martes, 9 de julio de 2013

EXTREMEÑOS POR JORDANIA (y III)

III.                    UNA ESCAPADA A JERUSALÉN Y JERICÓ.
Muralla de Jericó
Tuvimos ocasión -y un día libre en el apretado programa- para programar otra actividad alternativa. Algunos aprovecharon para abundar en la admiración por el patrimonio arqueológico greco-romano de Jordania; otros, optamos por un viaje a Jerusalén, que dista a unos 65 kilómetros de Ammán, pero que no es frontera aconsejable, pues lo concurrido de la misma hace las demoras de los trámites interminables. Hay que ir hacia el norte, haciendo casi un centenar de kilómetros más, para entrar por la frontera de Cisjordania, menos concurrida, pero también controlada por las autoridades israelitas.
El trámite de frontera es de lo más curioso: ni autobús ni guía jordanos pueden entrar en el territorio fronterizo, quedándose en la parte jordana; en la palestina ocupada por los israelíes nos espera autobús y guía “del otro lado”: el guía que llevamos es palestino residente oficial de Jerusalén, los únicos palestinos que gozan de cierta libertad de movimiento.
Largos trámites, mucha inspección de vehículo, mochilas, pasaportes (preguntándonos a algunos incluso por el nombre de sus padres y abuelos), y profusión de armas automáticas en manos de jovencísimos judíos de uniforme y  de paisano.
Luego, vuelta hacia el sur al borde de la frontera jordano-palestina-israelí, con alambradas electrificadas dobles, asentamientos palestinos cercados por muros de hormigón y otros asentamientos -residenciales lujosos- de judíos en tierras palestinas. Muchos palmerales y cultivos de invernadero, hasta llegar a Jerusalén, tras pasar cerca (y entramos a la vuelta) de Jericó, de animado movimiento en su mercado callejero y adelantado proceso restaurador de sus míticas murallas: un “mundo palestino” ahora amurallado (aunque sin vallas físicas en esta ocasión) por las barreras políticas de Israel.
Vista de Jerusalén, destacando la cúpula de la Roca
Barrio judío de Jerusalén
Después Jerusalén: un mundo aparte. Barrios diferenciados de musulmanes, cristianos y judíos (con su voluntario ghetto de ortodoxos y ultraortodoxos, sacados como del túnel del tiempo, tal como si en Petra viéramos a los nabateos esculpiendo sus tumbas). Apenas otras matrículas de coches que los suyos, por imposición oficial expresa. Aire de religiosidad por todas partes: física y humana. Y de segregación: igualmente física y humana.
Losa donde lavaron a Jesús. Iglesia del Santo Sepulcro.
Es curioso ver el fervor de católicos y ortodoxos en el Monte de los Olivos; delante de la tumba “vacía” de la Virgen María; ante la piedra donde lavaron a Jesucristo; en cada una de las estaciones de penitencia… Nada nos impactó más que ver el canto y rezo de fieles etíopes en su pequeña capilla del Santo Sepulcro, ataviados con sus túnicas blancas sobre los cuerpos enjutos, largos como figuras de Giacometti, de tez tan oscura y ojos tan brillantes y tan tristes…
Muro de las lamentaciones
Impresionante el Muro de las Lamentaciones: mujeres por un lado -aquí sí con las rodillas y los hombros tapados- y hombres por otro, cubierta la cabeza con la kipá -también los “guiris” debemos cubrirnos, aunque sea con una gorra estrafalaria-, si bien ofrecen kipás gratuitos a los visitantes.
Interesante su zoco, diferenciado otra vez más por creencias religiosas. Sobrecogedoras sus murallas otomanas (1535-1538) de más de 4 kilómetros de longitud, con una altura promedio de 12 metros y 2’5 de espesor, Patrimonio de la Humanidad -junto a la ciudad vieja- desde 1981.

Murallas de Jerusalén
Fantásticas sus colinas, su caserío multiforme, las cúpulas y alminares salientes de las mezquitas (inigualable y majestuosa la de la Roca), torres de iglesias cristianas, conjuntos de remate semiesférico de las sinagogas, cementerios de grandes extensiones… Valles y montículos para el abrazo de lo que tantas veces es sinuoso camino de odio y de traición.

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