jueves, 13 de junio de 2013

VIVIR EN LA RAYA
La Raya desde la Sierra de Alor (Olivenza)
Moisés Cayetano Rosado
Vivir en la Raya es como hacerlo en una especie de mundo mágico, de país de las mil y una maravillas. En breve tiempo, pasamos de un acompañamiento ambiental de voces en castellano a otro en portugués, como si todo se hubiera trastocado. De tomarnos nuestro café con leche a ponernos delante de uma bica, pequeñísimo café tan concentrado como solo nuestros vecinos consiguen hacer. Del pan de nuestro lado español, esponjoso y blando, al portugués, más compacto, abultado y oscuro. De nuestras sopas caldosas a sus espesas açordas. De nuestros fritos a sus asados. De nuestras calderetas de cordero a sus ensopados de borrego; de la candelilla bañada en miel a la baba de camelo
Pasamos sobre la línea del tiempo viendo cómo nos dejó marcados: aquellas luchas persistentes nos legan este patrimonio que se “encara” en un lado y otro de la Raya, preventivamente, preparado para cualquier ataque repentino en nuestras portentosas fortificaciones.
Y dejamos atrás nuestro flamenco y pasodobles, nuestras alegres jotas rayanas, para ir introduciéndonos en su sentido fado, en los profundos coros de cante alentejano.
En cuestión de un momento, nos situamos al otro lado del espejo. En la otra cara de la misma moneda, que a veces se entremezclan y crean un producto renovado, llevándonos a nueva dimensión. Así es el caso de Olivenza, donde se encuentran “las hijas de España y nietas de Portugal” (según una de las jotas más conocidas del folklore extremeño), con sabores ambientales de las dos culturas, superpuestas.
Tuy desde Valença do Minho


Sanlúcar de Guadiana desde Alcoutim
Pero que también se va dando en poblaciones de ambos lados, tan cercanas que se dan la mano, mojada la separación apenas por un río, como Tuy y Valença do Minho al norte fronterizo (Galicia y Minho), o Alcoutim y Sanlúcar de Guadiana en el sur (Algarve y Andalucía); otras veces, con una explanada que se acorta a base de construcciones acercándose, como ocurre con Badajoz y Elvas.
El sol cayendo en Elvas, visto desde Badajoz.
Nada más curioso que pasear al borde mismo de la Raya, a través de los campos, e ir saludando a caminantes de uno y otro lado, alternando los idiomas hermanados. Y comprobar que sucesivamente cambiamos de hora, como si pudiéramos hacer un viaje en el tiempo, retrocediendo y avanzando según nuestro gusto.
Vivir en la Raya es casi vivir en la fantasía e incluso en el capricho de desdoblarnos en mundos diferentes, que en su variedad se complementan y enriquecen. ¿Nos damos cuenta de la suerte que se tiene al ser “rayanos”? 

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