sábado, 21 de julio de 2012


UN RESPIRO EN GALICIA
Castro de Santa Tecla
Por MOISÉS CAYETANO ROSADO
Preparo las maletas para un descanso en Galicia. Ya es una tradición, llena de mar, cocina de pescados y mariscos, rutas por sendas siempre verdes y empinadas, y esa monumentalidad que recorre la prehistoria y la historia como si fuera un libro siempre abierto.
Me gusta empezar en Santa Tecla, no más dejar el Miño fronterizo, para admirar su hermoso castro celta, tan bien conservado y restaurado; elevado a unos 340 metros sobre el Océano Atlántico como un mirador con más de dos mil años de historia, de recias cabañas de granito, circulares y ovaladas, rodeadas por una muralla de 700 metros en el eje norte-sur y 300 metros en el de este-oeste. Allí cerca, se encuentran petroglifos que le doblan “la edad”, y que nos acompañarán por toda Galicia, como una señal de identidad.
Pontevedra
Más adelante, paro en Pontevedra, una de las ciudades más bellas de la Península, monumental, granítica, llena de iglesias, palacios, casonas portentosas, plazas recoletas que constituyen lo más sabroso para el que busca lo agradable y al mismo tiempo conservado con buen gusto, tratado con mimo por sus habitantes, tan vitalistas y dados a la conversación en las múltiples terrazas donde corre la cerveza y sus sabrosas empanadas de atún, de bacalao…
Ría de Arousa
Y el destino es la Ría de Arousa, con sus pequeñas playas, discretos hospedajes, innumerables restaurantes de cocina del mar: mejillones, nécoras, navajas, almejas, berberechos, zamburiñas, cigalas, langostinos, vieiras, buey de mar…; abadejo, merluza, besugo, lubina, mero, rape, rodaballo…, regados con ribeiro y albariño. Esos recodos de la Ilha de Arousa, donde aparecen playitas familiares tras dejar inmensos bosques de pinos, y ofrecen de fondo las bateas donde cultivan mejillones y vieiras, y faenan sosegadamente los barcos de pequeño calado, formando parte del paisaje… Apenas unos cuantos bañistas, apenas más sonido que el de los pájaros y las conversaciones de los mariscadores (casi todos mujeres) en la ría…
 De allí, a una explosión de rutas con molinos sin uso, pero perfectamente cuidados, en los ríos; cascadas sorteando una vegetación exuberante; monasterios en medio de los campos; iglesias en los pueblos, cruceiros, hórreos infinitos; viñedos engranando, colgados de traviesas sobre pilares de granito que parecieran puestos para alzar casonas; más granito en las innumerables poblaciones, envueltas por estas fechas en festividades santorales, en ferias del marisco.
Ciervos, laberintos y esquemas en Campo Lameiro
No debe faltar una escapada a Campo Lameiro, también en la provincia de Pontevedra, un magnífico parque arqueológico de arte rupestre donde he podido contemplar los mejor trazados y extraordinariamente conservados petroglifos grabados hace 4.000 años: figuras realistas de animales -destacando los ciervos de impresionante cornamenta-, escudos, laberintos, trazos esquemáticos… y la representación de un poblado de la Edad de Bronce en medio de esta naturaleza rocosa, escudo primario, de casi 22 hectáreas de extensión.
Catedral de Santiago
Y ya, claro, una escapada hacia al norte, para volver siempre a Santiago de Compostela, esa ciudad-museo, ese Patrimonio de la Humanidad (declarado en 1985) que es un compendio del arte monumental medieval y moderno, en el que su catedral constituye destino obligado para admiradores de la historia y el arte, peregrinos, caminantes, curiosos, venidos de todo el mundo entero.
Torre de Hércules
Finalizando, un poco más al norte, estiro un día muy bien aprovechado visitando A Coruña, donde todo invita a caminar: su puerto, sus playas, sus ensenadas, la encantadora “Ciudad Vieja”, esa plaza que nunca me cansaré de ver: de María Pita. Y esas dos joyas imprescindibles:  la Torre de Hércules, el faro romano del siglo I, aún en uso, de 68 metros de altura, declarada Patrimonio de la Humanidad en 2009, y el Castillo de San Antón (en el extremo opuesto de la zona norte de la ciudad, al este).
Esta fortaleza abaluartada fue edificada entre los siglos XVI y XVIII. Tras ser defensa contra los ataques por mar y prisión desde el siglo XVIII a mediados del XX, la convirtió en museo en los años sesenta  el Ayuntamiento, al que se la cedió el Ministerio del Ejército en 1960: alberga en su Patio de armas y en la Casa del gobernador un rico museo arqueológico y de historia de la ciudad; debería ser ejemplo para otros que únicamente ven usos hosteleros en sus monumentos más significativos, a los que “fuerzan” en sus instalaciones, destruyendo su autenticidad e integridad (como es el caso lamentable del Forte de Guincho, en Portugal, o va a ser el del Fuerte de San Cristóbal, en Badajoz, España).
Castillo de San Antón. Fortaleza abaluartada.
¡Bendita Galicia; múltiple; tesoro de naturaleza, arte, historia, gastronomía, costumbres; acogedora y bálsamo para el que busca la paz, el remanso que se nos hace tan necesario en medio de las batallas de la vida!

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