sábado, 29 de octubre de 2016

PARÍS LUMINOSA
Moisés Cayetano Rosado
El Sena, con Notre Dame al fondo
París estaba como siempre. Magnífica y llena, luminosa y festiva, variada, rica, bullendo de personas y colores. Puntual en sus transportes colectivos, que milimetran el espacio y te llevan a cualquier lugar, apenas caminando por los pasadizos subterráneos, apareciendo sorprendidos ante la monumentalidad que desde la Île de la Cité se despliega por todos los puntos cardinales.
Interior de la Sante-Chapelle
Notre-Dame repleta de turistas orientales que nos enseñan a sonreír y a posar en las fotografías. La Sante-Chapelle rodeada de precauciones contra el peligro indefinido y de ventanales polícromos que son la culminación del arte gótico florido. Esos puentes románticos, que arriba, hacia el oeste nos llevan al incomparable Musée du Louvre,  a los Jardins des Tuileries, los grandes palacios, el Musée de l’Orangérie (“templo” del impresionismo),  prolongándose a ojos vista por los Champs Élysées hasta el Arc de Triomphe, donde tantos nombres de localidades españolas aparecen como vencidas por la zarpa de los ejércitos de Napoleón.
Monet en el Musée de l’Orangérie 
Al sur, esta colección agradable de puentes siempre transitados por masas de turistas procedentes de todos los rincones, nos colocan en el Barrio Latino, mi preferido para tomar unos helados en las tiendas Amorino, tras haber comido sentado o por la calle en alguno de los múltiples restaurantes que lo pueblan, y en donde elijo los kebabs turcos, los escargots franceses, los moules belgas y el vino de Bordeaux, o al atardecer crêpes au chocolat.
Después, el Musée de Cluny es un buen lugar en la zona para recorrer tesoros medievales obtenidos de múltiples expolios, antes de pasear reposadamente por el Jardin du Luxembourg y acercarse luego a la mítica Sorbonne y al no menos glorificado Panthéon y la vecina Église de St.-Étienne du Mont.
Cuando se hace de noche y todo cobra luminosidad interior, el foco de la Torre Eiffel nos lanza ráfagas continuas  y nos enseña su cuello interminable un poco más al oeste todavía, descubriéndonos cúpulas y torres en todas las direcciones.
Pero la noche es del Pigalle, el barrio bohemio de los míticos artistas de los siglos XIX y XX, que aún conserva en parte su antigua grandeza, y en pie el Moulin Rouge, referencia imprescindible (¡y cara!) de la noche parisiense. En los alrededores, todo tipo de tiendas de sex shop, salas de espectáculos eróticos y más, personajes curiosos en la calle y variados souvenirs, delicias de turistas orientales (¡cómo puede haber tantos turistas orientales por París!).
Sacré-Coeur
En algún momento ha de quedar tiempo para subir al Sacré-Coeur, como ejercicio de expiación, como prueba de que aún estamos en forma remontando interminables escaleras, y para admirar a nuestros pies el París encantador que desde esta punta norte se nos rinde y nos reta a más visitas pormenorizadas, entre las que no debemos olvidar la de sus tres extraordinarios cementerios románticos de Montmartre al norte, Pére Lachaise al este y Montparnasse al sur.
"Bucándose la vida" al pie de L'arc de Triomphe du Carrousel,
en el Jain du Carrousel, frente al Louvre
Abajo queda todo el latir alegre, descuidado. Pero también el triste y duro de los que se buscan la vida o la sostienen malamente vendiendo baratijas en los alrededores de los monumentos: llaveros, colgantes… en los que predominan las “Torres Eiffels” fabricadas en China y ofrecidas por manos subsaharianas en número incontable. O esos otros, echados en el suelo, entre colchones y mantas, niños y mayores, familias enteras del Este de Europa, que a saber cómo sobreviven: veo un padre y una madre -por ejemplo- de menos de treinta años de edad, con gesto desarmado, a la orilla del Sena; dos niños a su lado, que pintan en una libreta de dibujos y me dicen al mirarlos “bonsoir”; entre ellos un perrito que juega ensimismado, ajeno al horror del porvenir que se adivina…

¡Hay de todo en París, la ciudad luminosa del amor… y del dolor!

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