WADI RUM, EL DESIERTO DEL SUR JORDANO
Moisés Cayetano Rosado
Julio de 2013. Viajamos en
desvencijados 4x4, conducidos por experimentados beduinos. Somos cuarenta
personas, procedentes de Extremadura, del Grupo Mecenas, de Mérida. Hemos hecho
una parada en medio de este desierto jordano de Wadi Rum (Valle de la Luna) para
ver su inmensidad. Sopla el viento. Vamos de regreso a los coches y hago un
pequeño barrido de vídeo antes de continuar (VER en https://www.youtube.com/watch?v=1ZFy-m3vwbo). Mis compañeros ya han bajado del
montículo; Rosa María se enfrenta al viento, que suaviza la sensación térmica
de este desierto, muchas veces insoportable.
Piedra escarpada, arenisca fósil, y
arena roja. No hace mucho calor, afortunadamente. Y nos espera una buena comida
en un campamento beduino, con carne asada en pinchos, verduras variadas, tortas
de pan ácimo, bebidas, frutas. Aquí se deja sentir algo el calor, alternado por
una ligera y reconfortante brisa, colándose por las aberturas de las cortinas
de pelo de cabra.
Antes, haremos un par de paradas más.
Una delante de un roquedo inmenso con grabados en sus paredes, fundamentalmente
de dromedarios en distintos movimientos o posturas expectantes. Veo uno cargando
con un guerrero o cazador al galope, dando una gran sensación de movimiento por
sus patas extremadamente abiertas; el hombre levanta una especie de lanza con
su mano izquierda de brazo alzado, a punto de arrojarla con contundencia, para
lo que se representa inclinado hacia atrás. Hay otros animales representados; veo
una especie de altivas avestruces como formando una corona, con un dromedario a
la izquierda y un cazador en posición de ataque a la derecha. Magnífico arte
rupestre que me recuerda al arte neolítico levantino.
Otra parada hacemos en una explanada
bien protegida por montículos rocosos: utilizada por Lawrence de Arabia para
ocultarse y descansar hace ya un siglo. Es como un nido gigantesco a salvo de
rapaces, confeccionado por la naturaleza con arena a ras del suelo y grandes
bloques sedimentarios formando muros de resguardo. Allí, como en las demás
paradas, tiendas de beduinos nos brindan la hospitalidad de unos hombres hechos
a la austeridad, al silencio, al acogimiento y la sonrisa. Apenas ofrecen a la
venta mínimos objetos de recuerdo y bolsas del té que generosamente ofrecen a
los que les visitan; allá están sus dromedarios, sus cabras, sus ovejas, que
constituyen compañía permanente y su sustento de nómadas solitarios y libres.
La vida es dura y bella en esta
lengua sedienta del sur de Jordania, que atrae a propios y extraños como una
sirena que ha perdido la liquidez de su elemento natural, mágicamente
convertido en polvo rojo, como de sangre desecada de las múltiples batallas que
rompieron, de cuando en cuando, a lo largo de los siglos, su silencio.
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