RECHAZO A NUESTROS EMIGRANTES
Muchos han sido los estadounidenses que han
votado a Donald Trump por su acérrima animadversión para con los inmigrantes.
Hasta buena parte de los latinoamericanos que en su día emigraron a los EE.UU.
-habiéndolo hecho de forma irregular, o manifiestamente ilegal- le han apoyado:
como ya están establecidos, no quieren que otros compatriotas vengan a
disputarles las migajas que consiguieron. Los hemos visto incluso en reportajes
audiovisuales, encarándose en las vallas de contención de la frontera,
forcejeando con los que, tras tantas penalidades como ellos en su día, han
llegado hasta el borde de “la tierra prometida”.
¿Es esto peculiar de Norteamérica? Pues no.
Véanse las redes sociales españolas y las muchas publicaciones que al respecto
se divulgan, con similares características. Incluso, sí, de inmigrantes
asentados en nuestro país -¡a saber tras cuántos sufrimientos!-, que no quieren
que otros vengan a “disputarle” el pan que a duras penas muchos de ellos ganan.
Y no digamos esos compatriotas nuestros obsesionados con que a estos
desesperados inmigrantes se les obsequia nada más llegar con “paguitas y casas
por la cara”, mientras a nuestras “abuelitas” se les dan pensiones de miseria.
¿Esta marginación para con los más
desfavorecidos es una experiencia por la que nosotros no hemos pasado nunca? No
voy a remontarme a nuestra emigración de finales del siglo XIX y principios del
XX a Hispanoamérica, donde tanto hubo de forma similar. Ni a la llegada de exiliados/emigrantes
republicanos en los años cuarenta del siglo XX, tan rechazados por los
emigrantes “situados” de la anterior hornada. Pero sí voy a recordar a nuestra
emigración de los años del desarrollismo español (1960-1975). Algunas noticias
aparecidas en la prensa, y en concreto en los periódicos ligados a la agencia
Logos, de la Editorial Católica, a la que pertenecía el periódico HOY de
Extremadura, nos recuerdan que nosotros también fuimos en parte emigrantes
clandestinos, y padecimos la cruda discriminación..
Así, en el periódico HOY, podíamos leer el 31
de octubre de 1962 un artículo del escritor Arturo Gazul informando de la
frecuente detención y devolución a origen en la frontera de Suiza de todos los
que tuvieran “pinta de obreros”.
El 9
de abril de 1963, Josefina Carabias escribía sobre las “chicas de servir”
españolas, indicando que cada vez las amas de casa francesas las rechazan más,
cuando antes habían sido tan estimadas, porque “no aprenden el idioma, gritan,
meten en sus cuartos amigos y familiares, no cocinan bien, etc.”. Cinco y seis
días después, esta misma periodista explicaba que para ahorrar en Paris hay que
vivir miserablemente y trabajar muy duro. Sobre el rechazo por parte de los
nativos, volverá en distintas ocasiones, como cuando el 16 de enero de 1965 se
hace eco de la generalizada queja de muchos franceses por el “mucho ruido que
hacen nuestros paisanos en sus casas y en los bares”.
José
V. Colchero se hace eco de las dificultades de los “turistas camuflados”,
trabajadores sin contrato en regla, que son detectados y expulsados por la
policía de extranjeros. Son muchas las crónicas y reportajes que hace el
periodista sobre las dificultades de la emigración en Alemania, que tras la
crisis económica mundial de 1973 se endurecen; así, el 18 de octubre de 1975
denuncia el “stop” a la reagrupación familiar y los retornos coaccionados.
Juan Caño, redactor-jefe de Europa Press,
denuncia frecuentemente la subrepticia explotación laboral. Por ejemplo,
informa el 5 de julio de 1968 que “5.000 chicas españolas marchan
a Inglaterra a aprender el idioma, hospedándose
con una familia a cambio de ligeros trabajos
en la casa no siendo más que ‘chachas’ baratas”.
La propia Comisión Episcopal de Migraciones
indica que “hay racismo contra los emigrantes en Francia”, de lo que se hace
eco una crónica de la agencia EFE, del 27 de febrero de 1974, que se repetirá
en años posteriores. En varias ocasiones el propio periódico HOY en sus
Editoriales denuncia estos rechazos y discriminaciones, e incluso también lo
hacen corresponsales en distintos pueblos de la región.
Algo, por tanto, al parecer intrínseco en la
“lucha por la vida”, en la que -como escribía Baltasar Gracián en el siglo
XVII- “no cabe la solidaridad”. Mirar el pasado es como colocarse ante un
espejo en el que contemplamos el presente.