EXTREMEÑOS POR
JORDANIA
(resumen)
MOISÉS CAYETANO ROSADO
Siguiendo una sana costumbre -que el año pasado
nos llevó a Turquía-, el Grupo Mecenas
del Conjunto Monumental de Mérida nos ha proporcionado la oportunidad de
viajar a Jordania.
Viajes a los que tienen prioridad sus socios
(abierto a todo el que quiera inscribirse, como colaboradores del Conjunto
Monumental), pero de los que también pueden disfrutar (y así ocurre) otros
ciudadanos amantes de la historia, el arte, la arqueología, los viajes de
“aventura controlada”.
Ammán,
la capital jordana -punto de llegada-, es una extensa
ciudad de edificios generalmente bajos, de pocas plantas, color ocre, que se
extienden por diecinueve colinas y tiene su lugar más atractivo en la primitiva
Ciudadela, con 1’7 kilómetros de
muralla, donde destaca el Palacio Omeya (con espectacular sala de
audiencias), una basílica bizantina, templo, foro, teatro y otros monumentos romanos.
Al norte de Ammán, a poco más de 50 kilómetros,
sobresale la ciudad de Jerash, que
para nosotros, los extremeños, y especialmente los residentes o habituados a Mérida, viene a ser como una
“ciudad hermana”: su legado romano le
hace ser conocida como la “Pompeya del Este”.
A unos 15 kilómetros está el castillo de Ajlum. Impresionante fortaleza similar a nuestros castillos de la Baja Edad
Media, con un meritorio sistema de entrada de puertas en recodo, fosos y
matacanes que le hacían inexpugnable.
Hacia el desierto inmenso del este, que nos
lleva a las fronteras de Siria e Irak, se encuentran una serie de castillos y
fortalezas que son puntos estratégicos para el resguardo de los caravaneros, fortalezas-palacios
de los califas y príncipes, y
castillos propiamente estratégicos,
defensivos y de acopio para finalidades bélicas. En este último caso, nos
recuerdan a los castillos roqueros extremeños, si bien en medio de la
inmensidad plana del desierto y no en los picos elevados de cerros y montañas.
Pero quizás la “aventura” nos espera en el sur
de los puntos anteriores. A 32 kilómetros por debajo de Ammán está Mádaba, la “ciudad de los mosaicos”,
que tiene en su Iglesia bizantina de San Jorge un mapa-mosaico de Palestina del
siglo VI, tal vez el más antiguo de la Tierra Santa.
En el Mar
Muerto -inmediatamente accesible desde Mádaba- podemos sentir la sensación de
ingravidez: en sus aguas -muy cálidas- es imposible sumergirse: siempre se flota como si estuviéramos en un
espacio sin atmósfera; tal es su extraordinaria salinidad. En lo alto, a la
vista de este mar y teniendo a sus pies la tierra “prometida” de Israel, está el Monte Nebo, desde donde Moisés contempló
el asentamiento de los suyos, tras cuarenta años de peregrinación por el
desierto.
Pero el “plato fuerte” de Jordania es la ciudad
de Petra, a 230 kilómetros al sur de
Ammán. Urbe excavada en su piedra rosa, llegó a ser el centro del comercio de
Arabia y el principal destino de las rutas caravaneras del Extremo Oriente. El derroche de columnas, capiteles nabateos
(sus constructores), frontones, cornisas, hornacinas, templetes superiores de
bulto redondo… con destino funerario, adquiere la perfección en el
llamado Khazneh Firaoun (Tesoro del
Faraón) -con 40 metros de altura y 28 de ancho-, al comienzo de la ciudad.
Arriba, tras subir más de ochocientos
escalones, nos espera el Deir (Monasterio), de dimensiones parecidas,
totalmente exento, en tanto el Tesoro va encuadrado en un gigantesco alfiz
pétreo.
Petra es uno de los sitios arqueológicos más
célebres del mundo, mezcla prodigiosa de tradiciones constructivas del Antiguo
Oriente y arquitectura helenística.
Más al sur, acercándonos ya al Mar Rojo, se nos
ofrecen las 74.000 hectáreas de Wadi
Rum, impresionante desierto de arena y montañas de piedra arenisca, que
junto a Petra sería escenario fundamental de las correrías de Lawrence de
Arabia. Solo los beduinos, en sus viejos
coches 4x4, pueden conducirnos por estos arenales y gigantescos pedruscos sin
temor a perdernos. Una aventura “controlada” para los que desde nuestra
tierra de contrastes a lo más que llegamos en “desolación” es a la inmensa
llanura cacereño-trujillana o los extensos pastizales de La Serena.
Viaje para recomendar, por su belleza,
seguridad para el turista y riqueza patrimonial, histórica, artística,
arqueológica y etnográfica.
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