III.
UNA
ESCAPADA A JERUSALÉN Y JERICÓ.
Muralla de Jericó |
Tuvimos ocasión -y un día libre en el apretado
programa- para programar otra actividad alternativa. Algunos aprovecharon para
abundar en la admiración por el patrimonio arqueológico greco-romano de
Jordania; otros, optamos por un viaje a
Jerusalén, que dista a unos 65 kilómetros de Ammán, pero que no es frontera
aconsejable, pues lo concurrido de la misma hace las demoras de los trámites
interminables. Hay que ir hacia el norte, haciendo casi un centenar de
kilómetros más, para entrar por la frontera de Cisjordania, menos concurrida,
pero también controlada por las autoridades israelitas.
El
trámite de frontera es de lo más curioso: ni
autobús ni guía jordanos pueden entrar en el territorio fronterizo, quedándose
en la parte jordana; en la palestina ocupada por los israelíes nos espera
autobús y guía “del otro lado”: el guía que llevamos es palestino residente oficial
de Jerusalén, los únicos palestinos que gozan de cierta libertad de movimiento.
Largos trámites, mucha inspección de vehículo,
mochilas, pasaportes (preguntándonos a algunos incluso por el nombre de sus
padres y abuelos), y profusión de armas automáticas en manos de jovencísimos judíos
de uniforme y de paisano.
Luego, vuelta hacia el sur al borde de la
frontera jordano-palestina-israelí, con alambradas
electrificadas dobles, asentamientos palestinos cercados por muros de hormigón
y otros asentamientos -residenciales lujosos- de judíos en tierras palestinas.
Muchos palmerales y cultivos de invernadero, hasta llegar a Jerusalén, tras pasar
cerca (y entramos a la vuelta) de Jericó,
de animado movimiento en su mercado callejero y adelantado proceso restaurador
de sus míticas murallas: un “mundo palestino” ahora amurallado (aunque sin
vallas físicas en esta ocasión) por las barreras políticas de Israel.
Vista de Jerusalén, destacando la cúpula de la Roca |
Barrio judío de Jerusalén |
Después Jerusalén:
un mundo aparte. Barrios diferenciados de musulmanes, cristianos y judíos
(con su voluntario ghetto de ortodoxos y ultraortodoxos, sacados como del túnel
del tiempo, tal como si en Petra viéramos a los nabateos esculpiendo sus tumbas).
Apenas otras matrículas de coches que los suyos, por imposición oficial
expresa. Aire de religiosidad por todas partes: física y humana. Y de
segregación: igualmente física y humana.
Losa donde lavaron a Jesús. Iglesia del Santo Sepulcro. |
Es curioso ver el fervor de católicos y ortodoxos en el Monte de los Olivos; delante
de la tumba “vacía” de la Virgen María; ante la piedra donde lavaron a
Jesucristo; en cada una de las estaciones de penitencia… Nada nos impactó más
que ver el canto y rezo de fieles etíopes en su pequeña capilla del Santo
Sepulcro, ataviados con sus túnicas blancas sobre los cuerpos enjutos, largos
como figuras de Giacometti, de tez tan oscura y ojos tan brillantes y tan tristes…
Muro de las lamentaciones |
Impresionante
el Muro de las Lamentaciones: mujeres por un lado -aquí
sí con las rodillas y los hombros tapados- y hombres por otro, cubierta la
cabeza con la kipá -también los “guiris” debemos cubrirnos, aunque sea con una
gorra estrafalaria-, si bien ofrecen kipás gratuitos a los visitantes.
Interesante
su zoco, diferenciado otra vez más por creencias
religiosas. Sobrecogedoras sus murallas
otomanas (1535-1538) de más de 4 kilómetros de longitud, con una altura
promedio de 12 metros y 2’5 de espesor, Patrimonio de la Humanidad -junto a la
ciudad vieja- desde 1981.
Murallas de Jerusalén |
Fantásticas sus colinas, su caserío multiforme,
las cúpulas y alminares salientes de las mezquitas (inigualable y majestuosa la
de la Roca), torres de iglesias cristianas, conjuntos de remate semiesférico de
las sinagogas, cementerios de grandes extensiones… Valles y montículos para el
abrazo de lo que tantas veces es sinuoso camino de odio y de traición.
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