capacidad de aguante emocional, presentando una situación límite de crueldad gratuita. La actuación de dos jóvenes que se introducen en el chalet de una pareja y su hijo, interrumpiendo su tranquilidad con motivos nimios que van derivando a exigencias y violencias sin cuento, hasta que acaban lentamente con sus vidas, algo que ya habían hecho con unos vecinos y seguirían haciendo con otros más, como queda insinuado en el film.
Con una maestría extraordinaria, primeros planos contundentes, espacios fundamentalmente cerrados, mínimos recursos exteriores, Haneke se centra en los gestos, en los escasos diálogos, en los múltiples silencios, para crear una atmósfera psicológicamente irrespirable, atosigante, brutal, inexplicable en el desarrollo de los hechos para una mente medianamente sana. Y es que los jóvenes criminales representan un caso extremo de psicópatas, que como tales se recrean en su crueldad, a la que ven con naturalidad. Seductores, sagaces, ególatras, insensibles, fríos, no tienen ninguna cortapisa en su sadismo estéril.
La interpretación por parte de todos los protagonistas principales: el matrimonio, su hijo de diez años, los jóvenes asesinos, resulta intachable; su caracterización, genial: el estupor, la desesperación creciente de las víctimas, su deterioro físico en las horas de tortura…; la desenvoltura, indiferencia, el desparpajo de los verdugos.

Una película, en fin, extraordinaria en su concepción y desarrollo, al tiempo que desesperanzadora, pues poco puede hacerse ante esas mentes perturbadas con las que cualquiera podemos encontrarnos por la vida.
En cuanto a la reciente entrega de este director y guionista, Amour (http://www.youtube.com/watch?v=dxFVk-vM38Y), no es que rompa con su tradicional dramatismo, pero supone un respiro en medio de lo sobrecogedor a que nos tiene acostumbrados. Hay un sustrato de amor sostenido en el tiempo por parte de la pareja de ancianos protagonistas de la película, que nos reconcilia un poco con el mundo, aunque lo irreparable del deterioro físico, de la enfermedad galopante, de la enajenación mental y la invalidez, nos coloque ante una triste realidad, bastante presente en nuestra sociedad.
Si en la anterior nos mostraba el mundo horrible, la actuación extrema de una pareja de psicópatas, aquí nos presenta la vida apacible que se apaga de un par de ancianos que han vivido una vida plena en lo personal y profesional, pero a los que les ha llegado el derrumbe por la enfermedad de la mujer, que comprende su tragedia y no quisiera prolongarla, siendo el anciano quien ha de correr con la responsabilidad de cortar con la desgracia, precipitándose en otra tragedia.

Multipremiada el año pasado y el actual (Oscar, Premio BAFTA y Palma de Oro en 2012, y Globo de Oro en 2013, entre otros), esta última producción del cineasta -autor de obras tan rotundas como La Pianiste (2001), Caché (2005) o Das Weisse Band (2009)- vuelve a demostrar cómo con unos mínimos recursos, sin apenas rodajes exteriores, sin casi otros protagonistas que la pareja de ancianos en los momentos últimos de su existencia, da lugar a una obra magistral, sin fisuras, sin concesiones a la blandenguería y con una carga emocional sublime dentro de lo terrible del final irremediable de sus vidas.

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