DESTRUIR LA MEMORIA MATERIAL
MOISÉS CAYETANO ROSADO
Cuando
por decisión “omnisciente” de Juan Carlos Rodríguez Ibarra, como Presidente de
la Junta de Extremadura, se arrasó la Vieja Plaza de Toros de Badajoz, muchos
pensamos que se estaba destruyendo la memoria material de unos hechos
históricos trascendentales, desgarradores y necesarios en la pervivencia de una
sociedad que no debía volver a cometer los horrores de asesinatos en masa,
indiscriminados, de una población que una vez más volvía a ser victimizada. ¡Lo
fue tantas veces en la historia, y especialmente en los enfrentamientos de
frontera, que estos de la Guerra Civil de 1936-39 no eran sino otro eslabón en
la cadena!
Hoy,
allí, en el lugar del dolor, se levanta un Palacio de Congresos, aunque sean
muy pocos los congresos que se celebren, y sí periódicas audiciones musicales
de la Orquesta de Extremadura. O sea, hemos convertido el lugar de la masacre
en un centro de cultura y diversión. Tal vez no nos detenemos suficientemente a
meditarlo, pero es posible que no difiera mucho del “resort” que Donald Trump
quiere hacer en Gaza, una vez exterminada la población palestina, víctima de
los asesinatos en masa y las deportaciones tipo Segunda Guerra Mundial con
respecto a los judíos en los campos de exterminio del nazismo.
Destruir
la memoria material y aprovecharla para tiempos de relax, bien en ocio
distendido o en ocio cultural, olvidando la sangre derramada, es un atentado
contra la Historia y contra la humanidad.
Miro,
entonces el Obelisco Conmemorativo a la Memoria de las Víctimas de los Sitios
de Badajoz (Guerras Napoleónicas) y me congratula la diferencia: aquí se ha
respetado el espacio físico, libre, expedito, propicio para la meditación y el
homenaje. ¿Qué se debió hacer de la Vieja Plaza de Toros de Badajoz? Pues eso:
un lugar para la Memoria Material de los hechos que no se deben repetir, propio
para la meditación y el rendimiento de homenajes.
De
joven leí el “Diario de Ana Frank” y después visité su casa-museo en Ámsterdam,
siempre lleno en los alrededores de largas colas que quieren interiorizar las
sensaciones de la joven víctima judía tan vilmente asesinada. ¡Qué emoción
recorrer los lugares descritos en una obra palpitante de vida y esperanza,
luego destrozadas! Y después he recorrido campos de exterminio, como los de
Auschwitz, en Polonia, en los que murieron tantas miles de personas, en medio
del hambre, las enfermedades, trabajos forzados, cámaras de gas…, siendo la
mayoría judíos. Sobrecogedor el silencio y la expresión de dolor de los que
allí se acercan.
¿Se
imaginan que ahora, algún gobierno caprichoso, en combinación con otro más
caprichoso aún, poderoso en armas y dinero, deseara hacer en esa “casa-museo de
peregrinación” y en esos campos de exterminios preservados para perpetuar la
memoria del horror unos resorts de lujo, para solaz de potentados o de menos
poderosos que quisieran darse el capricho de disfrutar de unas vacaciones ahí?
¿Qué gritos se oirían, qué manifestaciones, que enfrentamientos serios tendrían
lugar, qué conflictos internacionales?
Pasable
destino el dado a la Vieja Plaza de Toros de Badajoz -este elemento patrimonial
que nos “cae” cerca- al menos por ahora: la cultura, el arte; sin embargo,
perdió la esencia de lo que debió ser: lugar de memoria material. Aunque no
puede destruirse la memoria sentimental, la dignidad de las evocaciones, no
estaría mal dotarlo de mayores elementos de recuerdo, y no los tímidos,
“esquinados”, que tiene.
Terrible,
indigno, brutalmente ofensivo si en Gaza, lugar de crímenes horrendos,
sistemáticos, fríos y predeterminados, se levantan hoteles, zonas de diversión
donde se vertió y se vierte tanta sangre inocente, indefensa, en medio del
hambre, la enfermedad, los bombardeos, los desplazamientos en “masa humana
hacia la nada”, la más brutal destrucción personal y material, el genocidio que
estamos viviendo en directo cada día.
