viernes, 23 de octubre de 2015

Del castelo de Almourol a Peniche, pasando por Tomar, Batalha, Alcobaça, Nazaré y Óbidos (I)
ALMOUROL Y TOMAR: EL DOMINIO TEMPLARIO
Castelo de Almourol
Moisés Cayetano Rosado
Quizás lo que más me haya atraído siempre del Castelo de Almourol es su soberbia presencia en medio del río Tajo, en esa islita que parece que ha sido hecha para él. Entregado a los Templarios a mediados del siglo XII, fue reedificado por ellos, que lo terminaron en 1171, con nueve torres circulares perimetrales y una magnífica Torre del Homenaje en su centro.
Accedemos al monumento en una barquita que nos hace sentirnos conquistadores en los pocos metros que lo separan de la orilla. Subimos por el montículo que le sirve de base como unos guerreros esforzados, que van a ser recompensado por un interior recio y monumental, de unas vistas sobrecogedoras al entorno, con sensación de riesgo y de vacío desde su corona almenada, de triple barrera: torre, adarve y barbacana.
A pocos kilómetros, hacia el noroeste, llegamos a Tomar. De nuevo, la huella templaria nos espera en la ciudad (esa extraordinaria Igreja de Santa Maria dos Olivais, primera sede de la Orden del Templo, reconstruida por el Gran Maestre Gualdim Pais en el siglo XII, con posteriores añadidos manuelinos), pero especialmente en su Castelo, enclavado en lo más alto del territorio. Gualdim Pais inició su construcción en 1160, con modelo similar al de Almourol, pero magnificado; el alambor que lo rodea es de unas dimensiones colosales, constituyendo un declive defensivo de extraordinaria eficacia tanto para dificultar el ataque como para evitar la acumulación en rampa de materiales en caso de derribo de la muralla, al hacerlos resbalar a lo lejos.
Y allí, dentro de los cuarenta mil metros cuadrados de su amurallamiento, está el Convento de Cristo, un libro abierto, una lección completa de los estilos artísticos románico, gótico, manuelino, renacimiento, manierismo y barroco.
Lo primero que nos impresiona es la monumental Charola Templaria, de traza románica, en planta central, rememorando al Santo Sepulcro de Jerusalén, a cuyos pies se edificaría la iglesia del siglo XVI. Entre el castillo y la charola tenemos dos hermosos claustros mandados edificar por el Infante D. Henrique. En el extremo opuesto, a los pies del templo, otros cinco claustros más completan el conjunto, enlazando con el del extremo sur (Claustro dos Corvos) un acueducto del siglo XVI con 6 kilómetros de largo.
De especial belleza es el Claustro de D. João III, colosal obra del renacimiento, llevada a cabo por el arquitecto Diogo de Torralva.
Pero lo más visitado, contemplado, admirado y fotografiado de todo este laberinto de bellezas es la exuberante “Janela” manuelina, todo un alarde de ornamentación y simbolismo, brillante alegoría de los descubrimientos portugueses, de sus conquistas y aventuras por el mar.

La Orden de Cristo, sucesora y heredera de los Templarios en Portugal, alcanza en este convento la más alta expresión de su poder y su grandeza artística, obteniendo con toda justicia la calificación de Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1984.
Moisés Cayetano Rosado

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