viernes, 3 de agosto de 2012


LA MUERTE DE VIRGINIA, de Leonard Woolf

Por Moisés Cayetano Rosado
Leonard Woolf (1880-1969) publicó su autobiografía en cinco volúmenes, que cubren desde su nacimiento hasta el mismo año de su muerte. De todos ellos, nos llega ahora en castellano el último, que recoge los treinta años finales de su vida, publicado por la editorial Lumen, con traducción de Miguel Temprano García.
Contiene el libro cuatro capítulos, bajo los títulos de “Las muerte de Virginia” -que se suicida en 1941-, “Hogarth Press” -la editorial que fundan y sostienen ambos con tanta ilusión-, “1941-1945” -relato sosegado y sobrecogedor del tiempo de la II Guerra Mundial-  y “Todos nuestros ayeres” -que es como un río de memorias y reencuentros con su pasado como representante del Gobierno inglés en Ceilán- .
Político, escritor, diplomático, editor, intelectual y memorialista, es más conocido por haber estado casado con la inolvidable Virginia, una de las escritoras más celebradas del siglo XX, pero en sí es uno de los personajes más completos, interesantes y ejemplares de su época, y narrador brillante, como demuestra en esta entrega.
El libro lleva el título de su primer capítulo, por cuestiones comerciales, pero todo él no tiene desperdicio. Prosa reposada, impecable, deliciosa. Y pensamientos dignos de resaltar. Así, en “La muerte de Virginia”, escribe: “Cuando no la encontré por ninguna parte de la casa ni en el jardín, tuve la certeza de que se había ido al río. Corrí por los campos y casi enseguida encontré su bastón tirado junto a la orilla. Estuve buscándola un rato y luego volví a casa y llamé a la policía. Pasaron tres semanas hasta que encontraron su cadáver cuando unos niños lo vieron flotando en el río” (pg. 98); con la misma serenidad termina el capítulo, hablando del enterramiento de sus cenizas: “Había allí dos olmos muy grandes con las ramas entrelazadas a los que siempre habíamos llamado Leonard y Virginia. La primera semana de enero de 1943, una fuerte tormenta derribó uno de ellos” (pg. 99). Es decir, dos años tras la muerte de Virginia, que tantas veces remarcó la inmensa felicidad que Leonard le había proporcionado siempre. Él le sobrevivió 28 años; no sabemos el olmo de la pareja…
El segundo desentraña las “batallas” por mantener a flote su pequeña editorial “Hogarth Press”, donde se publicaron a los autores y obras más importantes de la primera mitad del siglo XX, en los géneros más dispares: ficción, viajes, poesía, biografía, política, miscelánea, psicoanálisis… manteniendo lo que puede parecer un milagro en el mundo de la edición “no comercial”: equilibrio financiero y ventas.
El tercero es un capítulo sobrecogedor, pues relata los tiempos crueles de la II Guerra Mundial, sin olvidar la Primera, que también la sufrió. Extiende en él sus reflexiones hasta el momento de su muerte; el trabajo político, tantas veces realizado sin remuneración económica, como militante del Partido Laborista Británico, recorrido por una sombra de pesimismo, sin que falten gotas de humor y flema británica: “El mundo hoy y la historia del hormiguero humano en los últimos cincuenta y siete años serían exactamente los mismos si me hubiese dedicado a jugar al ping-pong en lugar de a formar parte de comités y a escribir libros y memorandos. Por eso debo hacer ante mí mismo y ante cualquiera que pueda leer este libro la más bien ignominiosa confesión de que cuento en mi haber con ciento cincuenta mil o doscientas mil horas de trabajo totalmente inútiles” (pg. 161). Arranque desesperado ante tantas calamidades vistas y padecidas, que tienen contrapartida en su labor admirable como político templado, ejemplar, desprendido, y como escritor notable, que tanto nos hacer disfrutar al leerlo.
Por último, en “Todos nuestros ayeres”, narra su vuelta a Ceilán, donde representó al gobierno colonial de su país, tratando de humanizar la ingrata labor de la ocupación territorial, y donde fue bien recibido y recordado. Esto le produjo -en sus años finales- una gran compensación por toda una vida de inquietudes y zozobras, marcada en los últimos años por el suicidio de Virginia, a la que estaba tan unido. “Uno ha aprendido -dice finalmente- la lección de que basta con haber vivido un día más. Y casi puede decir: “¡Envejece conmigo!/ Lo mejor aún está por venir,/ el final de la vida, para el que se hizo el principio.” (del poeta inglés Robert Browning). Y repetir, una vez más: “Lo importante no es llegar, sino el viaje” (pg. 213).
Y es que la vida ¿qué es? Viaje a ninguna parte, o hacia “la mar, que es el morir”, según las coplas de Jorge Manrique. Lo bueno está en el caminar, caminar siempre; tener una mano, unas manos a las que asirse en el camino. Y este libro es mano llena de sensibilidad y de dulzura, para acogerse a ella en nuestro humano transcurrir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario