sábado, 23 de abril de 2016

LO MÁS “VISTO” DE LO MÁS VISITADO EN NÁPOLES, POMPEYA Y HERCULANO
Moisés Cayetano Rosado 
Nápoles está llena de tesoros sorpresivos. Auténtica maravilla de ciudad, envuelta en el caos circulatorio y en el bullicio de un Casco Antiguo fascinante (http://moisescayetanorosado.blogspot.com.es/2016/04/la-magia-denapoles-y-sus-alrededores.html). Lleno todo de grupos juveniles que deambulan de un sitio para otro, con profesores o por libre, entre los que destacan los Erasmus, especialmente españoles, que hablan más alto incluso que los propios napolitanos.
Y a donde se dirigen, nos dirigimos, prioritariamente, es al Museo Arqueológico, uno de los más interesantes del mundo, gracias especialmente a los hallazgos de Pompeya y Herculano. Pero… ¿en dónde se agolpa la mayoría de los ávidos, sedientos consumidores de novedades y cultura? Sin duda, en el Gabinetto Segreto, tantos años vedado a la inmensa mayoría, pues solo con permisos especiales se podía entrar; hoy, incluso, los menores de 14 años han de ir acompañados de padres o profesores para hacerlo (o eso dicen, porque yo no vi control alguno).
¿Y cuál es el imán de dicho Gabinetto? Su extraordinaria colección de objetos muebles, pinturas murales y esculturas de erotismo crudo, que no conoce cortapisas y que ha sido piedra de escándalo para gobernantes, jerarquías eclesiásticas y público en general poco avisado.
No es para menos, si nos colocamos ante los múltiples amuletos fálicos de exageradas dimensiones, o ante los maravillosos frescos de sexo explícito que es toda una lección de métodos y posturas heterosexuales, homosexuales y “bestiales”. Para mí, por su naturalidad y perfecta ejecución, un plato ático de mediados del siglo V a.C. (de origen desconocido), con cenefas y figuras ocres, desnudas, en cópula, de remarcados contornos sobre amplio fondo negro, es una muestra de arte realista preclásico griego inigualable.
Pero como “escandaloso”, al mismo tiempo que como muestra de magnífica elaboración, destaca la composición escultórica “Pan, dios de la Naturaleza fecundando un cabra”: impresionante estudio anatómico humano y animal, fantástico movimiento barroquizante, expresionista, encuadrado en una especie de rombo imaginario, de una crudeza erótica inigualable.
¡Cuántas fotos se habrán hecho a todo el Gabinetto, y en especial a estas dos piezas, que atraen como un imán por su perfección artística… o por el morbo que provocan!
Mucho de lo que allí se encuentra procede de Pompeya. Y en Pompeya está otro reclamo que origina colas de espera como en ninguna otra parte de la fascinante población arrasada por el Vesubio en el año 79, y de la que lo que hoy vemos es “foto fija” de cómo era la ciudad romana de hace dos mil años: urbanismo en cuadrícula, calles de meticulosa composición, redes de canalización de aguas de consumo y cloacas, fuentes, casas señoriales de patio porticado central, habitaciones con suelos de mosaicos y paredes con frescos variados, lugares de uso público oficiales y de diversión, panaderías, mercados…
¿Pero cuál es ese reclamo de las pacientes colas de curiosos? Pues el lupanar (el ofrecido al público, de los muchos que debería haber en su tiempo), en una de sus callejuelas interiores, donde puede visitarse el piso bajo, con cinco pequeñas habitaciones dotadas de una cama de mampostería (se supone que se cubriría con cojines y/o colchón) y un “aseo” común.
En la entrada de cada habitación hay una pintura mural alusiva a los servicios que allí se prestan, con descarado desenfado y claro afán “publicitario”; pero al mismo tiempo, ¡cuánta belleza en el trazado, cuánta delicadeza en el color, el movimiento naturalista y elegante!
Ahora bien, no todo va por la misma línea cuando vemos las aglomeraciones en Herculano. Tal vez porque en esta otra mítica ciudad que sufrió el mismo destino de su vecina no existen vestigios alusivos a las funciones sexuales anteriores, aunque sí la gran riqueza de lo que vimos en Pompeya, pero en menor cantidad, pues si la otra sería una población de 20.000 habitantes, ahora hablaríamos de 5.000.
En Herculano el “morbo” se centra en la zona de cota más baja: lo que fue la orilla del mar, y en concreto los almacenes del puerto, donde se refugiaron cientos de habitantes, cuando ya la ciudad estaba condenada a ser sepultada bajo más de veinte metros de piroclastos.
Allí están, apelmazados, intentando defenderse recogiéndose en sí mismos, en posición fetal, los esqueletos sobrecogedores que contemplamos hoy como si apenas hubieran pasado unas décadas de la catástrofe: tal es el increíble estado de conservación.

Eso sí (¡es raro!), no me encontré en ninguno de los tres enclaves con los “inevitables” grupos e japoneses, cámara en ristre, tan comunes en los lugares claves del turismo universal.

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