ESA OTRA FORMA DE MIRAR TURQUÍA
Musulmanas "ortodoxas" en el Gran Bazar de Estambul |
Quizá
debería decir Estambul, pues allí es donde he visto -en mi viaje a Turquía- esas
mujeres de negro, tapadas hasta el infinito, condescendiendo en lo necesario
para poder andar sin ser guiadas como un ciego.
Mujeres campesinas de Esmirna |
Porque
esas otras que vemos en la extensa Anatolia, o en los campos fértiles de la
costa del Egeo y del Mediterráneo, con sus pañuelos multicolores a la cabeza,
no difieren de las que encontramos aún en tantos pueblos de Extremadura,
Andalucía, Castilla… Alentejo, Tras-os-Montes, Minho… O en Sicilia o Atenas,
cualquier lugar de Rumanía, Polonia… los países del sur y este europeo.
También
el pañuelo en la cabeza lo vi frecuentemente en los países andinos, suponiendo a
veces un aire de coquetería. E incluso constituyen en unas ocasiones un
instrumento conveniente en el trabajo y otras son atractivo de fiesta, como
pueda ser un sombrero, o una gorra de la que usan los jóvenes, colocada de
forma estrafalaria.
Con mochila de "marca". |
Con cámara fotográfica de "alta gama". |
Pasean
por el Puente de Galata, que une las dos zonas más monumentales de esta
gigantesca metrópolis de 15 millones de habitantes; se sientan en las escaleras
y patios de sus más de 2.500 mezquitas de elegantes y finos alminares; compran
frutas, especias, verduras y helados como chicles en los incontables mercados;
deambulan por los jardines del Palacio de Topkapi, y llenan la zona del
Hipódromo -entre la Iglesia-Museo de Santa Sofía y la gigantesca mezquita de
Sultanahmet-, bajando al Mar de Mármara, donde innumerables familias asan
pescado y pollos en los prados cercanos
al extenso malecón: es el arco más frecuentado por propios y turistas de la
enorme ciudad, en su lado europeo. Y chocan, siguen chocando sus figuras de
sombras en medio del estallido de luz y de color.
A
veces, nos viene un revuelo de brillos y sonrisas, como el de esas escolares
que vi en Santa Sofía, acompañadas por sus maestras, recorriendo las naves de
esta iglesia-mezquita-museo que hunde sus inicios en el año 360 y supuso un
revulsivo constructivo que imitarían después -fundamentalmente desde el siglo
XVI- todas las mezquitas del país: gigantesca cúpula central sostenida como en
el aire por enormes pilares con pechinas y semicúpulas laterales, que se
prolongan en otras cúpulas menores en una especie de “derrame” circular, delimitado
por los airosos alminares que llaman cada día cinco veces a la oración, con
sobrecogedora armonía. Las chicas lucen con desenfado sus pañuelos… que en
algunas, tal vez muchas, se transformará en prisión oscura con el tiempo.
Escolares en la Iglesia-Museo de Santa Sofía, de Estambul |
Y
allí también las mujeres de negro, de tinieblas, de ojos -eso sí-
frecuentemente muy pintados y de enorme belleza: lo único que en su figura se
puede entrever. ¿Cómo sentirán -me vuelvo a preguntar- a este increíble tesoro
artístico que es el bullicioso, vitalista Estambul, y cómo esa riqueza y
capricho de la naturaleza en Capadocia, con su erosión diferencial que nos
presenta paisajes de ensueño y formas increíbles, o los vestigios artísticos
que los antiguos griegos y romanos dejaron a lo largo de la costa del Egeo en
forma de acrópolis, templos, teatros, palacios, termas, maravillosas
esculturas, mosaicos y pinturas?
Ni
en la aduana del aeropuerto internacional quería una joven musulmana descubrir
su rostro para identificarse, teniendo que hacerlo finalmente -ante la amenaza
policial de quedarla “en tierra”- en un rincón, furtivamente, delante de una
policía y estando presente su enfadado marido, incomodado por la “humillación”.
A
la memoria me vienen los versos del poeta mexicano Francisco de Icaza recogida en
una placa a la entrada de la Alhambra de Granada: “Dale limosna, mujer/ que no hay en la
vida nada/ como la pena de ser/ ciego en Granada”. Ciego, ciega en Estambul,
donde hay que respirar, oler, ver, acariciar su portentosa belleza con todos
los sentidos y con el cuerpo libre de ataduras, sin la ceguera siempre
vigilante del envoltorio negro, que parece negar el propio atractivo de la
vida.
Musulmanas en la escalinata de la Mezquita Yuni (o Nueva) de Estambul. |
Para http://moisescayetanorosado.blogspot.com/
aviagemdosargonuatas.blogs.sapo.pt
y www.digitalextremadura.com
Qué bonita la entrada, Moisés ! Lástima que en el mundo no sólo hay burcas físicos para las mujeres. Estos son más evidentes, pero las leyes, las costumbres y el machismo de muchas sociedades hace que siga habiendo muchos burcas.
ResponderEliminara ver cuando aprendemos a ser personas, que difícil que difíiiiicil se nos hace ser lo mas fácil, personas...
ResponderEliminarUn saludo para el blog!