martes, 11 de marzo de 2014

MALTRATADORES Y PSICÓPATAS
MOISÉS CAYETANO ROSADO
Asistimos de continuo al tremendo zarpazo de las noticias sobre violencia en general y, por lo que ahora quiero comentar, a violencia doméstica en particular. Se concreta fundamentalmente en violencia de género, aunque es extensible  a todo el contexto familiar y círculos sociales próximos.
Detrás de los autores de este atropello puede haber todo tipo de patología conductual, a veces difícilmente previsible, pero en muy alto porcentaje se trata de personalidades psicopáticas, es decir con trastorno antisocial de la personalidad, en sus más variados grados, algunos casi imperceptibles.
Lo importante, entonces, es poseer mecanismos para reconocerlos ante de introducirlos en nuestros círculos, y muy especialmente antes de entablar una relación sentimental, porque estamos ante sujetos con una anomalía cerebral prácticamente incorregible.
Durante cuarenta años he tratado, como profesional de la educación, con niños, jóvenes y sus familiares adultos, y he podido observar, estudiar, muchas conductas marcadas por esta problemática, que desde las relaciones familiares derivaban a dificultades escolares. Y he asistido, con bastante impotencia, a las relaciones de pareja de alumnos/as adolescentes, donde uno de los sujetos tenía detectables síntomas de psicopatía, que con el tiempo se manifestaron con gravedad.
¿Qué hacer como padres, como educadores, como amigos, para evitar que alguien quede atrapado en una relación con un psicópata?
Primero, darle las claves para reconocerlo. No estaría mal echar un vistazo a estos enlaces:
Pero, de entrada, tener en cuenta que un psicópata no es un loco que va dando voces por ahí y agrediendo a la gente sin contemplaciones; osco y antipático, impulsivo y zafio. El psicópata es fundamentalmente un gran seductor, dotado de extraordinaria facilidad de palabra, sereno e inalterable en su actuación, con una capacidad enorme para manipular situaciones, generalmente bastante inteligente y desenvuelto. De ahí que de primera pueda atraernos muy positivamente.
Ahora bien, junto a esos rasgos “positivos”, enseguida surgen otros que podemos detectar a poco que entablemos relación: mentiroso compulsivo, incapaz de reconocer sus embustes; magistral victimista en caso de que se les acuse de algo; frío en sus razonamientos defensivos por muy disparatados que fuesen; parasitario en la asunción de tareas y trabajo productivo; de altísima autoestima; prepotente; inestable en gustos y afectos; superficial, frívolo.
Profundizando un poco, surgen sus rasgos más antisociales: no siente ninguna empatía, jamás se “colocará” en el lugar de los demás para entender sus sentimientos, que no les afectarán en absoluto; experimenta placer en embaucar, tergiversar, manipular y sojuzgar a los demás; no siente remordimientos por su actuación, aún siendo ésta cruel y reiterada; es incapaz de compasión alguna; no ceja en su obsesión persecutoria, ante la frustración, sin reparar en medios y métodos.
¿Qué hacer, entonces, ante un sujeto en el que detectamos estas características?: cuanto antes, evitarlo, alejarse de él, cortar todo tipo de relaciones (que a medida que te atrapen en su tela de araña será más dificultoso).

De ahí que ahora, cuando acabamos de celebrar el Día de la Mujer y se plantean tantas problemáticas de las que son víctimas, debamos reiterar ésta que es una de las lacras que más les afecta. Y recordar que en los centros educativos, como una materia prioritaria de aprendizaje, hay que introducir la del reconocimiento de estas conductas terribles, que llevan al acoso sistemático, a la tortura dilatada a lo largo de muchos años de vida de pareja, al sinvivir e incluso hasta la muerte.

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