EL
ANTIMILITARISMO DE ADA COLAU
Moisés Cayetano
Rosado
Doctor en Geografía e Historia
La
alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, no ocultó su malestar por la presencia de
militares en el Salón de la Enseñanza, que se celebra en Barcelona en estos
días finales del invierno, y les dijo claramente
que no le agradaba tenerlos en el certamen (https://www.youtube.com/watch?v=a0QIt4eH9Ls).
El
desaire, manifestado al saludar a un coronel, al lado de su stand -aunque con
muchas sonrisas por parte de la primera edil barcelonesa-, no deja de ser un
acto insólito en las relaciones institucionales de la representación política
con los representantes del Ejército de la nación.
Pienso
que para muchas personas la imagen de los militares les viene dado por lo que
en la historia, y concretamente la de los siglos XIX y XX, ha podido
significar. No hay más que repasar los textos de nuestros más señalados
escritores, o las mismas declaraciones de algunos mandos militares para
entenderlo de esta forma.
Así, Valle Inclán, en la novela “La
Corte de los Milagros” (1927), referida a la Corte de Isabel II (mediados s. XIX), escribe: Los héroes marciales de la revolución
española no mudaron de grito hasta los últimos amenes. Sus laureadas calvas se
fruncían de perplejidades con los tropos de la oratoria demagógica. Aquellos
milites gloriosos alumbraban en secreto una devota candelilla por la Señora.
Ante la retórica de los motines populares, los espadones de la ronca
revolucionaria nunca excusaron sus filos para acuchillar descamisados. El
Ejército Español jamás ha malogrado ocasión de mostrarse heroico con la turba
descalza y pelona que corre tras la charanga.
Arturo
Barea, en “La Ruta” (1951), referida a su experiencia en la Guerra de Marruecos
contra los independentistas rifeños (en los años veinte del siglo XX), nos narra: El general que conquistó la kábila estaba en su tienda delante de una
mesa: un cabo de vela encendido, una bandeja y dos botellas de vino, rodeadas
de varios vasos. Iban entrando los oficiales de cada una de las armas que
realizaron la conquista, con su lista de muertos y heridos. Cada oficial traía
dos o tres muertos, diez o doce heridos. El ayudante del general apuntaba. El
general invitaba a un vasito de vino. Los oficiales se iban soñando con las
cruces que aquellos muertos les hincarían sobre la guerrera al lado del
corazón. En la noche, luego, se oían los ronquidos del general, ronquidos de
viejo borracho que duerme con la boca abierta, los dientes en el fondo de un
vaso.
El general Queipo de Llano, en uno de
sus discursos radiofónicos de 1936, al
inicio de la terrible Guerra Civil, exclamaba: Nuestros valientes legionarios y regulares han demostrado de rojos
cobardes (sic) lo que significa ser
hombres de verdad. Y de paso también a sus mujeres. Esto está totalmente
justificado porque estas comunistas y anarquistas predican el amor libre. Ahora
por lo menos sabrán lo que son hombres y no milicianos maricones. No se van a
librar por mucho que berren y pataleen (https://www.youtube.com/watch?v=9weVo7tCvjc).
De esa “memoria histórica” pudiera venir
el rechazo. Pero los tiempos son otros, las funciones son distintas, y la
responsabilidad de las actuaciones militares caen precisamente en las filas de
aquellos que, como Ada Colau, son elegidos por el pueblo: los políticos.
Tengo muchos amigos militares. En
España, y especialmente en Portugal. Algunos -de este querido país vecino- han
sido precisamente aquellos que derrumbaron la dictadura salazarista y
propiciaron el régimen democrático que disfrutan desde 1974, jugándose la vida.
Mis amigos son unos suboficiales, oficiales otros, jefes algunos más y también
generales de distintas armas. Buena parte de ellos con estudios universitarios,
con conocimiento de diversos idiomas, con afán investigador histórico,
económico, social… en lo que se desenvuelven con brillantez.
Como en todas las profesiones, los hay
con mejor y con peor disposición profesional y personal, pero no reconozco en
ellos a los espadones sanguinarios que describe con tanta agudeza Valle Inclán;
ni a los desaprensivos, crueles y egoístas que retrató Arturo Barea; ni a los
brutales, deshumanizados, ofensivos que retrata en su misma persona Queipo de
Llano.
Posiblemente Ada Colau se ha confundido
de siglo, y de país, y de personas. Solo hay que ver la actitud del coronel que
recibe la “reprimenda”. Aunque fuera únicamente por eso, merecería estar en el
Salón de la Enseñanza: por lo que esa actitud serena y receptiva -y la de sus
compañeros- nos enseña de cómo comportarse ante las contrariedades y desaires.
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