GUERRA Y REPRESIÓN EN EL SUR DE ESPAÑA
Por Moisés Cayetano Rosado
El
escritor argentino-chileno Ariel Dorfman escribía en su libro “Rumbo al Sur,
deseando el Norte”, publicado por la editorial Planeta en 1998: “El golpe del
general Pinochet se había llevado a cabo fundamentalmente para devolver el
poder económico y político a quienes lo habían ejercido durante siglos. Pero
también tenía claro que la contrarrevolución estaba pensada como una lección,
una admonición. Pinochet estaba tratando de que millones de personas se
arrepintieran del acto mismo de rebelarse, el hecho de que se hubieran atrevido
a soñar una humanidad alternativa, un sendero diferente del que la vida anónima
les había marcado desde antes de que nacieran” (pg. 354).
No
encuentro palabras mejores que las de esta larga cita para indicar el sentido
del libro que acaba de publicar el historiador Francisco Espinosa Maestre, del
que es sobradamente conocida su actividad investigadora y divulgadora,
destacando trabajos como La guerra civil
en Huelva (1996), La justicia de
Queipo de Llano (2000), La columna de
la muerte (2003) o Callar al
mensajero (2010). Control del poder por una minoría oligárquica y
aleccionamiento a la mayoría popular para que comprenda que su destino es el de
obedecer, imponiendo severos castigos que disuadan incluso de pensar en una
alternativa diferente.
Así, con Guerra y represión en el Sur de España,
publicado por la Universitat de València, vuelve a darnos un toque de atención
sobre lo que es su obsesión de historiador comprometido y riguroso con los
sucesos que acabaron con la II República española, las consecuencias del golpe
militar de julio de 1936 y el duro batallar por conseguir investigar las
consecuencias que sobre los vencidos tuvo la guerra y el triunfo de los
golpistas, así como los pactos de silencio de los políticos de casi todos los
signos a lo largo de nuestra democracia. Obra, por tanto, de muestra y síntesis
de sus principales preocupaciones y líneas fundamentales de trabajo.
Dividida
en tres partes, la primera trata de “La
destrucción de la II República”, con cinco aportaciones breves y otra de mayor
extensión -53 páginas-: “Una historia común: Lepe, 1936”, sobre las
represiones, depuraciones, condenas a muerte, ejecuciones en una población que
confió en el Frente Popular con entusiasmo y que una vez tomada Sevilla por los
golpistas será ocupada por una columna del militar y marqués Ramón Carranza
Gómez, formada fundamentalmente por
guardias civiles. Nadie había huido y ninguna resistencia se ofreció,
pero las represalias fueron brutales y las razones para las condenas a muerte
que se dictaron, de lo más nimias y absurdas: “intervino en los destrozos de la
iglesia”, “haber puesto un cigarro de papel en la boca de una imagen”, “asaltar
una tienda”, “destrozar cirios”, o facinerosas: ser “teniente de alcalde
socialista” (pg. 56).
Guardia
civil, como brazo ejecutor, e iglesia como
instigación, aparecen también en otros trabajos de este apartado, donde el
problema de la tierra y la reforma agraria subyacen como cuestiones de fondo en
los enfrentamientos. Ambas instituciones eran la barrera protectora de unos propietarios
indiferentes a la miseria de los pueblos del sur, hambrientos de pan y de
trabajo. En este sentido, la gestión de los alcaldes republicanos es resaltada
por Espinosa, siendo el último capítulo -referido a Jesús Yuste, alcalde
republicano de Villafranca- especialmente conmovedor, por su actuación social y
las persecuciones y calvario de que sería objeto.
La
segunda parte, bajo el epígrafe de “Las consecuencias del 18 de julio en el Sur de España”, contiene igualmente seis
trabajos, breves, siendo el de mayor extensión “La leyenda de Queipo”. De él se
ocupa también en el que lo precede y el que sigue, donde queda patente el doble
objetivo: golpe militar y plan de exterminio, que guiarán su actuación de
“represión salvaje” hasta febrero de 1937 (pg. 171) y sistematización de la
depuración de elementos hostiles y no adeptos.
Los otros
tres trabajos de esta parte lo constituyen una interesante crónica comentada
del coronel Puigdengolas, del 25 de julio al 5 de agosto, en Badajoz, con sus
luces y sus sombras, y dos testimonios personales, siendo especialmente
conmovedores los apuntes manuscritos de Manuel Carcela, con vivencias y
recuerdos del terror.
La última
parte, “El poder y la memoria”, también consta de seis breves apartados, donde
Espinosa vuelve a dejar sentado de un lado lo que significó el 18 de julio:
acción militar y calculado exterminio, además de su contribución al fascismo,
pues “el terror jugó un papel
fundamental” (pg. 217) y “fue objeto de especial atención por los Pinochet y
Videlas de todo el mundo” (pg. 219). De otro, insiste reiteradamente en las
dificultades que en democracia (antes, ni pensarlo) han tenido los
investigadores para acceder a los documentos y las cortapisas a los familiares
de las víctimas asesinadas para proceder a su localización física y documental;
al mismo tiempo, es muy crítico con “la
política del olvido (1977-1981) y la suspensión de la memoria (1982-1996)” (pg.
221) de la mayoría de las fuerzas políticas, el “no mirar atrás”, recordándoles
que “la dictadura franquista, con el respaldo absoluto de esa misma Iglesia que
sigue con sus beatificaciones, sí promovió políticas de memorias para los
suyos” (pg. 262).
Expone
una dura crítica a los “historiadores” revisionistas, encabezados por Pío Moa,
que criminalizan la República y sentencian que en realidad “la guerra civil la
inició la izquierda en octubre del 34” (pg. 239), al tiempo que se niegan a
reconocer la sistematización duradera de la represión. Tampoco historiadores
“liberales y posmodernos” (pg. 241) escapan a sus críticas.
Para
finalizar, antes de reivindicar con insistencia justicia, exige que se dé “a
las víctimas del genocidio franquista la consideración que merecen y de ofrecer
a sus descendientes la información, el trato y los derechos que hasta ahora les
han sido negados, dejando claro que, incluso así, nunca igualarán lo que el
Estado hizo entonces por las víctimas de los vencedores y por sus
descendientes” (pg. 263).
Todo un
alarde de investigación y compromiso a lo que el historiador Francisco Espinosa
Maestre nos tiene acostumbrados.
Estupendo trabajo, como todos los de Espinosa. Hoy nos veremos en la Diputación. Con su permiso voy a difundir su artículo en mi blog.
ResponderEliminarDebe de ser un libro muy interesante esta obra de Francisco Espinosa Maestre porque, aunque algunos ya tenemos más o menos una idea de lo que ocurrió en la guerra y en la postguerra por nuestros padres y familiares que nos han narrado historias terribles, cruentas e inhumanas de la guerra (IN)civil y cainita, esta obra manejará datos, hechos, documentos fidedignos que nos enriquecerían nuestro conocimiento de esa guerra que nunca tuvo que darse...
ResponderEliminarMuy interesante, estimado amigo y paisano Moisés, tu artículo. Felicidades por él y un abrazo fraterno de tu amigo
Wenceslao Mohedas Ramos
Jaraicejo (Cáceres) / Barcelona