miércoles, 28 de junio de 2017

De Las Batuecas y la Peña de Francia a la Sierra de Gata pasando por Coria, Ciudad Rodrigo y Almeida (IV)
OBJETIVO ALMEIDA CON PARADA EN SIEGA VERDE Y FUERTE DE LA CONCEPCIÓN
Dejando el paisaje de sierras, subimos por el noroeste hasta Ciudad Rodrigo, donde merece pernoctar al menos una noche, haciendo de la ciudad “cuartel general de sus alrededores”, como lo hicimos de La Alberca al venir desde Coria y desenvolvernos por los pueblos de la repoblación borgoñona. Dos noches en casa rural en este último caso; una noche en hotelito al lado de una de sus puertas fortificadas ahora.
Pero de mañana dejamos atrás la ciudad para seguir un poco más arriba hasta Siega Verde, zona arqueológica Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde el 2010, como extensión de su vecina del Valle del Côa, con quien comparte el testimonio rupestre de grabados del Paleolítico Superior.
En su centro de interpretación -al pie mismo de la carretera que lleva desde Ciudad Rodrigo a Almeida, a mitad de camino- se pueden ver paneles informativos y un vídeo introductorio que son la antesala de una visita provechosa al otro lado de esa misma carretera, en las orillas del río Águeda.
Un guía bien informado, arqueólogo de larga experiencia, nos va ilustrando sobre las rocas grabadas, algunas verdaderamente fascinantes. Extraordinariamente bien preservadas. Realizadas con técnicas de grabado inciso y de piqueteado, vamos viendo representaciones de équidos, bóvidos, cápridos y cérvidos, además de signos abstractos, algunos superpuestos con una especie de “horror vacui” que presagia un barroco obsesivo. El realismo de las representaciones es fantástico, de un detallismo minucioso, con lo que hasta los no iniciados podrían distinguir si la silueta grabada es de una cebra o un caballo, un uro o un bisonte, que anduvieron por la zona hace entre 20.000 y 10.000 años.
De allí nos acercamos a la fortificación portuguesa de Almeida, no sin antes detenernos en el Fuerte de la Concepción, al lado de la población española de Aldea del Obispo, casi a un “tiro de piedra”.
El Fuerte de la Concepción tiene una grandeza increíble. Reconstruido entre 1730 y 1735 sobre otro anterior de 1663 (demolido un año después, tras la Batalla de Castelo Rodrigo), ahora acoge en su cuerpo principal, estrellado con cuatro grandiosas puntas abaluartadas, un hotel con encanto, que distribuye sus habitaciones, estancias comunes y comedor en casernas alrededor de un patio central, en tanto la recepción se encuentra en el revellín de acceso a la puerta principal.
Por camino cubierto, el Fuerte comunica con unas Caballerizas curvadas, de dos pisos (inferior para los animales y superior para tropa), con troneras en la terraza. El camino prosigue hasta un Reducto o fortín sobre padrastro con forma casi de hornabeque. Todo ello sufriría graves voladuras intencionadas (como la vez anterior), por orden del general inglés Robert Crawford -que lo había tomado- a mediados de 1810, para que no pudieran utilizarlo los franco-españoles. La restauración ha respetado el estado en que quedó el monumento, en un acertado trabajo que debe tomarse como ejemplo de actuación sobre el patrimonio histórico-monumental.
Y bien, de allí, ir hasta Almedia vuelve a ser un “paseo”. Paseo más que gratificante ante la monumentalidad admirable, de un tratamiento restaurador ejemplarizante. Esa fantástica “estrella irregular de seis puntas”, con otros tantos baluartes y revellines, y dos puertas de entrada (de Santo Antonio y San Francisco), es uno de los monumentos fortificados mejor conservados y tratados de la Península, y uno de los mejores ejemplares de fortificación estrellada del mundo.
Iniciada su construcción en 1641, recibirá sucesivos aportes en ese siglo y el siguiente, hasta convertir la fortaleza en una plaza inexpugnable, enriquecida en su interior por magníficas instalaciones militares, entre las que destaca su Quartel das Esquadras (de 1736-1750), el Corpo da Guarda Principal (1790; actual Câmara Municipal), la Casa dos Governadores (finales siglo XVII; actual Palacio de Justicia), las Casamatas o Quartéis Velhos (actual Museo Militar); Casas da Guarda dos revelines das portas de entrada (aprovechados como Puesto de Turismo el de S. Francisco y Centro de Estudios de Arquitectura Militar el de S. Antonio), y el Trem da Artilharía (del siglo XVII, y actual Picadero).
Son de admirar también los restos de su Castelo (de los siglos XIII-XIV/XVI), arruinado a causa de una tremenda explosión del polvorín instalado allí el 26 de agosto de 1810. No obstante, es admirable su planta cuadrangular irregular, el profundo foso, con escarpa y contraescarpa de cantería, y cuatro torres artilleras en los ángulos de planta circular.
Antes de volver sobre nuestros pasos para pernoctar en Ciudad Rodrigo (e incluso antes de hacer la visita por Almeida, porque hay que reponer fuerzas), tenemos una tentadora oferta culinaria en los restaurantes de sus glacis, previos a la Puerta de S. Francisco. Estupendo su cabrito o su cordero na brasa, pero la carta es generosa y podemos pasar a extraordinarios bacalaos, tanto asado como “dorado”, pulpo no forno, arroz de marisco, cozido à portuguesa… El vino tinto, siempre deseable, como sus postres caseros de galletas, bizcocho… chocolate, nata y hojaldre, para chuparse los dedos.
Otra “tentadora oferta”, cuando retornamos, es hacerlo por Vilar Formoso, que en su estación de ferrocarril tiene uno de los conjuntos de paneles de azulejos del siglo XX más extraordinarios de Portugal, representando significativos monumentos, paisajes y escenas costumbristas.

Moisés Cayetano Rosado

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