miércoles, 19 de abril de 2017

De Madrid a Collioure, con parada y fonda en Barcelona (III)
DEL PARQUE GÜELL AL CAMP NOU DE BARCELONA
Cuando paramos de mañana en la Estación de metro de Lesseps, camino del Parque Güell, al norte de Barcelona, mi nieto Marco tiene suerte: encontramos un bar donde sirven churros con chocolate (que después veremos, y comeremos, en diversos lugares de la ciudad); mi otro nieto, Moi, prefiere la butifarra catalana y el café con leche, que tampoco están mal. Y ya, ¡quedamos bien dispuestos para un día de mucho caminar!
Las aglomeraciones en el Parque Güell están aseguradas todo el año, como cualquier cosa que “suene” a Gaudí. Pero el espacio general es suficientemente amplio como para albergar a miles de turistas que deambulamos de un lado para otro. Las 18 hectáreas de este Patrimonio de la Humanidad (como lo es también la Sagrada Familia, que habíamos visto, y las Casas Milà y Batlló, del Paseo de Gracia, que veremos después), propiedad del rico empresario Eusebi Güell, fueron acondicionadas por el artista entre 1900 y 1914, y en ellas derrochó su gran imaginación hasta extremos delirantes, constituyendo la “balconada”, el mirador escalonado (con desnivel de 60 metros) hacia la urbe barcelonesa más cautivador que podamos contemplar.
La rejería de la entrada baja -inspirada en las deshilachadas hojas de palmito- da acceso a una azulejería multicolor, con fuentes escultóricas, que desembocan en gigantesca galería con 86 columnas en estilo dórico, arriba de la cual tenemos el primer gran mirador: plaza de 2.694 m2, polivalente como zona de celebraciones.
Subiendo por las escaleras laterales, vamos ganando terrazas, salvando diversos viaductos de ladrillos, revestidos de piedra rústica, de columnas inclinadas, irregulares, y bóvedas de cañón igualmente deformadas, evocando los estilos románico, gótico y barroco, tan del gusto de Gaudí. Pabellones, palacetes, casas de diversas facturas, completan un conjunto sobresaliente.
Así, con esta lección de estilo artístico peculiar, es fácil encontrar en esa columna vertebral que constituye el Paseo de Gracia los dos grandes edificios emblemáticos del singular arquitecto. Y no solo por las colas de turistas que aguardan para entrar y los que los fotografían sin descanso, sino por la singularidad de sus fachadas: la Casa Milà, a la izquierda según bajamos a la Plaza de Cataluña, popularmente conocida como “la Pedrera”, de 1906-1912, haciendo chaflán con la calle Provenza, grandiosa, curvilínea, profusamente abalconada, de grandes chimeneas sinuosas, en color blanco como todo el conjunto; un poco más abajo, a la derecha, la Casa Batlló, de 1904-1906, con fachada floreada, multicolor, igualmente de curvilíneas balconadas adelantadas, que cuando la vimos por la noche parecía que estuviéramos ante una casita encantada de cuentos infantiles.
Bajando a la elegante Plaza de Cataluña, claro, hay que hacer un alto en el Corte Inglés: ya sabemos… ¡las zapatillas de moda! Pero la multitienda que las atesora está un poco más abajo, en la Puerta del Ángel. No obstante, las zapatillas que buscábamos no íbamos a verlas allí sino en una de las tiendas del antiguo coso taurino de la Plaza de España, lugar que hace las delicias de los “consumidores”.
Estando ya en el meollo del Casco Antiguo de Barcelona, es preciso recorrer con calma el Barrio Gótico, volver a la Catedral, a la Plaza de Sant Jaume, a las Ramblas para disfrutar -siendo la hora de la comida- de la oferta variada del Mercado de la Boquería, tan repleto de bares-restaurantes (¡y abarrotados de clientes!), con puestos de toda clase de zumos refrescantes a un euro o euro y medio el vaso largo con pajita.
Luego es cuestión de bajar aún más, cerca de la Vía Layetana, hacia lo que para mí es uno de los templos más fascinantes que conozco: la Basílica de Santa María del Mar, magnífico ejemplo del gótico catalán, del siglo XIV: imponente en su reciedumbre, en su extraordinaria altura que alcanza los 33 metros en la nave central (lo mismo que su anchura, teniendo a lo largo 80 metros); edificio de tres naves, sin crucero, con amplio deambulatorio, todo cubierto con bóveda de crucería sostenida por dieciséis columnas octogonales de 1’6 metros de grosor.
Muy cerca, hacia el noreste nos topamos con el antiguo Mercado del Born y a continuación el Parque de la Ciudadela. El Mercado del Born fue construido a partir de 1871, en estructura metálica, con la finalidad de albergar los puestos que desde la Edad Media habían estado presentes en la zona y fueron arrasados para construir la gran Ciudadela que ideó Felipe V en 1715 para dominar la ciudad que se había opuesto a su proclamación.
El mercado estuvo activo hasta 1971, acometiéndose su rehabilitación en 2013, siendo en la actualidad un centro de exposiciones permanentes y temporales, una memoria de lo que fueron y significaron los mercados históricos de la ciudad, al tiempo que -en su zona central- un espacio arqueológico donde contemplar los restos de viviendas y mercado arrasados al levantar la Ciudadela.
Ahora paseamos por lo que fue esa fortaleza abaluartada de cinco puntas con cinco revellines (inmenso pentágono de 28’6 hectáreas), levantada entre 1715 y 1751, y derribada durante la Revolución de 1868. Parece que estuviéramos en el Retiro madrileño: todo verdor, arboledas, palacetes y también una laguna donde podemos remar a placer con barquitas similares. Cientos de personas, incluso en bañador y bikini, toman el sol, ajenos a tiempos duros de represión y miedo.
En fin, un día ajetreado que terminamos cerca de nuestro lugar de alojamiento: en el Camp Nou, Estadio del Fútbol Club de Barcelona -al oeste de la población-, que es un complejo futbolístico y de tiendas donde venden todo tipo de “aparejos” deportivos, con unos precios que se suben por las nubes. ¡No en vano mandan allí los de Qatar!

Moisés Cayetano Rosado

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