LA MIRADA DE LOS
PASTORINHOS
Observad
sus manos en posición seráfica, con el rosario recorriéndolas como si
esclavizara su actitud. Y sobre todo, deteneros en la mirada de cada uno de los
niños, que -pese al hieratismo del posado- son ventanal abierto a sus almas
infantiles.
Lúcia,
segura de sí mismo, se muestra levemente arrogante, dominando la escena;
aparenta más de los 10 años que tiene. Está segura de su papel y nada la
detendrá en la altísima misión que asegura le ha sido encomendada.
Francisco
-un año menor- se nos presenta como ausente, ajeno a los hechos trascendentes
que vivía, al revuelo que esta historia iba a significar entre las masas más
desfavorecidas, dispuestas al milagro de un cambio en sus vidas de sufrimiento
y rotunda privación.
Jacinta,
la menor, con 7 años, es la más expresiva: su angustia está a punto de hacerla
desembocar en mar de lágrimas. El trauma sufrido por el primero de los secretos
que Nossa Senhora do Rosário les ha
transmitido no es para menos: a visão do
inferno como un mar de fuego, lleno de gritos y gemidos de dolor y
desesperación, con demonios horribles, de formas monstruosas y asquerosas, que
eternamente martirizan a multitud de desgraciados…
Lúcia lo
repetirá en sus Memórias con
insistencia: la prima Jacinta viviría obsesionada con la salvación de los
pecadores, haciendo sacrificios permanentes por su conversión: hasta su muerte
casi tres años después, arrastrando por diversos hospitales una terrible
neumonía, pasa días sin comer; anda por los campos soleados del terrible verano
de la Serra de Aire sin provisión de agua; permanece en pie noches enteras, sin
dormir; no juega, no se relaciona con otros niños y se abstrae en rezos
continuados, para salvar con sus mortificaciones cuantos más pecadores pudiera
del horrible infierno que a tantos les espera.
¡Qué
orgullosa está Lúcia de su prima! Pasa Francisco más desapercibido. Es como el
gran ausente; en la foto y en la historia narrada por la superviviente, que
insiste en decir que todo lo cuenta por obediencia a sus superiores. Sus
superiores, tan empeñados en que el pueblo fije su memoria en la visión del
infierno, del primer secreto; tan interesados en que el mundo y sus dirigentes
se atengan al segundo: Devoção ao
Inmaculado Coração de Maria, y sobre todo Conversão de Rússia. ¡Ay!, cómo se manoseará el segundo secreto en
los conflictos internacionales de los años veinte y treinta del siglo pasado.
¡Qué buena era la Alemania de Hitler ante el monstruoso poder comunista que nos
quería devorar desde la Rusia impía! ¡Y qué importante para el Vaticano ese
fantasma ateo para inclinar la balanza al lado de las potencias occidentales
durante la Guerra Fría, sin importarle un nuevo conflicto general donde “el
Bien” se impusiera de forma contundente.
Luego, en
fin, el tercer secreto, tan largamente oculto, habiendo de esperarse a que Juan
Pablo II lo divulgara, en el año 2000: atentado al Papa, sufrimiento de los
cristianos, persecuciones…, en fin, un difuso martirio como en los tiempos más
malvados de la Roma imperial y corrompida. ¡Vigilancia, por tanto, para siempre
ante las fuerzas del maligno!
Volved a
la mirada de los tres pastorinhos.
Solo la fortaleza de Lúcia aguanta la presión, enfrentada a la cámara casi con
un esbozo de sonrisa: muere en 2005, casi centenaria. Francisco, indiferente,
fijo en lo indefinido, parece tener algo de fiebre: morirá en poco más de un
año, pasando incluso en las Memórias
de Lúcia como sombra. Jacinta está como a punto de esconderse, compungida: ¿a
llorar?, ¿a seguir salvando almas con sus tremendos sacrificios inocentes?
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