jueves, 16 de mayo de 2013


TORRE SINEIRA, MÚSICA, AUTORIDADES, TURISTAS Y SANTO CRISTO


MOISÉS CAYETANO ROSADO

Asistimos en Ponta Delgada, capital de las Azores, a un acto cultural singular. Música açoriana interpretada por dos jóvenes artistas, Luis Bettencourt a la guitarra y André Jorge al cante: reposados, melodiosos, suaves como el viento que sopla en la terraza de la Torre Sineira (Torre con campanas) de la Câmara Municipal.
Nos dan abajo, al acceder a la escalera, un folleto sobre esta Torre del siglo XVIII recién reabierta al público (el 18 de abril) y pregunto que dónde es el concierto. “Na Torre”, me contestan. Y subimos por las escaleras empinadas, que al final son un caracol estrecho por donde a duras penas quepo, teniendo que llevar mi cartera por encima de la cabeza para lograr pasar: juro que no soy de mucho peso y/o grosor. Otros se las vieron peores, sobre todo al descender, pues además se había desprendido parte de uno de los peldaños pétreos, que el propio Presidente da Câmara rescató de entre los tres turistas japoneses que subieron y bajaron tras la correspondiente sesión de fotos.
Creíamos que llegábamos tarde, pero nuestros tres o cuatro minutos de retraso sobre la hora de convocatoria no fue problema: éramos los primeros, junto a un fotógrafo profesional y un par de turistas británicos que bajaron tal como subieron: sin mirar más que tras de su cámara fotográfica.
¿Cómo iba a celebrarse un concierto allí? “No me han entendido la pregunta -dije mientras subíamos-; creen que vamos solo a visitar la Torre”. Pero sobre mi cabeza sonaba la guitarra y la voz, nostálgicas, armoniosas. Y así era, con los dos artistas, el fotógrafo, Rosa María y yo por todo público.

Aunque de inmediato llegó el Presidente da Câmara Municipal -simpático y sencillo- con tres personas (una militar creo que de Marina, otra que debía ser un ayudante del Presidente y la otra la Vereadora de Cultura), y tras ellos un par de fotógrafos. Pensé: sesión fotográfica de prensa tenemos. Y así fue. Mientras, la música açoriana –plena de referencias a los paisajes, la cultura y las gentes de estas islas- inundaba la terraza abriéndose paso entre los movimientos de fotógrafos, las risas y las conversaciones.
Llega otra turista extranjera. Me pide en su idioma que le saque una foto; no le entiendo lo que dice, pero los gestos son universales y la inmortalizo junto a las autoridades y los músicos. Ellos cantando y sonriendo con paciencia infinita.
Y acceden por las escaleras los tres japoneses que saludan a otros que se han quedado abajo: mueven los brazos, parlotean, ríen, se hacen muchas, muchas fotos, lo plasman todo, mirando únicamente a través de las cámaras; ni se les ocurre escuchar a los artistas, aunque sí se aproximan a ellos para sus poses ante el que hace las instantáneas. Pero curiosamente ni les dirigen la mínima mirada
En ese momento somos una multitud de una docena de personas, acrecentada con otras tres o cuatro -tampoco cabríamos muchos más- que se besan con las autoridades y están muy contentas de coincidir allí. Luis a la guitarra y André cantando, no se dan por vencidos.


Los japoneses tienen el percance del peldaño, y la autoridad los socorre. El trozo de piedra queda en la terraza, afortunadamente rescatado: pudo ser un accidente de consideración. Suerte que estamos celebrando las fiestas del Senhor Santo Cristo dos Milagres, de una devoción extraordinaria en las islas, desde que detuvo la acción de un terremoto. En un archipiélago sometido históricamente a las sacudidas de la tierra, a la acción de los volcanes que lo dominan todo, a los ataques de piratas, a las embestidas del mar para con sus embarcaciones donde se ganan tantos la vida, a la emigración/separación más lejana…, sin una devoción tan penetrante, la vida puede ser un infierno.


Pocas veces he visto manifestación de masas comparable. Todo el pueblo en la calle, desfilando por entre alfombras de flores, ramas y virutas de madera coloreadas formando hermosísimos dibujos. Uniformados por asociaciones, grupos, profesiones… con gran aparataje musical. Penitentes de rodillas; multitudes asistentes a misa campal con cardenal venido ex profeso, obispos, sacerdotes...
Este concierto, mínimo, tan desatendido como delicioso, forma parte de las actividades en honor al Santo Cristo. Pero ya todo el mundo ha hecho las fotos necesarias, cumplido con sus obligaciones, y se marcha. Los músicos quedan  arrullados por el viento y le damos un último aplauso y los parabens que se merecen, lo que agradecen con sonrisas y un delicado obrigado ya de despedida. Las multitudes, en un receso en su penitencia, saborean la deliciosa comida isleña en los tenderetes que bordean el Forte de S. Brás, en el borde marítimo de las celebraciones.

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